Pero debe estar bien concentrada para que no le den los nervios pa’ que no vaya a perturbar. Así de sencillo. ¿Es la primera vez?
Mujer: Sí
¿Cómo te sientes?
Estoy Tranquila
¿Y por qué lo haces tú?
Ahhh, porque me nació
Los guantes y la mascarilla ¿para qué son?
Para protegerse del polvorín
¿Y el chirrinchi?
Ey el chirrinchi ¿pa’ qué es? –pregunta al grupo de mujeres que la acompañan.
Para limpiarlos, pa’ beber, pa’ limpiar –responde alguna.
La muerte es un puente hacia otra vida. En la cosmovisión wayuu se muere tres veces. En la primera muerte se hace el velorio; en la segunda, se exhuman los restos y se guardan en una urna, una misa católica y unos tiros al aire concluyen el ritual. La tercera es la muerte final en Jepira o Cabo de La Vela, el lugar sagrado donde quedan suspendidas las cenizas wayuu, donde el mar y el cielo llegan a confundirse.
En la tradición wayuu, los muertos solo pueden ser tocados por las mujeres.
La exhumación de los restos del viejo Govea, muerto a los 87 años, duró tres jornadas, desde el viernes en la noche hasta el domingo antes del anochecer. Llevaba 27 años muerto y enterrado. La antigua tradición wayuu reza que después de 10 ó 12 años se han de exhumar los huesos. La tradición wayuu moderna obra de manera diferente: “Ya lo teníamos preparado desde hace años, pero no se pudo, otro se impuso, la otra hija. Uno siente como un alivio porque se sale del compromiso con él y con la familia”, es Franzia Palmar, del clan Ipuana, hija del difunto.
Son 44 años de matrimonio contando las separaciones, las otras, la actual esposa… Pero cuando Franzia hace recuento dice “44 años juntos”. Ella tenía 18 y a los 38 ya tenía los 11 hijos: todos vivos “gracias a dios”. Su marido, Juan, aún vive en la Alta Guajira, dedicado a su ganado, es un hombre de maneras suaves, silencioso, “es una persona muy india, muy wayuu”. No la maltrató verbalmente nunca pero le hizo 11 hijos como sus ovejos tienen crías. Cumplidos los 70 años, él convive abiertamente con la segunda esposa en su ranchería. Franzia y Juan se ven en encuentros familiares, como la exhumación del viejo Govea, un mestizo que no veía con buenos ojos al hombre de campo que se llevó a su hija a lo más recóndito de La Guajira, “a pasar hambre”.
A sus 63 años, Franzia es fuerte e inquieta pero la artritis ya no le permite trabajar. Con el cuarto hijo nacido, se dio cuenta de que en la Alta Guajira no iba a prosperar y “bajó” a la ciudad de Paraguaipoa. Aún vive allí. Se inició en el comercio, como una más de las muchas mujeres wayuu de su tiempo: comprar en un lado y revender en otro. Maracaibo, Maicao...
Mujeres wayuu.
He trabajado mucho, en el comercio, en la casa, en la artesanía, no sé estar quieta… Que en los camiones, que el contrabando… todo eso lo he hecho yo porque mi esposo es muy machista, todo pa’ él, con derecho de tener mujeres, perderse un mes, dos meses. Yo traía el diario de mi casa, él nomás venía y me embarazaba, a la hora que a él le daba la gana, será porque yo era fiel, soy fiel, fui fiel. A los 38 años ya estaba a full (con los 11 hijos). Entonces mi hijo el mayor me dijo un día, ‘anda pa’ Maicao y mándate a picar las trompas, llegaron una gente española y creo que son buenos médicos’. Me fui, me picaron las trompas, hasta ese día dejé de parir.
Y Juan ¿cómo reaccionó?
No le hizo ni cosquillitas. Son muy machistas los hombres, que la mujer le haga de todo, que si llega borracho, que si atender a los invitados a cualquier hora, no le importa.
La exhumación termina mañana, ¿cómo te sientes?
Mañana falta el entierro, hay que repartir lo que queda, no podemos llevarnos nada para la casa, todo tiene que repartirse.
Se refiere a la comida. Las anfitrionas reparten a las mujeres que han ayudado en la cocina y a las invitadas la carne, el aceite, la harina y el azúcar sobrantes. Durante las tres jornadas, las mujeres han pasado día y noche cocinando y atendiendo a familiares e invitados; el momento de las novedades, los chismes y el desahogo. En la exhumación del viejo Govea, Franzia sacrificó 10 ovejos y chivos.
Queda uno tranquilo, ya se acabó todo.
Colombia. Bahía Portete, Municipio Uribia, Alta Guajira.
¿Qué están haciendo?
Débora Barros: Es una actividad junto a la Unidad para la Atención y Reparación Integral de Víctimas, gracias a la Ley de Víctimas. Este año, las víctimas de Bahía Portete van a regresar.
¿Dan atención únicamente a las víctimas de esa masacre?
Sí. Son 77 familias que han estado en Maracaibo todos estos años. Gracias a la Ley de Víctimas y al gobierno han podido hacer una primera asamblea. Se trata de fortalecer su autonomía.
¿Qué les reparten?
Alimentos, telares, hilos para que las mujeres puedan hacer su artesanía y vivir.
¿Cuándo será el regreso a Bahía Portete y qué garantías les ha dado el gobierno?
Regresarán entre octubre y diciembre. El Gobierno tiene Bahía Portete como un proyecto prioritario. El libro publicado por el Grupo de la Memoria Histórica y la investigación de la masacre ayudan a la garantía del retorno.
¿Y qué niveles de seguridad hay en la zona?
Los grupos armados ya no están ahí, existen algunos residuos, sí, pero no los que cometieron la masacre. Los paramilitares han sido desplazados de la Alta Guajira hacia las ciudades, como Riohacha, Maicao.
Bahía Portete es un lugar fantasma, solo hay ruinas. ¿Qué planes hay para reconstruirlo antes del retorno de las 77 familias?
Se va a construir un colegio, viviendas. Se reactivará la pesca. Pero el puerto ya no se reabrirá porque eso fue lo que marcó la disputa. La gente ya no quiere ni hablar de lo que sucedió, recordar es doloroso. Las mujeres están felices porque van a volver a su territorio, porque en la comunidad se crece, se tienen hijos…
¿Cómo ves al pueblo wayuu ante las amenazas externas?
El pueblo wayuu pasa hoy por un buen momento; las mujeres hemos dado la cara y hemos demostrado que tenemos la capacidad para hablar y conciliar.
La masacre en Bahía Portete sucedió en abril de 2004. Seis personas fueron asesinadas, cuatro de ellas mujeres, tres mujeres desaparecidas y entre 600 y 800 desplazadas internamente o en la vecina Venezuela. Todas pertenecientes al pueblo wayuu, dueño ancestral de la bahía. Entre 40 y 50 paramilitares del Frente Contrainsurgencia Wayuu del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) llegaron a la comunidad, lista en mano, con informantes locales y sujetos con prendas militares del ejército colombiano. Fue “La ruta del terror de los paramilitares por el territorio de Bahía Portete” (La masacre de Bahía Portete. Mujeres wayuu en la mira, informe del Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación de Colombia, 2010).
La disputa entre algunos clanes sobre Bahía Portete es antigua. Obtener el control de las bahías naturales del noroeste (Hondita, Honda y Portete) provocó en el pasado más de un enfrentamiento entre familias de la Alta Guajira. Se trata de salidas directas al Caribe, puertos para la carga y la descarga del comercio legal o ilegal de mercancías. A estas disputas internas se sumó la ofensiva paramilitar sobre la bahía, desde 2001, como ruta para el narcotráfico y el tráfico de armas. Los paramilitares utilizaron las guerras internas y se ganaron el favor de un bando. El deseo de obtener control territorial y poder político y económico explica la alianza de clanes wayuu con paramilitares. La masacre fue atribuida durante mucho tiempo y de forma interesada por gobierno, políticos, ejército, etc., a las guerras entre clanes, a la sed de venganza y a la costumbre de utilizar armas, es decir, a la imagen estereotipada que prima sobre los wayuu.
El Grupo de Memoria Histórica, que seis años después de la masacre publicó el informe con testimonios de sobrevivientes, destaca la matanza de Bahía Portete “en el universo de masacres en Colombia porque sus víctimas fueron principalmente mujeres”. Atacar intencionalmente a las mujeres, torturarlas y asesinarlas fue un acto de terror; la única arma utilizada en esta guerra, dirigida a humillar a los hombres para destruir el tejido social.
En pocas masacres paramilitares ha sido tan claro este uso como en la de Bahía Portete. Los signos de identidad de la cultura wayuu están en las mujeres: ellas visten la manta; ellas son portadoras del saber de los tejidos, las plantas medicinales y la comunicación con la naturaleza. Matarlas es matar la identidad wayuu. Son las mujeres las que comercian, las que negocian con el alijuna (no wayuu), las que entran y salen, el alma mater del pueblo wayuu.
Cuando uno o varios hombres de una familia han sido amenazados por otro clan, y pasan días sin salir a la calle por miedo a que los maten, las mujeres trabajan el doble para mantenerlos. Son sus madres, sus hermanas, sus sobrinas; son el ojo que todo lo ve. Mujeres jóvenes y profesionales deben “completar” su sueldo para que alcance a cubrir todos los gastos. La alternativa “natural” es comprar al por mayor en las grandes ciudades, Maicao o Maracaibo, y montarse en los camiones que viajan cada semana al norte, donde la mercancía se paga al doble. La escritora Estercilia Simanca Pushaina las llama seres de frontera.
En la masacre de Bahia Portete, familiares de Débora Barros fueron asesinadas. Entonces comenzó su lucha, junto a otras mujeres, para llegar a saber la verdad y obtener justicia y reparación. Dieron vida a Mujeres Tejiendo Paz pero también recibieron amenazas.
Las mujeres wayuu tejen y conversan.
¿Es necesario todavía que te protejan y tengas guardaespaldas?
Bueno, las amenazas, el miedo, el terror… Uno nunca está tranquilo, nunca baja la guardia. Lo importante es que en abril estaremos en Bahía Portete, se cumplen nueve años de la masacre, haremos un festival y llevaremos a las 77 familias.
El encierro
La tradición wayuu celebra un rito de iniciación a la edad adulta, sólo para las niñas. Cuando una niña tiene su primera menstruación, es encerrada en un cuarto al que no entran ni los rayos del sol ni el resplandor de la luna. Un chinchorro (hamaca) cuelga de lo alto del techo. Una única persona entra al cuarto, la abuela materna. Ella “le mocha el cabellito”, la alecciona en las tareas propias de una mujer wayuu; le cuenta, le canta, le lava el pelo con agua de lluvia, la alimenta. La niña sale convertida en mujer, preparada para cumplir. Ha podido permanecer unos meses, más de un año… según el prestigio de su clan.
Las parejas mixtas, los internados de monjas católicas, la “aculturación” y la urbanización fueron modificando esta tradición. Las familias “civilizadas” dejaron de practicar el encierro o encerraban a sus hijas tres o cuatro días para que no perdieran clase. Pero no hay mujer wayuu, hoy, que no sepa qué es, cómo se hace y qué se aprende en El Encierro.
En la cultura wayuu se crea un espacio simbólico, fuera del tiempo, donde la abuela enseña a la nieta la tradición oral y la función y el poder que tendrá en su nueva familia, cuando se case. La mujer transmite la sangre, el clan. Es portadora de la sabiduría, de los usos y las costumbres y del manejo de las plantas medicinales.
Hay una intención pragmática en este encierro ritual: la transmisión de la cultura en los wayuu es matrilineal. Durante esos días la abuela enseña a la nieta a tejer. La niña deberá deshacer y rehacer por completo el chinchorro si se confundió. La abuela no transige. La artesanía y el comercio son las dos garantías para el sustento económico.
En el encierro se valora el silencio. Mientras una mujer teje, su mente está concentrada: dos líneas azules-tres rojas-cuatro verdes; dos líneas azules-tres rojas-cuatro verdes… No se divaga ni se sueña, y mucho menos se dedica una a andar “dándole a la lengua en casa ajena”. Es lo que aprendió Elisa Ipuana, quien ha dedicado toda su vida a tejer. Reconocida artesana de la Alta Guajira, premiada por sus chinchorros, “para hacer uno, dedicación completa, dos semanas”. Vende cada uno a un millón de pesos, en Colombia, y 10.000 bolívares fuertes en Caracas.
Estercilia Simancas, del clan Pushaina, es la autora de El encierro de la pequeña doncella. Quiso contar este ritual a los alijunas (no wayuu). ¿Por qué?
Elisa Ipuana explica el encierro y teje.
Porque yo no pasé por él, mis amigas sí. Uno sabía qué era el encierro pero no me podía atrasar en los estudios. Así que tenía un vacío cultural. A los wayuu les gustó y las mujeres que no son wayuu pensaron que yo estaba haciendo una denuncia.
Las mujeres proponemos cambios para que la cultura sobreviva
Jayariyú, Jaqueline, Beda… Son profesionales, urbanas, madres... Están llenas de confianza en sí mismas. Son fuertes e ignoran las fronteras desde su rincón guajiro: Jayariyú Farías, Maracaibo, directora del periódico binacional Wayuunaiki (el idioma del pueblo wayuu); Jaqueline Romero, Barrancas, corredor minero, de la organización Fuerza de Mujeres Wayuu; Beda Suárez, Maicao, doctora y directora del centro médico Anas Wayuu. Ellas recuperarán la tradición del encierro con sus hijas o sobrinas. Jamás van a renegar de su identidad ni del poder que les confiere la tradición matrilineal (el hombre recibe el clan de su madre pero él no transmite el suyo). Ellas no tienen que cambiar; es la sociedad patriarcal y machista la que debe abrirse a los cambios.
Dicen que somos mujeres que queremos romper la cultura. Trasgredir paradigmas culturales, históricos. Pero las culturas no son estables, la misma madre tierra ha dicho que no podemos seguir tapando violencia contra las mujeres aupados por el discurso cultural. Hablamos de dualidad y armonía. Sencillamente somos duales cuando nos tomamos una foto con la pareja para decir que somos la luna y el sol. Suena fuerte porque no estamos preparados para saber que las mujeres proponemos cambios para nuestra subsistencia como cultura, porque es nuestra responsabilidad.
Jaqueline también está preocupada por las amenazas externas, la más grave son los mega proyectos de explotación de recursos. Las mujeres se han sumado a la campaña internacional No a la Mega Minería.
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La Guajira es una mujer desafortunada porque estamos inmersos en mucha riqueza natural, gas, sal, carbón, petróleo, minerales... Es el capitalismo que nos viene arrasando con todo.
La minería no beneficia a las mujeres: no les da trabajo, expropia sus tierras, contamina sus ríos y provoca violencia.
¿Qué formas de violencia ha provocado la operación de La Mina de carbón El Cerrejón, en el sur de La Guajira?
Hemos encontrado desplazamiento, pérdida de tierras para agricultura y pastoreo, enfermedades, cambios culturales que sufren los hombres que trabajan en la mina, violencia sexual, la mujer es vista para procrear o para el disfrute.
En cada situación cuando la “paciente” es una mujer, Beda, respira profundo. Hay que imaginarla en una bata blanca dando órdenes certeras para que una mujer no se le muera en el parto. Pero lidiar con la tradición requiere una táctica: recordar a las autoridades tradicionales su obligación de mejorar la vida del pueblo wayuu.
Cuando sale del encierro con 9, 12, 13 años, la niña ya está apta para iniciar otra familia. El hecho de que inicie relaciones sexuales tan joven es un factor condicionante para el cáncer de cérvix. Va a ser madre muy joven, problemas fisiológicos, psicológicos… Y ‘¿qué hago?’ Dilema. Ahí sí, toca hablar con las autoridades tradicionales.
Asocabildos agrupa a las autoridades tradicionales wayuu del departamento colombiano de La Guajira, tutela y vigila el centro médico Anas Wayuu.
Si es una familia muy tradicional, el hecho de que al hombre se le permita tener varias mujeres no es un problema, porque va a estar sólo con dos o tres, no es muy sano pero son las mismas.
¿Conoces casos de violaciones ocurridas en las comunidades, fuera del círculo familiar?
Sí. Yo no sabía cómo abordar un tema de violencia sexual al interior de la comunidad. Corría el riesgo de que ellos (las autoridades tradicionales) lo podían considerar una ofensa, y las ofensas aquí se pagan. La clave fue decirles: ‘bien que Colombia respeta los usos y costumbres pero los derechos de las niñas están por encima’. No se puede permitir en la cultura, para nosotros tú reparas un daño pagando una dote. La violó, la agredió, pagó una dote y ya. Así que construimos una ruta de atención entre todos, para atender, poner la denuncia…
Y sobre la salud mental de las mujeres, niveles de estima, depresiones…
¡Ay sí! Yo lo he pensado pero no he ahondado. Pero cuando alguien no te contesta te transmite su miedo… Y cuando les preguntas, ellas… o sea no deciden, si su hijo está enfermo y hay que remitirlo a otra ciudad, es decisión del esposo, de la familia. O el marido no permite ligadura de trompas y tienen 25 ó 35 años y 8, 9 hijos. No hay nada que hacer sino recurrir de nuevo a las autoridades tradicionales y a las mujeres líderes, a los docentes para que ayuden.
¿Casos de SIDA?
La incidencia del VIH en el wayuu es preocupante. Mira, un paciente de Maicao, de zona rural, cerca de la frontera, celador (guardia de seguridad privada), que le pagan cada 15 días, ¿qué hace con la plata? 40% a su familia, mujeres e hijos, 60% se lo toma y va a casas de prostitución. ‘¿Por qué vas allá?’ –Le pregunté- ‘Porque ella puede hacerme cosas que mi mujer no’. ‘Pero es fácil que tú le enseñes a ella’ –le contesto yo- ‘No ella no, ella es sagrada’.
Jayariyú Farías Montiel lleva el nombre de un clan porque su padre estaba convencido de que sería varón y llegaría a ser el cacique. Es la fundadora y directora de Wayuunaiki. Hacerse hueco en el mercado con un periódico bilingüe hecho por y para los wayuu no ha sido tarea fácil. Pero Jayariyú está satisfecha, cumplen 13 años. Tienen una red de reporteros y el periódico se vende en Colombia y Venezuela. La militarización de la frontera, la presencia de grupos armados, la presión sobre la población, el contrabando de gasolina, de cocaína… son circunstancias que convierten a esta frontera en un punto caliente. Muchas de estas situaciones son un Tabú-Vox Populi; informar sobre ellas puede ser un arte o un reto.
Somos un medio plural que hace denuncia. ¿Que si practicamos la autocensura? ¡Claro que practicamos autocensura! En temas relacionados con la guerrilla, con el conflicto armado de Colombia, con los paras. Un tío me dijo: 'ese tema ni lo toquen' (una advertencia de toda su familia). Los bachaqueros son familias que venden combustible para sobrevivir; las moscas son las mujeres que negocian con el ejército el paso del combustible. Según la ley todos son contrabandistas pero ¿cómo vamos a denunciarlos? Ellas tratan de negociar con la Guardia Nacional y con el ejército porque ya no hay tantas trochas (vías secundarias) como antes, entonces la tensión aumenta. La gasolina es un problema tan grave como el narcotráfico. Otro caso grave de esta frontera, en la cárcel de Sabaneta (Caracas) hay unas 60 mujeres wayuu, yo las he visitado, la mayoría están por ser 'mulas' del narcotráfico y yo me pregunto: ¿Quién se ocupa de sus hijos?
Colombia. Ranchería Kulushu. Municipio Uribia, Alta Guajira.
Rosamira y María Dolores son hermanas y viven juntas en la Ranchería Kulushu, en campo abierto y solitario al pie de la carretera que corre paralela a las vías del tren de carbón.
La ranchería es el hogar tradicional del núcleo familiar wayuu. Las hermanas viven en el territorio de sus antepasados, en medio de una planicie espaciosa y venteada. El suelo pelado y limpio; los cardones, trupíos y tunas cercan el terreno. Las bolsas de plástico y los papeles ondean al viento, prendidos de sus pinchos y ramas.
Rosamira y María Dolores. Los nombres de las mujeres cambiaron con la inmersión de las wayuu en los internados capuchinos de La Guajira. De llamarse Kaguaraza, Kaleme o Raizha, pasaron a llamarse con los cristianísimos nombres de Rosa María,
María Dolores, María, María María.
La Guajira colombiana.
¿Tienen agua cerca, un molino o algo?
No, pa’lla sí, lejitos y es salobre.
¿Y cómo hacen entonces?
A veces nos regalan agua, el carro tanque de Uribia. A veces mi hermano…
Y el tren al pasar ¿hace mucho ruido?
Aja, se acostumbra, y mire que pasa por las madrugadas, a la una, dos. Cuando está to’ así, callaíiito, se siente.
Rosamira, lleva usted dos años barriendo las cagadas de los animales, ¿por qué? (al lado del corral hay un pequeña montaña de tierra y bolitas negras).
¡Ahhhh! No, dos años no, cinco. Los chivos, usted sabe, que cuando llueve ellos se arriendan aquí (se acercan a la casa) y es cuando ellos se enchundan con la mierda. Y eso rasquiña (ensucia) los pies. Y hay que mantener el aseo.
¿Van a Uribia de vez en cuando?
Sí, a hacer las compritas, el mercadito, a pie es una hora. Ahora hay mototaxi, unos 3.000 pesitos, cuando no hay, nos toca a pie.
María Dolores, usted se encarga de ver los animales ¿verdad? (María Dolores habla wayuunaiki, traduce su hermana).
Desde la cinco de la mañana camino, recoger ganado… Cuando el verano es más intenso más lejos, a los animales se les va buscando el agua, atraaas se pierden, busca, una lucha permanente.
¿Y si pudiera pedir un deseo que pediría?
¿?
Traducción de su hermana: ¿Qué es lo que tú más quieres en la vida?
Las dos hermanas hablan en wayuunaiki. Finalmente Rosamira traduce: vivir en paz, no tener problemas, morir de viejas, que nos visiten… -se ríen y continúan pidiendo deseos en wayuunaiki- que sus hijos las visiten, que las visiten su gente porque les trae felicidad y la soledad se siente.
Siempre han tenido poder y liderazgo. Pero siempre han topado con la autoridad del hombre. A las mujeres mayores, como Franzia, se les pasó la hora de guardar apariencias y sentir pudor. Dan su testimonio sin pedir permiso. Las más jóvenes, como Jaqueline, siguen franqueando la barrera del silencio pero siguen encontrando una tradición patriarcal férrea.
Yo tengo posición política en mi comunidad pero he de enfrentar aún a mi tío materno al que no puedo pasar por encima, porque él es el representante político de mi familia. Yo culturalmente jamás podré traspasarle. La voz y la decisión pública y política siguen en manos del hombre aunque las mujeres digamos lo que se debe hacer. Pero debemos seguir la discusión porque seguimos pensando en estas tensiones, y eso a pesar de que yo quiero mantener mi identidad wayuu. Las propias multinacionales me pasan por encima, por ser mujer.