—Cuénteme tranquilo. A ver, relájese, cuénteme, ¿qué le pasó?
—Imagínese, doctor, es que mi papá tiene la pesada costumbre de pasársela jugando todo el día con un osito de peluche.
—Bueno, señor, pues la verdad es que los ancianos, cuando entran a cierta edad, tienden a volverse niños. Entonces, no veo a quién pueda perjudicar con eso.
—A mí sí me perjudica, doctor.
—¿Y por qué?
—¡Porque ese osito de peluche es mío, mío y mío!