que fue casa de Simón Pedro, muy cerca del embarcadero, junto
al lago de Galilea. Y con nosotros, una vez más, Jesucristo, en
entrevista exclusiva. La más cordial bienvenida, Maestro.
JESÚS Para ti también, Raquel. Y te recuerdo que...
RAQUEL ... Sí, ya sé, que no le llame Maestro. Disculpe una vez más. En
fin, Jesucristo, algunos radioescuchas me insisten en que le
pregunte acerca de los milagros realizados por usted.
JESÚS ¿Cuáles milagros?
RAQUEL Si he contado bien, en los evangelios se narran hasta 41 milagros
suyos, la mayoría curaciones de distintas enfermedades. Mi
primera pregunta es: ¿Se trataba de enfermedades físicas
incurables o de dolencias sicosomáticas?
JESÚS ¿Dolencias...?
RAQUEL Es decir, enfermedades de la mente, sicológicas... Por ejemplo,
una ceguera por histeria... Los ojos no están dañados, pero la
persona no ve nada después de sufrir un trauma... ¿Sus
curaciones fueron de este tipo?
JESÚS No sé... Mira lo que me pasó un día. Yo estaba hablando,
precisamente aquí, en casa de Pedro. Había demasiada gente. Y
unos muchachos, como no podían llegar donde yo estaba,
abrieron un agujero en el techo, imagínate.
RAQUEL Querían escucharlo a usted, seguramente.
JESÚS No, ellos traían a un familiar paralítico... Y lo descolgaron por el
techo con camilla y todo... La gente se alborotó.
RAQUEL ¿Y usted qué hizo?
JESÚS Yo conversé un rato con el enfermo, él me contó las mil
desgracias de su vida. Y la última de todas, que no podía caminar.
RAQUEL ¿Y después?
JESÚS Después, lo miré fijamente un buen rato. Yo creo que lo miré por
dentro. Le di ánimo y le dije: Levántate y anda.
RAQUEL ¿Y el paralítico se levantó?
JESÚS Sí, se enderezó, sintió que sus piernas lo sostenían... y echó a
andar.
RAQUEL ¿Un milagro?
JESÚS No sé.
RAQUEL ¿Cómo que no sabe?
JESÚS Que yo no sé si sería un milagro. En mi tiempo, conocí personas,
mujeres sobre todo, que alentaban a los enfermos con sus
palabras, con sus manos. Las vi hacer cosas mayores que lo que
yo hice aquel día.
RAQUEL Pero hubo más días. A usted le traían tullidas, ciegos, sordos...
¿Qué les hacía?
JESÚS Lo mismo. Los miraba por dentro, les daba confianza en sus
propias fuerzas... Y muchos se curaban.
RAQUEL ¿Lo que hoy llamaríamos psicoterapia de sanación?
JESÚS La verdad, no sé cómo se llamará eso, Raquel... pero se curaban.
RAQUEL ¿Usted pensaba que eran milagros?
JESÚS Yo pensaba que eran signos del amor de Dios con los más
pobres. Con las más despreciadas. Signos, ¿comprendes?
Señales.
RAQUEL Pero, ¿no hizo ningún milagro de los otros, de los milagros-
milagros?
JESÚS ¿Y cuáles serían esos milagros-milagros?
RAQUEL No sé... Que un muerto se levante. Que a una sin brazos, le
crezcan los brazos. Que a otro sin pies, le salgan dos pies.
JESÚS Pero, ¿qué dices, Raquel? Para Dios nada es imposible. Pero Él
no hace esas cosas raras. Él no cambia las reglas en mitad del
juego.
RAQUEL Espérese que...
JESÚS ¿Quiénes son ésos que vienen?
RAQUEL Me parecen de la competencia... Son periodistas de otras
emisoras. Una pausa comercial y enseguida regresamos. Soy
Raquel Pérez, Emisoras Latinas, Cafarnaum.
CONTROL CARACTERÍSTICA MUSICAL
LOCUTOR Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su
segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José
Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.
MÁS DATOS SOBRE ESTE POLÉMICO TEMA...
En la casa de Pedro
El relato del paralítico curado por Jesús aparece en los tres evangelios
sinópticos (Marcos 2,1-12). Este hecho ocurrió en la casa de Pedro. Los
cimientos de lo que fue esa pequeñísima casa, en las ruinas de la Cafarnaum
actual, son uno de los lugares con mayor autenticidad histórica entre los
recuerdos materiales de la vida de Jesús.
¿Un milagro?
Está ampliamente probado que hay enfermedades y hay enfermos ―no es lo
mismo― y es comprobable que en algunos enfermos sus enfermedades están
estrechamente vinculadas a traumas sicológicos o a procesos síquicos
reversibles. También sabemos que en todas las culturas han existido y existen
personas con capacidad para “sanar” esos enfermos, por la energía vital que
tienen sus palabras y por la fuerza que sus actitudes de autoridad espiritual,
compasión y benevolencia transmiten.
Las parálisis tienen a menudo un origen psíquico. El doctor Nicanor Arriola,
ortopedista muy conocido y querido en Iquitos, Perú, relata esta experiencia:
Un día, un anciano en silla de ruedas llegó a mi consultorio con su familia.
Examiné los músculos del inválido y concluí que no tenía nada, que padecía
una “parálisis histérica”. Entonces, recordando lo que hacía Jesús, me levanté,
me puse ante el anciano y con una voz de autoridad y de ternura le dije:
¡Levántate y anda! Y el anciano se puso en pie y, tambaleante, caminó hacia
mí. La familia lo consideró un milagro.
La fe mueve endorfinas
¿Cómo explicar ese ”milagro” y tantos “milagros” de este tipo? La fe mueve
montañas, decía Jesús. Lo que Jesús no podía saber, porque en su tiempo
nadie lo sabía, es que la fe mueve endorfinas.
Algunos sanadores son simples charlatanes que se aprovechan de la
ignorancia y de las necesidades de la gente. Una película que presenta
críticamente, con inteligencia y humor, cómo actúan esos farsantes es “Salto
de fe” (“Leap of faith”, 1992), del director Richard Pearson. En otros casos, no
se trata de trucos, sino del conocido “efecto placebo”: se le da al enfermo una
píldora que no es más que azúcar o se le pone una inyección de suero, pero
diciéndole que es un remedio muy efectivo para su enfermedad. Hasta en un
50% de los casos los pacientes sienten la mejoría.
¿Por qué ocurre esto? Lo explica así el doctor Arriola: Como el enfermo tiene
fe en la medicina recibida, su cuerpo reacciona positivamente elaborando en
su cerebro una sustancia llamada endorfina, que es como una morfina natural,
que calma el dolor y le hace sentir mejor. La descarga de endorfinas en la
sangre explica, por ejemplo, que un individuo, durante un incendio, salga
corriendo aunque tenga fracturado un pie. Y explica también que una enferma
a quien un sanador o un predicador impone las manos se levante de su
postración. Y es posible que esa mujer se cure realmente porque su
enfermedad, como la del anciano que yo “curé”, era más sicológica que física.
Con una dosis de confianza en el doctor y con una descarga de endorfinas,
algunos enfermos se levantan, recobran la vista, se curan. Nuestro cuerpo es
la mejor farmacia que tenemos. Nuestro cuerpo reacciona a las enfermedades
y produce las sustancias curativas que necesitamos. El milagro lo hacemos
nosotros mismos.
Jesús, un sanador
En los cuatro evangelios se le atribuyen a Jesús hasta 41 milagros. Mateo es el
que cita más: 24. Y Juan, el que menos: 9. La mayoría de los hechos
milagrosos consignados en los evangelios son curaciones de distintas
enfermedades. Aun los críticos más severos admiten que Jesús debió ser un
hombre con habilidad y capacidad para sanar enfermos y enfermas, para
aliviarlos o para fortalecer su fe y su confianza en que podían curarse. Los
“poderes” que tuvo son difíciles de precisar a dos mil años de distancia y a
partir de relatos tan esquemáticos. Hoy sabemos que las terapias más eficaces
son las que consideran al ser humano de forma integral, como una totalidad,
buscando bajo los síntomas físicos las causas psíquicas o espirituales de la
enfermedad. Jesús de Nazaret ya “sabía” de esto. Y es “esto” lo que explica
sus “milagros”.
Milagros que son señales
Si se aplica a los relatos de milagros en los evangelios una crítica literaria
rigurosa, se observa cómo algunos están duplicados (comparar Marcos 10, 46-
52 con Mateo 20, 29-34), otros ampliados, otros adornados. Todo esto indica
que, aunque hay un núcleo histórico cierto en las curaciones que obró Jesús,
no deben interpretarse los evangelios como un catálogo de maravillas realizado
por un superman poderoso, sino como signos de liberación.
Para acentuar esta perspectiva, al referirse a los “milagros” de Jesús, el
evangelio de Juan emplea siempre la palabra griega “semeion” (signo, señal).
Usando esta palabra, evita equiparar el hecho que relata a un prodigio físico y
espectacular, presentándolo sobre todo como un signo de que Dios quiere la
vida y nos libera. Nos libera de la enfermedad y la tristeza, de la angustia y el
abatimiento vinculados a la enfermedad. Más desesperación aún causaba la
enfermedad en tiempos de Jesús, ya que por la total ignorancia científica sobre
el origen de las enfermedades, era generalizada la creencia de que la
enfermedad era un castigo de Dios por el pecado o una prueba a la que Dios
sometía a la gente para conocer sus reacciones, para saber hasta cuánto
aguantaba sin pecar maldiciendo a Dios.
Señales que hablan
La perspectiva del evangelio de Juan es teológica: los “milagros” de Jesús no
fueron hechos aislados y maravillosos que él habría obrado movido por la
compasión que le inspiraban casos individuales de sufrimiento. Si así hubiera
sido, no serían señales de nada, se agotarían en sí mismos. Juan los presenta
como signos o señales que hablan de lo central de la misión de Jesús.
Que Jesús de Nazaret haya curado a un paralítico en el siglo primero, ¿qué
puede significar hoy? Los evangelios responden a esta pregunta presentando a
Jesús como el mensajero del proyecto de Dios: si Jesús puso en pie a un
hombre postrado, fue una señal de que su mensaje es capaz de echar a andar
a los seres humanos, sacándolos de la pasividad, de sus miedos, de su
fatalismo. Así, en cada uno de los curados por Jesús los evangelistas dibujaron
arquetipos de hombres y de mujeres víctimas de distintas problemáticas
existenciales.
Aquellas enfermedades
En los relatos evangélicos Jesús cura ciegos. En aquellos tiempos, el clima tan
seco de Palestina y la generalizada falta de higiene hacía muy frecuentes las
enfermedades de los ojos: infecciones oculares, glaucomas, y también
cegueras histéricas. ¿Curó esas dolencias Jesús? Tal vez sí, tal vez no. Lo que
sí sabemos es que abrió los ojos de la gente para que entendieran que no era
voluntad de Dios ni su enfermedad ni su miseria.
También hay relatos de curaciones de paralíticos o tullidos, de gente con cojera
o con manos “secas”. Eran, con toda seguridad, enfermos con una variedad de
dolencias en los huesos o en los músculos, enfermos de artrosis o de artritis.
Sin recursos ortopédicos, estas enfermedades serían una auténtica tortura.
¿Los curó Jesús? Tal vez sí, tal vez no. Lo que sí sabemos es que puso en pie
a quienes se sentían derrotados, inútiles, fracasadas.
Los evangelios también relatan curaciones de leprosos. En aquel tiempo, por
ignorancia de las causas de los males de la piel, cualquier enfermedad cutánea
―erupciones, viruela, herpes, granos, sarna― era llamada “lepra”. Y por
creencias religiosas, se consideraba a estos enfermos y enfermas
especialmente malditos. Eran “impuros” y esa impureza los discriminaba
totalmente. Hoy sabemos cuánta importancia tienen los estados nerviosos en
las enfermedades de la piel. ¿Jesús curó “leprosos”? Tal vez sí, tal vez no. Lo
que sí sabemos es que se acercó a ellos para integrarlos a la comunidad de la
que los expulsaban las leyes religiosas de su tiempo.
También hay relatos evangélicos sobre curaciones de sordos y mudos, y de
“locos”, enfermedades que la gente, por sus síntomas enigmáticos o llamativos,
identificaba con la presencia en el cuerpo de los enfermos de espíritus
“impuros”, lo que era sinónimo de posesión diabólica. ¿Los curó Jesús? Tal vez
sí, tal vez no. Lo que sí sabemos es que abrió las orejas de su pueblo para que
perdiera el miedo al diablo y recuperara la confianza en Dios.
Los tres relatos de “resurrección de muertos” (el hijo de la viuda de Naím, la
hija del centurión romano y Lázaro de Betania) son narraciones totalmente
simbólicas.
Las reglas del juego
Aunque la actitud positiva y vital del enfermo y la autoridad espiritual y las
energías positivas del sanador pueden curar ciertas dolencias y “remitir” el
proceso de algunas enfermedades graves ―se ha observado esto, por
ejemplo, en casos de cáncer―, hay que ser escépticos sobre la duración en el
tiempo de estas curaciones, ya que por tratarse de dolencias de origen
psíquico, a menudo lo que desaparece en la “sanación” son los síntomas, pero
las causas físicas de la enfermedad permanecen. La potencialidad humana
para sanar o sanarse y para enfermar o enfermarse es enorme.
También hay “milagros” imposibles, que ninguna persona, por espiritual que
sea, puede realizar, que ninguna oración puede lograr. Las enfermedades que
se deben a defectos genéticos no son curables. Un miembro amputado no
reaparece nunca. Y un muerto no resucita. Las reglas del juego de la vida, que
son las mismas del juego de las limitaciones que culminan en la muerte, no las
cambia nadie. Ni Dios.