el antiguo embarcadero de Cafarnaum. Nos acompaña Jesucristo,
en una jornada más de su segunda venida. Cafarnaum, junto al
lago de Galilea, fue conocida como su ciudad. ¿Por qué motivo?
JESÚS Es que yo salí de Nazaret y vine a vivir aquí.
RAQUEL ¿Y por qué se le ocurrió establecerse en un puerto de
pescadores?
JESÚS Bueno, aquí vivían Pedro, Andrés, Santiago... Tenían unas
barcas y unas redes...
RAQUEL Ellos eran pescadores, pero usted no.
JESÚS No, yo los vine a pescar a ellos. Cuando regresé del Jordán,
pensé: hay que hacer algo para que las cosas cambien en este
país. Y vine a buscarlos a Cafarnaum.
RAQUEL ¿Pertenecían a alguna organización religiosa?
JESÚS ¿Quiénes?
RAQUEL Pedro, Andrés, Santiago...
JESÚS No, ésos estaban organizados en la resistencia contra los
romanos...
RAQUEL Entonces, usted los llamó y formó con ellos el grupo de los doce
apóstoles.
JESÚS ¿Doce?... ¡Éramos mucho más que doce!
RAQUEL En su biografía, se habla de doce apóstoles.
JESÚS No puede ser porque... A ver, ve contando: Santiago y Juan, que
eran hijos del Zebedeo. Salomé, la madre de ellos, que también
se sumó al movimiento. Pedro y Andrés, que eran hermanos.
Juana, la mujer de Cusa. Estaba Tomás, el mellizo. Y María, la de
Magdala. Estaba Felipe, Susana, Natanael, Marta y su hermana
María, las de Betania, Judas el de Kariot, que hizo lo que hizo...
RAQUEL Un momento, un momento, que usted está confundiendo a
nuestros oyentes.
JESÚS ¿Dónde está la confusión, Raquel?
RAQUEL Usted está mezclando hombres con mujeres, apóstoles con...
JESÚS Con apóstolas. ¿Se puede decir así, verdad?
RAQUEL Bueno, no sé cómo se dirá... Pero siempre se supo que usted
eligió sólo varones para formar su iglesia.
JESÚS ¿Y qué esenio habrá dicho eso? En nuestro grupo había de todo,
mujeres, hombres, de Judea, de Galilea, hasta una samaritana se
nos coló...
RAQUEL Aclaremos las cosas. Esas mujeres que usted menciona irían en
su grupo... como apoyo logístico.
JESÚS ¿Apoyo qué?
RAQUEL Es decir, para hacerles la comida, para lavarles la ropa... tal vez...
hasta como reposo de los predicadores.
JESÚS Pero, ¿qué dices tú, Raquel?... ¡Si las mujeres eran las mejores
para hablar y entusiasmar a la gente!... Las mejores también para
organizar. Ellas iban igual que todos, igual que los hombres.
RAQUEL Pero, entonces... Tenemos una llamada... ¿Aló?
RENATO Aquí tá falando Renato Souza de Almeida, da pastoral juvenil
de
Sao Paulo, Brasil.
RAQUEL Pues fale despacito para entenderlo bien...
RENATO Jesús tem razón. Si no, lea nas epístolas de San Pablo, donde
narra cómo ele trabajó con Junia, con Lidia, la que vendía
púrpura, con Evodia, con Febe, con Apia, con un montón de
mulheres en las primeiras comunidades cristianas...
RAQUEL Obrigada, Renato. Pero, entonces, si así fue la cosa al
comienzo... ¿Ya se dio cuenta, Jesucristo? ¿Ya vio que ahora sus
representantes rechazan a las mujeres como sacerdotas, como
pastoras, como obispas? ¿Por qué cree que actúan así?
JESÚS No sé, tal vez por miedo... Tal vez se sienten de menor estatura
ante ellas y no quieren reconocerlo.
RAQUEL Entonces, si comprendo bien, ¿usted estaría de acuerdo con el
sacerdocio femenino?
JESÚS Yo no estoy de acuerdo con ningún sacerdocio, ni de hombres ni
de mujeres. Pero para dirigir las comunidades, las mujeres son
más sabias, más responsables también... Fue por eso que el
mensaje más importante, la perla más preciosa, Dios se la confió
a una mujer, no a un hombre.
RAQUEL ¿De qué perla nos habla?
JESÚS ¿Por qué no la buscamos en Magdala?... ¿Quieres venir?...
Vamos, está cerca...
RAQUEL ¡Sí, vamos!... Emisoras Latinas de camino a Magdala. Reportó su
enviada especial, Raquel Pérez.
Pescadores: pobres y despreciados
En tiempos de Jesús, Cafarnaum —de la que hoy sólo quedan ruinas— era
una ciudad de unos tres kilómetros de extensión y pocos miles de habitantes.
La pesca era el principal medio de vida allí y en todas las ciudades o pequeñas
aldeas que rodeaban el lago de Galilea. Los pescadores trabajaban para un
patrón o se organizaban por familias y en formas cooperativas. En aquellos
tiempos, el oficio de pescador era propio de la gente más pobre, la considerada
menos religiosa y vulgar. Era un oficio despreciado porque los pescadores
tenían que pasar el día en los mares o lagos, aguas que la cultura religiosa
consideraba un lugar maligno, por ser el hábitat de los demonios.
Número 12: un símbolo
Aunque Jesús hubiera tenido veinte discípulos en su grupo más cercano o
dieciocho o cualquier otro número, quienes escribieron los evangelios sólo iban
a mencionar los nombres de doce, una cifra simbólica. El número 12 tenía una
significación especial en Israel. Designaba una totalidad y sintetizaba en un
solo número a todo el pueblo de Dios. Doce fueron los hijos de Jacob, los
patriarcas que dieron nombre a las doce tribus que poblaron la Tierra
Prometida.
Cuando los evangelistas escribieron, decidieron usar ese mismo símbolo: el
nuevo pueblo de Dios también iniciaba con “doce” fundadores, herederos de
las doce primeras tribus. Hasta en el último libro de la Biblia encontramos el
símbolo del doce: el pueblo de Dios definitivo, al final de los tiempos será de
144 mil (12×12×mil = totalidad de totalidades).
Un movimiento de muchas mujeres
En el grupo de Jesús también participaron “muchas mujeres” (Lucas 8, 3).
Además de María, su madre, conocemos el nombre de algunas: María
Magdalena, otras Marías, Susana, Salomé, Marta y María de Betania, Juana...
Las primeras comunidades cristianas continuaron esta tradición: hombres y
mujeres se reunían, ambos predicaban con la misma autoridad el mensaje de
Jesús y ambos presidían las celebraciones en su memoria. Como los hombres,
las mujeres tenían representación y poder de decisión en las comunidades
como sacerdotas y obispas.
La periodista británica especialista en temas del Medio Oriente Lesley Hazleton
aporta en su libro “María, una Virgen de carne y hueso” datos muy interesantes
sobre dos movimientos espirituales de mujeres a la par de los hombres en
cargos de decisión y de poder, antes y después de Jesús, en los primeros
siglos cristianos, que influyeron en el cristianismo: el movimiento de los
terapeutas y el movimiento de los montañistas. También describe a un
movimiento similar sólo de mujeres: el de las coliridianas.
Las colaboradoras de Pablo
A pesar de su misoginia, derivada de su pertenencia a la secta judía de los
fariseos, Pablo afirmó que en Cristo ya no hay hombre ni mujer (Gálatas 3,28),
legitimando con esta idea la activa participación de las mujeres en las primeras
comunidades cristianas. Y en sus cartas destaca a muchas mujeres, elogiando
su trabajo: la diaconisa Febe (Romanos 16,1), Junia (Romanos 16,7), Prisca,
Julia, Evodia y Sintece, a las que llama “colaboradoras” (Filipenses 4,2).
Menciona también a Claudia, a Trifena y a Trifosa, a Prisca, a Lidia, a Tiatira y
a Ninfa de Laodicea. De las 28 personas que Pablo elogia de manera especial
en sus cartas a las primeras iglesias, 10 son mujeres.
El caso de Junia es especial y sintomático. Durante siglos su nombre fue
ocultado bajo un nombre masculino: Junias. Como Pablo le había otorgado a
esta mujer, esposa de Andrónico, el título de apóstol, esto resultó inconcebible
para quienes copiaban sus Cartas y al nombre de Junia le añadieron una “s”
transformándolo así en un diminutivo del nombre masculino “Junianus”.
Siglo IV: un dramático giro
En el siglo IV, con la “conversión” de Constantino, el cristianismo pasó a ser la
religión oficial del imperio y la participación de las mujeres fue desapareciendo.
El teólogo español José María Marín lo explica así: El cristianismo primitivo
estaba mucho más involucrado en la familia que en el gobierno como función
pública y, por consiguiente, las mujeres eran más importantes en la base
organizadora de las comunidades y de las iglesias domésticas. Fue en una
etapa posterior, cuando el cristianismo fue pasando a la esfera pública y
gubernamental, que los hombres retomaron activamente el control que tenían
las mujeres.
Y Lesley Hazleton lo analiza así: Cuando se estableció la ortodoxia y el
cristianismo adquirió a la vez reconocimiento oficial y poder político, el papel de
las mujeres fue severamente restringido. Porque la religión era tal vez un
ámbito común a hombres y mujeres, pero la política era estrictamente para los
hombres. Y cita al teólogo bautista estadounidense Harvey Cox, que en su libro
“Seduction of the Spirit” caracteriza este dramático giro en el cristianismo como
el intento más exitoso de la historia por parte de una jerarquía por canalizar,
desactivar y controlar el simbolismo religioso femenino.
La arquitectura patriarcal de las catedrales
La arquitectura de las grandes catedrales europeas reflejó la ideología
misógina en ascenso durante siglos en la historia del cristianismo. En un texto
sugerente y sorprendente ―su prólogo al famoso “Monólogos de la vagina” de
Eve Ensler― la feminista estadounidense Gloria Steinem relata:
En los años setenta, mientras me documentaba en la biblioteca del Congreso,
encontré un tratado poco conocido sobre historia de la arquitectura religiosa
que daba por sentado un hecho como si fuera sabido por todos: que el trazado
tradicional de la mayoría de edificios patriarcales de culto imita el cuerpo
femenino. Así, hay una entrada exterior y otra interior, los labios mayores y los
labios menores; una nave central vaginal que conduce al altar; dos estructuras
curvas ováricas a ambos lados; y por último, en el centro sagrado está el altar
o útero, donde sucede el milagro: donde los varones dan a luz.
Si bien esta comparación era nueva para mí, me abrió los ojos de golpe. Claro,
pensé. La ceremonia central de las religiones patriarcales es ni más ni menos
que aquella en la que los hombres se adueñan del poder yoni de creación al
dar a luz simbólicamente. No es de extrañar que los líderes religiosos varones
afirmen tan a menudo que los seres humanos nacimos en pecado... porque
nacimos de cinturas hembras. Únicamente obedeciendo las reglas del
patriarcado podemos renacer a través de los hombres. No es de extrañar que
sacerdotes y pastores ataviados con vestiduras largas nos rocíen la cabeza
con un fluido que imita las aguas del parto, que nos den nuevos nombres y nos
prometan renacer en la vida eterna. No es de extrañar que el sacerdocio
masculino intente mantener alejadas a las mujeres del altar, al igual que se nos
mantiene alejadas del control de nuestros propios poderes de reproducción.
Simbólico o real, todo está destinado a controlar el poder que reside en el
cuerpo femenino.
Una iglesia misógina
A pesar de la práctica de Jesús y a pesar de la práctica cristiana original, la
iglesia católica ha mantenido durante siglos y hasta nuestros días una férrea
oposición al sacerdocio femenino. En mayo de 1994, el Papa Juan Pablo II
publicó un documento, ratificado en 1995 por la Congregación para la Doctrina
de la Fe, en el que afirmaba que el sacerdocio femenino era un caso cerrado:
Declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la
ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser
considerado como definitivo por todos los fieles. La última expresión de esta
posición fue la del entonces cardenal, y hoy Sumo Pontífice, José Ratzinger, en
su “Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre
y la mujer en la iglesia y en el mundo”, de octubre de 2004, un texto que
expresa la extremada y profunda misoginia del catolicismo oficial.