JOVEN ¡Sinvergüenza, ahora vas a saber...!
RAQUEL Continuamos en los alrededores del templo del Redentor en
Jerusalén. Después de este inesperado incidente, la calle vuelve
a su normalidad. Y Emisoras Latinas reanuda su transmisión.
JESÚS ¿Por qué pelearían ésos, Raquel?
RAQUEL Ni idea. Tal vez por deudas atrasadas. Pero es una buena
ocasión para preguntarle a Jesucristo, que nuevamente nos
acompaña, qué opinión le merece lo que hemos visto.
Seguramente, en su tiempo no era así, no se veían estas cosas...
JESÚS Yo también conocí pleitos por deudas y gente violenta... Pero
fíjate, Raquel, ¿no estábamos hablando ahí, dentro de ese
templo, de la confesión de los pecados?
RAQUEL De eso hablábamos, sí... ¿Y?
JESÚS Como caído del árbol. Dime, ¿qué tendrían que hacer esos dos
pendencieros para reconciliarse con Dios? ¿Ir a confesarse con
un sacerdote que ni los conoce, que está escondido en una jaula
dentro de esa iglesia?
RAQUEL Bueno, aunque yo no soy la entrevistada, sino usted... Le diré
que... yo pienso que deberían arreglarse entre ellos dos.
JESÚS Tú lo has dicho. Porque no tiene sentido que yo ofenda a Matatías
y me confiese con Zacarías.
RAQUEL ¿Y no sería mejor que pidieran perdón a Dios directamente?
JESÚS Es que si no pides perdón a tu hermano, a quien ves, ¿cómo vas
a pedir perdón a Dios, a quien no ves? Si no devuelves a quien le
robaste, ¿a quién le vas a devolver?
RAQUEL Defínase, Jesucristo. ¿Qué hacemos con el llamado sacramento
de la confesión?
JESÚS Esa confesión, como explicaba ese amigo a quien llamaste hace
un rato, habrá llenado de miedos y de culpa a mucha gente. Hay
que olvidarla.
RAQUEL Entonces, según usted, ¿qué deberían hacer para reconciliarse
dos personas que andan de enemigas?
JESÚS Que dialoguen las dos, a solas. Que se perdonen entre sí.
RAQUEL ¿Y si no se ponen de acuerdo?
JESÚS Que busquen a un tercero y hablen.
RAQUEL ¿Y si tampoco entre tres resuelven el problema?
JESÚS Bueno, en ese caso, que lo presenten a la comunidad. Así
hacíamos en nuestro movimiento. Me acuerdo una vez que Pedro
estaba furioso con Santiago y con Juan por algo que habían
dicho. Olvídalo ya, Pedro, le digo. No es la primera vez que están
conspirando, me dice. Perdónalos, Pedro. ¿Cuántas veces debo
perdonar a este par de sinvergüenzas?, me dice él. ¿Dos, cuatro,
siete veces?
RAQUEL ¿Y usted qué le dijo?
JESÚS No hasta siete, sino hasta setenta veces siete, Pedro. Esa es la
confesión que tiene valor, el perdón entre hermanos.
RAQUEL Sin embargo, señor Jesucristo, yo revisé los evangelios. Y aquí,
en el de Juan, usted dice claramente a los sacerdotes: “A quienes
perdonen los pecados, les quedan perdonados.” Y en el de Mateo
dice también: “Cuanto aten en la tierra, quedará atado en el cielo.”
¿Entonces?
JESÚS Entonces, nada. Yo dije eso, pero no a ningún sacerdote. Lo dije a
la comunidad. La comunidad es la que perdona, no los
sacerdotes. Es en la comunidad donde nos perdonamos, no en
esos rincones oscuros de los templos.
RAQUEL ¿Tampoco en esos cultos de oración y de milagros, donde los
pastores, los predicadores, cantan y gritan y perdonan
multitudes?
JESÚS Es que no necesitamos sacerdotes ni pastores ni predicadores
para perdonar pecados. Lo que yo dije fue sencillo. Si ofendes a
alguien, pídele perdón y no repitas el daño. Si te ofende alguien,
perdónalo. Y Dios, que vive en la comunidad y conoce lo que hay
en tu corazón, también te perdonará a ti. Setenta veces siete te
perdonará. Siempre.
RAQUEL Con estas nuevas declaraciones de Jesucristo, cerramos por hoy
nuestra transmisión. Raquel Pérez, Emisoras Latinas, Jerusalén.
CONTROL CARACTERÍSTICA MUSICAL
LOCUTOR Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su
segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José
Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.
MÁS DATOS SOBRE ESTE POLÉMICO TEMA...
Setenta veces siete
Jesús recuerda con Raquel una discusión que tuvo con Pedro, Santiago y Juan
(Mateo 18,21-35), a la que puso fin diciéndole a Pedro que hay que perdonar
“setenta veces siete”.
En la cultura de Israel el número siete era especialmente significativo. El origen
de su importancia estaba en la observación de las cuatro fases de la luna, que
duran cada una de ellas siete días. De ahí pasaron los israelitas a asociar el
número siete con un período completo. El siete significaba para Israel una
totalidad querida por Dios. El orden del tiempo estaba basado en el siete: el
sábado, día sagrado, llegaba cada siete días. Perdonar siete veces era
perdonar completamente. Setenta es una combinación del 7 y del 10. Si el siete
era plenitud y totalidad, el diez ―su carácter simbólico partió de los diez dedos
de la mano―, tenía también el carácter de número pleno, aunque en un menor
nivel. “Setenta veces siete” quiere decir siempre, sin excepción, a pesar de
todo.
Es en la comunidad donde nos perdonamos
La práctica de la Iglesia primitiva vio la conversión individual y el perdón
relacionados con la comunidad, mientras que la teología medieval se centró en
el perdón de los pecados del individuo por la mediación sacerdotal.
La práctica de la confesión individual (el penitente ante el sacerdote, el secreto,
la enumeración y detalle de todos los pecados) ha sido muy cuestionada desde
hace años como una práctica intimidatoria. Por eso, después del Concilio
Vaticano II surgieron en muchas comunidades cristianas católicas nuevas
formas de celebrar este sacramento, en las que se obviaba el decir
públicamente los pecados, se conservaba el espíritu de arrepentimiento y el
sacerdote absolvía a la comunidad que se reunía, motivada por actitudes de
humildad y reconocimiento de los errores cometidos. Estas celebraciones
penitenciales comunitarias representaron un avance importante. Sin embargo,
era aún el sacerdote el que “perdonaba”. La involución anti-conciliar organizada
por el Papa Juan Pablo II reforzó la práctica de la confesión individual.
En otras iglesias cristianas siempre ha habido mayor apertura. Por ejemplo, en
el “Libro de Oración Común” de la Iglesia episcopal se ofrecen las dos
opciones: la reconciliación comunitaria en el culto y la confesión privada, que
no es obligatoria y que se rige por esta fórmula: Todos pueden, algunos
debieran, ninguno está obligado.
El hermano de Jesús, Santiago, en su Carta (5,16) dice: Confiésense
mutuamente sus pecados y oren los unos por los otros para que sean curados.
Hay quienes ven en esta cita una invitación a confesarse “en comunidad” y, por
tanto, a perdonarse en comunidad, no necesariamente con la mediación de un
sacerdote como “perdonador” oficial. En su primera carta, Juan habla de
reconocer y confesar nuestros pecados ante Dios, no ante el sacerdote: Si
reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos los
pecados y purificamos de toda injusticia (1 Juan 1,9).
El espíritu del mensaje de Jesús nos indica que para ser perdonados debemos
ir hacia Dios, hacia la comunidad, y especialmente hacia aquel a quien hicimos
daño al pecar. Nos perdonamos unos a otros al confesarnos unos a otros el
daño que nos hicimos. En algunos casos, no serán necesarias palabras, sino
gestos, a veces más elocuentes que las palabras. Lo que “perdona” los
pecados es el arrepentimiento y la mediación de la comunidad. Lo que perdona
los pecados es la “conversión”, el cambio de vida, la reparación del daño
hecho.
Un mensaje claro
Jesús habló sobre el perdón con tanta claridad que no hay dónde perderse.
Dijo que si ofendíamos a alguien debíamos buscar a esa persona y hablar,
dialogar con ella para reconciliarnos; que si eso no bastaba buscáramos una
tercera persona, una “mediación”; y que si no era suficiente, buscáramos el
perdón en la comunidad. Una “fórmula” con mucho del espíritu con el que se
emprende hoy la negociación de conflictos.
El camino que propone Jesús es tan claro, tan eficaz y tan de sentido común
que cuesta entender cómo ha sido tan alterado para justificar un “sacramento”
que sólo busca dar poder al personaje “sagrado” que perdona y que a lo largo
de la historia ha generado prácticas que a todas luces violentan el respeto y la
dignidad que deben prevalecer en las relaciones humanas.