hasta las mismas orillas del río Jordán donde hace dos mil años
Juan bautizaba multitudes. ¿Escuchan el río?... A nuestro lado,
Jesucristo. Usted recordará aquel día tan
especial cuando fue bautizado por Juan. ¿Fue aquí, verdad?
JESÚS Sí, creo que sí. Es que había tanta gente... Estoy viendo a Juan,
vestido con piel de camello, metido en el agua hasta la cintura...
¡Juan el Bautista, gran profeta aquel!
RAQUEL En su tiempo, las personas se bautizaban adultas. En el nuestro,
en cambio, el bautismo se hace lo antes posible, cuando los niños
están recién nacidos.
JESÚS ¿Ustedes bautizan a los niños?
RAQUEL Sí, claro. Es la costumbre.
JESÚS Pero, ¿para qué?... Un niño o una niña chiquitos, ¿cómo van a
convertirse a una nueva vida si todavía no han vivido nada?...
RAQUEL No entiendo por qué nos dice eso.
JESÚS El bautismo es para aprender a compartir. Juan lo gritaba: Quien
tenga dos túnicas, dé una a quien no tiene. Para eso sirve el
bautismo: para cambiar de vida.
RAQUEL Pues sus seguidores dicen otra cosa. Dicen que el bautismo sirve
para borrar el pecado original.
JESÚS ¿El pecado original?
RAQUEL Sí, el que cometieron Adán y Eva en el paraíso. Dios les prohibió
comer del árbol del bien y del mal. Pero la serpiente los tentó y...
comieron la manzana.
JESÚS Esa historia ya la sé. Pero, ¿qué tiene que ver con el bautismo?
RAQUEL Eso se lo preguntamos nosotros a usted, que lo sabrá mejor que
nadie, porque vino a este mundo para limpiarnos de ese pecado.
JESÚS ¿Que yo vine a limpiar qué?
RAQUEL El pecado original. ¿Usted no sabe que ese pecado se hereda,
pasa de padres a hijos a nietos a bisnietos?... Así nos lo enseñan.
Todos nacemos con esa culpa. Por eso hay que bautizarse, para
limpiarla. Y cuanto antes, mejor.
JESÚS Explícame por qué.
RAQUEL Porque los niños no pueden entrar al cielo sucios, con la mancha
de Adán y Eva.
JESÚS ¡Qué vueltas da la vida!... Fíjate, Raquel, también en mi tiempo los
sacerdotes decían que la gente se enfermaba por culpa de los
pecados que habían cometido en su familia. Una vez me trajeron
a un ciego de nacimiento y me preguntaron: ¿quien pecó, él o sus
padres?
RAQUEL ¿Y usted qué les respondió?
JESÚS Ni él ni sus padres. Porque la enfermedad no es hija del pecado.
Ellos veían pecado en los enfermos. Y ustedes, ahora, ven
pecado en los niños. Qué error tan grande.
RAQUEL Ahora soy yo quién le pregunta por qué.
JESÚS Porque ningún pecado se hereda. Ninguno. Si los padres
comieron uvas verdes, los hijos no tienen por qué sufrir la dentera.
RAQUEL No podemos evitar la pregunta. Si los niños, como usted dice, no
nacen con pecado, ¿para qué los bautizan, entonces?
JESÚS No lo sé. Lo que sí te aseguro es que, con agua o sin agua, serán
los primeros en entrar en el Reino de Dios.
RAQUEL ¿Y los adultos?
JESÚS Quienes estén dispuestos a cambiar de vida, a luchar por la
justicia, que se bauticen. Recibirán el Espíritu de Dios, como yo lo
recibí aquí de manos del profeta Juan.
RAQUEL A orillas del río Jordán, testigo hace dos mil años del bautismo de
Jesús y testigo hoy de estas polémicas declaraciones,
despedimos hoy nuestro programa. Soy Raquel Pérez, enviada
especial de Emisoras Latinas.
CONTROL CARACTERÍSTICA MUSICAL
LOCUTOR
Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su
segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José
Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.
MÁS DATOS SOBRE ESTE POLÉMICO TEMA...
El río Jordán
El Jordán es prácticamente el único río que riega las tierras de Israel. Nace en
el norte, cerca del monte Hermón, y desemboca en las aguas salobres del Mar
Muerto, el lugar más bajo del planeta, a casi 400 metros bajo el nivel del mar.
El valle del Jordán es una prolongación del valle del Rift, formado hace 10
millones de años al fracturarse el continente africano, evento geológico decisivo
en la aparición de la especie humana.
El bautismo de Juan
El agua y su capacidad de purificación ritual es un elemento presente en
prácticamente todas las religiones y corrientes espirituales del mundo.
El rito del bautismo que Juan popularizó, y que Jesús recibió, significaba un
reconocimiento público de estar dispuesto a preparar el camino al Mesías.
Tenía el sentido de decidirse a un cambio de vida, a una “conversión”. El
bautismo de Jesús fue el punto de partida de su “vida pública”, el momento en
que Jesús sintió que quería hacer con su vida algo para cambiar la situación de
su país, para compartir con sus paisanos la idea que él tenía de Dios, para
cambiar la idea que de Dios prevalecía entre sus paisanos y que les impedía
liberarse y vivir.
El rito de Juan era colectivo y simbólico. Después de confesar sus faltas, Juan
hundía a la gente en las aguas del río como señal de limpieza y de
renacimiento: el agua purifica y de las aguas nace la vida. Los esenios
practicaban abluciones purificadoras, como lo evidencian las piscinas rituales
encontradas en las ruinas del monasterio esenio de Qumran. Muy
probablemente, Juan estuvo vinculado a este grupo religioso.
Bautizarse es sumergirse
Los primeros cristianos que vivieron en tierras de Israel se bautizaban
sumergiéndose en las aguas del río Jordán, repitiendo el rito de Juan. Los de
otros lugares lo hacían en ríos o en estanques. La misma palabra “bautismo”
viene de la palabra griega que significa “sumergirse”, “hundirse en el agua”.
Con los siglos, esta costumbre se fue perdiendo y hoy, en el rito católico sólo
han quedado unas pocas gotas de agua que el sacerdote derrama sobre la
cabeza del nuevo cristiano. Los cristianos de rito ortodoxo y algunos cristianos
evangélicos siguen practicando el bautismo por inmersión en ríos y aún en las
aguas del mar.
Porque los bebés nacen en pecado...
La costumbre del bautismo por inmersión fue retrocediendo en la medida en
que se generalizó el bautismo de niños, una práctica que ya aparece en
escritos del siglo II, y que fue alentada en la medida en que la teología cristiana
se aferró más y más a la idea de que todos nacemos en pecado, lo que
desembocaría muy pronto en el dogma del “pecado original”.
La base para alentar esta idea la encuentra esta teología en una interpretación
literal del texto de Pablo en 1 Corintios 15,21 y en Romanos 5,12. La idea fue
sistematizada y adornada en el siglo IV por el obispo Agustín de Hipona, el
gran San Agustín ―el teólogo más influyente en la teología cristiana entre
Pablo y Lutero―, a quien puede considerarse el “padre” de la doctrina del
pecado original y en consecuencia, el padre de la tradición que denigra la
sexualidad humana, por ser la vía para la “transmisión” de ese pecado. Esta
nefasta doctrina es aún central para la teología oficial católica.
Hasta la actualidad ese “pecado original” sería la principal razón del bautismo
de recién nacidos. Razón y hasta obsesión, porque ha habido campañas para
bautizar a los bebés inmediatamente que nacen y hay campañas para bautizar
hasta a los fetos abortados. Obsesión basada en el miedo: la creencia de que
las almas de esas criaturas, aún de las no formadas, irían a parar por causa del
“pecado original” al limbo, un “lugar” en el que ni ven a Dios ni vuelven a ver a
sus padres. Después de siglos alimentando esta absurda creencia, en mayo de
2007 el limbo “fue cerrado” oficialmente por los teólogos vaticanos.
¿Desaparecerá, en consecuencia, la costumbre del bautismo de bebés?
Bautismo de niños: un tema polémico
El sentido del bautismo de los niños fue debatido por los pelagianos, quienes
por negar el dogma del pecado original fueron considerados herejes por la
iglesia oficial. Sostenían los pelagianos (siglo IV y V) que a los niños se les
bautizaba no para perdonarles ningún pecado, sino para hacerlos mejores y
darles la categoría de hijos adoptivos de Dios. La iglesia oficial los persiguió
cruelmente, insistiendo en que aun el niño recién nacido está bajo el poder del
mal.
El Concilio de Florencia (1442), en su decreto contra los jacobitas ―otro grupo
considerado hereje―, reafirmó esta doctrina, declarando que el bautismo no
debía ser pospuesto ni siquiera por 40 u 80 días, como era la costumbre de
algunas personas. La razón: El peligro de muerte, que puede suceder a
menudo, porque no hay otro remedio disponible para estos infantes excepto el
sacramento del bautismo, que los libra de los poderes del demonio y los hace
hijos adoptados de Dios. Esta creencia de inocentes bebés en manos del
diablo se expresa en el rito del bautismo católico, en el que se incorporan
exorcismos en rechazo “a Satanás, a sus pompas y a sus obras”, que los
padrinos deben hacer en nombre de la criatura.
A partir de la Reforma protestante en el siglo XVI, empieza a haber entre los
cristianos reformados opiniones contrarias al bautismo infantil, aun cuando
Lutero sí lo mantuvo. Los anabaptistas, por ejemplo, enfrentaron a los luteranos
por negarse a bautizar niños, lo que provocó hasta guerras. Las únicas
denominaciones protestantes que mantienen actualmente el bautismo infantil
son la luterana y la morava. En la iglesia anglicana, en la copta, en la maronita
y en las iglesias ortodoxas de Europa oriental y Medio Oriente también se
practica el bautismo de bebés.
El ciego, las uvas verdes y la dentera
En tiempos de Jesús se creía que toda desgracia y toda enfermedad eran
consecuencia de un pecado cometido por quien las padecía. Esta creencia
estaba basada en las Escrituras. En el libro del Éxodo Dios advierte que
castigará las faltas de los padres en las tres generaciones siguientes (20,5), y
aunque posteriormente el profeta Jeremías y el profeta Ezequiel cuestionaron
esta idea y enfatizaron la responsabilidad individual, muchos contemporáneos
de Jesús seguían creyendo en males heredados por causa de pecados de los
antepasados.
Creían que Dios castigaba en proporción exacta a la gravedad de la falta. Se
creía también que Dios podía castigar “por amor”, para poner a prueba a los
seres humanos. Si aceptaban estos castigos con fe, el mal se convertía en una
bendición que ayudaba a tener un más profundo conocimiento de la Ley y se
facilitaba el perdón de los pecados. Los maestros de la Ley, detallistas y
escrupulosos en la discusión de estas ideas, enseñaban que ningún castigo
que viniera del “amor” de Dios podía impedirle al ser humano la lectura y el
estudio de la Ley. Por eso, la ceguera era vista siempre como gran maldición y
auténtico castigo, clara prueba de un pecado personal o de un pecado
heredado de los antepasados del enfermo.
Es precisamente ante ese caso extremo del castigo divino, el caso de un ciego
de nacimiento, que Jesús cuestionó estas creencias: ni el ciego había pecado
ni tampoco había heredado ningún pecado de sus padres (Juan 9,1-41). Jesús
fue categórico: ninguna enfermedad es castigo de Dios, la responsabilidad por
los pecados es individual, los pecados no se transmiten. Para explicarlo, Jesús
emplea la reflexión que siglos antes ya había hecho el profeta Jeremías: si los
padres comieron uvas verdes los hijos no sufrirán la dentera (Jeremías 31,29-
30).