hasta amenazas. Algunos oyentes fundamentalistas dicen que si
Jesucristo sigue hablando así, tomarán represalias contra nuestra
emisora.
JESÚS ¿Y por qué un corazón tan duro el de esos oyentes?
RAQUEL Usted sufrió en carne propia la intolerancia. Intolerancia y religión
han ido de la mano durante mucho tiempo... Como prueba, hoy
he traído un documento grabado. Me gustaría que lo escuchara
para iniciar nuestro programa.
JESÚS Sí, házmelo oír.
NARRADORA Las ataban de pies y manos, las estiraban hasta romperles los
huesos. Las sentaban en sillas con puntas afiladas, les echaban
agua hirviendo por boca y oídos...
INQUISIDOR ¡Confiesa, maldita, bruja, confiesa que tuviste relaciones
carnales con el diablo!
NARRADORA Les taladraban el cuerpo con punzones, les cortaban la lengua,
los pechos, les rompían las manos, las violaban delante de sus
esposos y de sus hijos... Y después, las quemaban en la hoguera.
JESÚS No sigas. ¿Por qué me haces escuchar esta abominación?
RAQUEL Porque... los verdugos eran representantes suyos.
JESÚS ¿Míos? ¿De qué me estás hablando, Raquel?
RAQUEL Lo que usted ha escuchado ocurría en los tribunales de la Santa
Inquisición.
JESÚS ¿Cómo llamas santa a algo así?
RAQUEL Es que así la llamaron, santa. Tengo los datos. ¿Quiere
conocerlos?
JESÚS Háblame, aunque duela.
RAQUEL Son muchos los que coinciden en afirmar que la Inquisición es la
página más vergonzosa de la historia de la iglesia. La inició hace
unos mil años un papa, Inocencio Tercero, para perseguir
herejes... El mismo que impuso el “sacramento” de la confesión.
Los papas que vinieron después crearon los tribunales,
autorizaron las más horrendas torturas, aprobaron el exterminio
masivo de mujeres en todos los países cristianos. Las acusaban
de brujas.
JESÚS ¿Y quiénes eran esas hijas de Dios a las que llamaban brujas?
RAQUEL La mayoría eran mujeres pobres, campesinas, parteras...
También había mujeres sabias, que conocían los secretos de la
naturaleza... Decían que estaban poseídas. Y las torturaban para
sacarles el diablo del cuerpo...
JESÚS Y los diablos eran ellos...
RAQUEL Se lee en las crónicas que la acusada nunca sabía quién la
acusaba ni de qué. Si negaba los cargos, las torturas eran más
crueles. Si por el miedo se reconocía endemoniada, le concedían
la gracia de estrangularla antes de echarla a la hoguera. También
torturaron y mataron hombres, campesinos, aldeanos... Las
familias de las víctimas tenían que entregar sus bienes a los
sacerdotes. ¡Y todo eso en su nombre, Jesucristo!
JESÚS ¡No en mi nombre!... Dime, Raquel, ¿cuánto tiempo duró esa
abominación?
RAQUEL Se prolongó durante siglos.
JESÚS ¿Y murieron muchas hijas de Dios a manos de esos demonios?
RAQUEL Algunos hablan de cientos de miles, otros de millones...
JESÚS En verdad, en verdad te digo: fue la hora del poder de las
tinieblas.
RAQUEL Bueno, el Papa Juan Pablo Segundo ya pidió disculpas por los
errores que cometió la Inquisición.
JESÚS ¿Errores?... ¿Disculpas por millones de mujeres torturadas y
quemadas vivas? Ese crimen no se borra ni con lejía de batanero.
RAQUEL ¿Quiere decir que usted no los perdona?
JESÚS Tendrían que arrancarlo de raíz.
RAQUEL ¿Arrancar qué?
JESÚS El árbol de la fe en el diablo. Es ese árbol el que ha dado frutos
tan podridos como los que me has contado hoy. Ellos tendrían
que arrancarlo de raíz, de cuajo. Decir claramente que el diablo
nunca existió, decir que los diablos fueron ellos. Sólo así serán
perdonados.
RAQUEL Desde Jerusalén, Raquel Pérez, Emisoras Latinas.
CONTROL CARACTERÍSTICA MUSICAL
LOCUTOR Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su
segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José
Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.
MÁS DATOS SOBRE ESTE POLÉMICO TEMA...
Para investigar y castigar herejías
Inquirir significa investigar. La Inquisición investigó, sancionó, combatió y
castigó las herejías en la iglesia. Duró siglos y tuvo características distintas en
las distintas etapas y en los distintos países, aunque el denominador común fue
siempre la intolerancia y la crueldad. La Inquisición inicia en la Edad Media en
1184 en el Languedoc, sur de Francia, para combatir la herejía de los cátaros
(de “katharoi”, “los puros”) también llamados albigenses, la primera herejía
organizada y circunscrita a un territorio concreto que desafió a la iglesia
romana.
En el Concilio de Letrán (1215), reunión convocada y presidida por el Papa
Inocencio III, el tema central fueron los herejes de la época, que no aceptaban
las doctrinas oficiales que imponía el Papa de Roma. El Decreto contra estos
herejes iniciaba así: Excomulgamos y anatematizamos a toda suerte de herejía
que se alce contra la fe santa, ortodoxa y católica, que acabamos de exponer.
Condenamos a todos los herejes, cualesquiera sea el nombre con el cual se
los denomine. Porque si bien se presentan de modo diferente a la luz del día,
están muy unidos en la clandestinidad: el orgullo los hace a todos iguales.
En 1249 la Inquisición se implantó en Aragón, España. Y al unirse Aragón y
Castilla se constituyó en 1478 la Inquisición española, que duraría hasta 1821,
siempre bajo control de la monarquía española. Desde España la Inquisición se
instaló en las colonias españolas de América. La Inquisición portuguesa tuvo
una duración similar a la española (1536-1821). La Inquisición romana, dirigida
desde el Papado, duró desde 1542 hasta el año 1965 del siglo 20.
Ser hereje era ser traidor
Desde que el cristianismo se convirtió en religión del Estado en el siglo IV con
la “conversión” del emperador romano Constantino, los herejes ―quienes
disentían de la doctrina oficial cristiana, que en ese siglo comenzó a ser la
doctrina de los Papas de Roma― fueron considerados traidores y enemigos
del Estado, delincuentes “políticos”.
En el siglo XII, los cátaros o albigenses cuestionaban al Papado y desacataban
su poder. Al Papa lo llamaban “el Anticristo” y a la iglesia de Roma “la puta de
Babilonia”, evocando la imagen de la “gran ramera” del Apocalipsis. Los
cátaros, contrarios al lujo y al poder del papado romano, eran ascetas: no
comían carne, no contraían matrimonio. Se negaban a usar las armas y
rechazaban los altares, los santos, el culto a las imágenes y a las reliquias.
El papa Lucio III (1181-1185) determinó acabar con ellos militarmente y emitió
la bula “Ad Abolendam”. La bula exigía a los obispos extirpar la herejía y les
daba potestad de juzgar y condenar a los herejes de su diócesis. Esta
disposición papal es el germen de la “Santa” Inquisición y del “Santo” Oficio. En
esta primera etapa, la Inquisición dependía de los obispos. En 1231, el Papa
Gregorio IX estableció la Inquisición pontificia, que dependía directamente del
Papa y que fue administrada por los religiosos dominicos. En 1252, el Papa
Inocencio IV autorizó el uso de la tortura para obtener la confesión de los
acusados.
Para aniquilar judíos y protestantes
La Inquisición española actuó durante más de 300 años. Fue creada en 1478
por una bula papal para combatir las prácticas judaizantes de los judíos
españoles forzados a convertirse al cristianismo. En el siglo XV y XVI actuó
contra judíos conversos y moriscos (árabes no convertidos). Durante los siglos
XVI y XVII actuó contra luteranos y brujas. En los siglos XVII y XVIII contra los
masones y censurando libros. En 1559 la Inquisición romana había creado el
Índice de Libros Prohibidos, una lista de publicaciones y autores que no podían
leerse bajo pena de excomunión. En el Índice se especificaban los capítulos,
páginas o líneas que debían ser censurados (cortados o tachados) de los libros
parcialmente permitidos por la Inquisición.
Para la Inquisición española cualquier persona a partir de doce años ―las
niñas― y de catorce ―los niños― podía ser responsable de herejía. Herejes y
conversos ―convertidos al catolicismo para no ser perseguidos― fueron los
objetivos principales de las pesquisas y persecuciones. El primer Gran
Inquisidor de España fue el religioso dominico Tomás de Torquemada,
confesor de la reina Isabel “la católica”, que presidió numerosos procesos
inquisitoriales y fue responsable de la quema de bibliotecas judías y árabes. Su
apellido ha quedado en el idioma español como alias de personas fanáticas e
intolerantes. Se calcula que durante el mandato de Torquemada fueron
quemadas más de 10 mil personas, otras 27 mil fueron torturadas y unas 114
mil fueron condenadas.
Tras la conquista de América se instalaron tribunales de la Inquisición en
México, Lima y Cartagena de Indias. El tribunal de Lima tenía jurisdicción sobre
todo Perú, Panamá, Quito, Cusco, Río de la Plata, Tucumán, Concepción y
Santiago de Chile. El de México sobre toda Centroamérica. En 1573 se realizó
en Lima el primer auto de fe, en el que Mateo Salado, de nacionalidad
francesa, fue quemado vivo acusado de ser luterano.
En el fallo dictado en el siglo XVI por un inquisidor contra Mariana de Carvajal,
residente en México, se lee: Condeno a que se le dé garrote hasta que muera
naturalmente, y luego sea quemada en vivas llamas de fuego hasta que se
convierta en ceniza y de ella no haya ni quede memoria. A esta mujer se la
inculpó como judaizante. El pecado de “sodomía” fue uno de los más
perseguidos por los tribunales de la Inquisición en América Latina.
Eliminar la Inquisición fue un reclamo de todos los protagonistas de las luchas
independentistas latinoamericanas. El último condenado a muerte, por
ahorcamiento, de la Inquisición española fue un maestro de escuela acusado
de deísta, en 1826, en Valencia. Lo denunciaron porque no llevaba a sus
alumnos a misa y por no rezar el avemaría en la escuela. El caso tuvo
repercusión en toda Europa y marcó el fin en España de esta nefasta
institución.
Los procesos de la Inquisición
Cuando los inquisidores llegaban a una población proclamaban dos edictos. El
“edicto de fe” obligaba, bajo pena de excomunión, a denunciar a los herejes y a
sus cómplices. Y el “edicto de gracia” daba al hereje denunciado un plazo de
quince a treinta días para que confesara su culpa sin que se le aplicase la
confiscación de sus bienes, la prisión perpetua o la pena de muerte. Este
procedimiento provocaba delaciones, siempre protegidas por el anonimato y
autoinculpaciones. Los denunciados no conocían en ningún momento de qué
se les acusaba. El secreto sumarial con que el Santo Oficio llevaba sus
procesos, con el fin de evitar represalias, provocaba gran temor entre la
población y convertía a cualquier ciudadano en delator o colaborador del
tribunal.
El detenido era encarcelado y permanecía incomunicado. Le secuestraban sus
bienes para garantizar su alimentación y los costos del proceso, que consistía
en una serie de audiencias en las que se escuchaba a los denunciantes y al
acusado. El acusado contaba con un abogado “defensor”, que no lo defendía
sino que lo amonestaba para que reconociera y confesara sus culpas. Para
obtener la confesión se podía prolongar la prisión, privarlo de alimentos o
torturarlo. En un principio, la iglesia se opuso a la tortura. Pero ya en 1252 el
Papa Inocencio IV la autorizó, con la condición de que no se mutilara al reo y
que se le torturara pero no hasta causarle la muerte. Son indescriptiblemente
crueles las torturas que los tribunales de la Inquisición practicaron durante
siglos.
El proceso terminaba raramente con la absolución y habitualmente con la
condena. Si el reo era absuelto se le multaba, se le reprendía y tenía que vestir
el “sambenito” (saco bendito), para que todos supiesen de su paso por el
tribunal. Los condenados eran ejecutados. Si se arrepentían de la herejía los
ahorcaban, si eran pobres. A los de mejor posición social los degollaban. Si no
se arrepentían, los quemaban vivos. Las ejecuciones se realizaban en los
“autos de fe”. El primero de los “autos de fe” realizados en España tuvo lugar
en Sevilla en 1485.
Un caso, un ejemplo, un horror
En el libro de Henry Charles Lea, “History of de Inquisition of Spain” (Historia de
la Inquisión española), tomo 4, se relata un caso ocurrido en España en el siglo
XVI, después de iniciar la persecución a los judíos que vivían en tierras
españolas.
Elvira del Campo, una mujer embarazada, fue arrestada por la Inquisición bajo
la sospecha de que era judía. En la prisión dio a luz a un niño. Un año después
fue llevada ante el tribunal de la Inquisición en Toledo. Dos obreros que vivían
como inquilinos en su casa se presentaron como testigos y dijeron que Elvira
no comía carne de cerdo y que los sábados se ponía ropa interior limpia. Por
este comportamiento tan sospechoso de adhesión al judaísmo, los dos testigos
fueron premiados con tres años de indulgencias por sus pecados.
Interrogada, Elvira afirmó ser cristiana, dijo que su marido y su padre también
lo eran. Sin embargo, su madre tenía antepasados judíos. Elvira dijo al tribunal
que desde pequeña no quiso comer carne de cerdo porque le daba náuseas y
que su madre le había enseñado a cambiarse la ropa interior los sábados, en lo
cual ella nunca vio ningún significado religioso. El tribunal la amenazó con
torturarla si no decía que era judía. Como no lo hizo, fue desnudada. Le ataron
las manos, apretándolas con cuerdas hasta quebrarle los huesos. Después fue
atada a una mesa con aristas afiladas, manteniéndola atada. Durante la tortura
confesó haber violado las leyes, pero como no supo detallar cuáles leyes había
violado, fue sometida a la tortura del agua: le taponaron la nariz y por la boca le
echaron por un embudo litros de agua. Después le golpearon el vientre así
hinchado. Muchas víctimas de esta tortura morían ahogadas o reventadas.
Elvira no murió. Durante cuatro días se le suspendió la tortura, encerrándola en
una celda en donde terminó confesando ser judía y suplicando clemencia. Ésta
consistió en que no la mataron, pero le confiscaron todos sus bienes y fue
condenada a tres años. A los seis meses la dejaron libre. Había enloquecido.
La Inquisición romana
La Inquisición romana, también llamada Congregación del Santo Oficio, fue
creada por el Papa Pablo III en 1542, después de la Reforma protestante para
examinar los errores doctrinales que estaban surgiendo por toda Europa y para
castigarlos severamente.
En 1600 el Santo Oficio juzgó, condenó y quemó en la hoguera al filósofo
renacentista Giordano Bruno por sus novedosas ideas. En 1633 fue procesado
y condenado el genio científico Galileo Galilei por afirmar que era la Tierra la
que giraba alrededor del Sol y no al revés. La Inquisición consideró que esta
teoría era contraria a las Sagradas Escrituras. Temeroso de ser torturado,
Galileo, entonces de 70 años, abjuró de su teoría y la negó ante el tribunal
romano.
Fue hasta 1965 que el Papa Pablo VI reorganizó el Santo Oficio y lo llamó
Congregación para la Doctrina de la Fe.
Un mundo intolerante
Durante siglos, las guerras religiosas y la Inquisición asfixiaron a Europa con
intolerancia y brutalidad. También los protestantes perseguían a quienes
consideraban herejes. Un tribunal calvinista, a instigación del propio Calvino,
quemó en la hoguera al médico, teólogo y filósofo español Miguel Servet en
1553 en Ginebra. Servet había descubierto la circulación de la sangre entre el
corazón y los pulmones y, contradiciendo a católicos y protestantes, negaba la
doctrina del pecado original y el dogma de la Santísima Trinidad y rechazaba el
bautismo de niños. Servet siempre creyó que todo lo que puede ser pensado,
puede ser dicho, discutido y hecho, dicen de este mártir humanista quienes
mantienen vivo su recuerdo.
En 1536, antes de que Inglaterra se separara de Roma y naciera la Iglesia
anglicana, fue estrangulado y quemado en la hoguera en Bélgica ―con la
complicidad del rey de Inglaterra Enrique VIII― el lingüista y sacerdote católico
británico William Tyndale, acusado de herejía por traducir la Biblia al inglés,
apartándose de la versión latina oficial, la Vulgata, impuesta por Roma. Las
últimas palabras de Tyndale fueron: ¡Señor, abre los ojos del Rey de Inglaterra!
Tan sólo tres años después, y como consecuencia del cisma anglicano, su
traducción de la Biblia fue oficial en toda Inglaterra.
Los “autos de fe”: un espectáculo
Los “autos de fe” fueron una de las más importantes manifestaciones públicas
del poder intimidatorio de la Inquisición. Absueltos y condenados por los
tribunales inquisitoriales debían participar en esta ceremonia, en que se
solemnizaba su retorno a la iglesia o su muerte. Los autos de fe se
desarrollaban en la plaza pública y a ellos asistían multitudes. Eran todo un
espectáculo teatral que los jerarcas de la iglesia cuidaban en todos sus detalles
para provocar en los espectadores miedo, respeto a la autoridad, curiosidad
morbosa, arrepentimiento, rechazo y desprecio a los herejes...
Los reos eran conducidos de madrugada desde la prisión de la Inquisición
hasta la capilla del Santo Oficio, de donde salía formada una procesión,
encabezada por una cruz verde, que fue el símbolo de la Inquisición.
Los reos arrepentidos de sus herejías llevaban velas encendidas. Detrás, los
frailes dominicos, responsables durante siglos de los tribunales de la
Inquisición. Al final del cortejo, los reos condenados a muerte, vestidos con la
túnica llamada “sambenito”, pintada con llamas del infierno y rostros de
condenados y en la cabeza un cucurucho de cartón, también pintado con
símbolos infernales. Detrás de los que iban a morir en la hoguera o iban a ser
ahorcados, los llamados “familiares de la Inquisición”, que en algunos escritos
figuran como “los ojos y los oídos” del Santo Oficio. Cerraban el cortejo
lanceros a caballo y representantes de las comunidades religiosas que había
en la ciudad.
El mayor horror: la quema de brujas
En un mundo sin conocimientos científicos sobre las causas de desastres
naturales y de enfermedades, religiosamente dominado por el providencialismo
y por el pensamiento mágico y culturalmente modelado por los valores
masculinos, muchas mujeres ―muy feas o muy bonitas, muy sabias o muy
enfermas, muy solas o muy libres, mujeres “raras”― fueron vistas como brujas:
responsables de catástrofes o autoras de maleficios. En ocasiones, acusarlas
de brujería fue una forma de librarse de ellas por enemistades o para quedarse
con sus propiedades.
Creer en la brujería y en las brujas fue una expresión de la cultura rural y
popular pre-moderna. En 1484 el Papa Inocencio VIII reconoció oficialmente la
existencia de la brujería. En su bula “Summis desideratis affectibus” afirmaba:
Ha llegado a nuestros oídos que gran número de personas de ambos sexos no
evitan el fornicar con los demonios, íncubos y súcubos y que mediante sus
brujerías, hechizos y conjuros, sofocan, extinguen y hacen perecer la
fecundidad de las mujeres, la propagación de los animales, la mies de la tierra.
Creada ya la Inquisición y activos sus tribunales, éstos se unieron a los
tribunales civiles para rastrear brujas y para “cazarlas”. Hubo especial
brutalidad contra ellas en Alemania, Suiza, Países Bajos, Francia e Inglaterra.
Entre 1560 y 1660 fue el período de mayor masividad y crueldad. Los religiosos
dominicos alemanes Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, delegados del Papa
Inocencio VIII para perseguir brujas, publicaron en 1486 un libro espeluznante,
en el que proponían métodos de tortura para obtener la confesión de las brujas.
El “Maellus maleficarum” (“Martillo de las maléficas” o “Martillo de brujas”)
mantuvo la histeria colectiva contra las brujas en toda Europa durante dos
siglos y aunque oficialmente fue prohibido por la iglesia, se hicieron de él
decenas de ediciones en varios países. Este libro “aumentó”
considerablemente el número de brujas, porque ante las crueles torturas que
les infligían muchas terminaban confesando que lo eran.
Para acusar a una mujer de ser bruja y, por lo tanto, de tener un pacto con
Satán, bastaba una simple sospecha, no eran necesarias pruebas concretas,
no había opción a la defensa y las confesiones o delaciones hechas bajo
tortura eran válidas. Si la sospechosa no confesaba después de ser torturada,
se interpretaba como un signo aún más claro de la posesión diabólica. ¿Cuáles
eran los crímenes de los que se acusaba a las brujas? Entre ellos, renegar de
Dios, rendir homenaje al Demonio, ofrecerle hijos antes de nacer, matar niños
para hacer pócimas con ellos, comer carne humana, profanar cadáveres, beber
sangre, provocar envenenamientos y tener “trato carnal” con el Diablo.
En la Wikipedia aparecen algunas cifras estimadas, y aproximadas, de las
mujeres ejecutadas, en base a datos de procesos inquisitoriales constatados.
En Suiza 4 mil (sobre una población de 1 millón de habitantes), en Polonia-
Lituania 10 mil (sobre una población de 3 millones y medio), en Inglaterra un
número indeterminado (“miles”), en Alemania 25 mil (sobre un total de 16
millones, es el país con mayor número de casos), en Dinamarca-Noruega
1,350 (sobre un total de casi un millón de habitantes), en España sólo 59
ejecuciones en 125 mil procesos conservados, en Italia 36 y en Portugal 4.
La última ejecutada en España fue la adolescente catalana Magdalena Duer,
en 1611. La última ejecutada en Europa occidental fue la suiza Anne Goldin, en
1782. La mayoría de las mujeres ejecutadas como brujas eran campesinas. Se
considera que una mitad de todas las acusadas fueron ajusticiadas. También
hubo hombres acusados de brujería, pero en mucha menor proporción.
Las “razones” de la quema de brujas
Es evidente que tras la quema de brujas, estaba la ideología misógina de los
funcionarios de la iglesia, su desprecio y su miedo a las mujeres. En el texto
“Martillo de Brujas” aparecen algunas de las “razones” con que intentaron
explicar la propensión femenina a la brujería.
En base a textos bíblicos y a textos de la cultura clásica griega, los inquisidores
afirmaron que las mujeres aman u odian sin conocer términos medios y esto las
arrastra a cometer maldades extremas en las que se hacen cómplices del
principal maligno, el demonio. Las mujeres son también, por naturaleza,
crédulas y por eso el demonio “las ataca prioritariamente”, lo que habría
quedado demostrado en la tentación de Eva en el paraíso. Además, por ser de
lengua traicionera, las mujeres tienen capacidad para justificar engañosamente
sus actos de brujería. Finalmente, las mujeres son inferiores y eso hace que su
fe sea frágil, vulnerable. La palabra latina “fémina” ―que aún empleamos― las
describe y caracteriza, ya que significa de “fe-menor”, de fe más débil.
Hasta el día de hoy
La Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano, heredera del Santo
Oficio, nombre que tomó después la Inquisición, ya no envía a la hoguera a los
herejes, pero sí ha seguido condenando a teólogas y teólogos católicos de todo
el mundo por juzgar que sus ideas contradicen la doctrina oficial. Con métodos
similares a los medievales ―procesos secretos, informadores que denuncian
anónimamente, juicios a puerta cerrada donde acusadores y jueces son las
mismas personas, sin posible apelación a ningún tribunal independiente― a
estos nuevos “herejes” se les prohíbe enseñar, se les condena a temporadas
de silencio, se censuran sus libros. Entre los así condenados destacan el suizo
Hans Küng, el tailandés Tissa Balasuriya y los brasileños Leonardo Boff e
Ivone Gebara.
La intolerancia fanática de la Inquisición nació de un exceso de poder y de
arrogancia. Todavía en 1990, y después de que el Papa Juan Pablo II propuso
en 1979 una revisión del caso Galileo, el más escandaloso de los llevados a
cabo por la Inquisición romana ―revisión que nunca rehabilitó plenamente a
aquel gran científico―, el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la
Fe, Joseph Ratzinger, después Papa Benedicto XVI, expresó: En la época de
Galileo la Iglesia fue mucho más fiel a la razón que el propio Galileo. El
proceso contra Galileo fue razonable y justo.
Años después, y en un programa de la TV alemana titulado “Kontraste”, poco
antes de ser elegido Papa, cuando le llamaron Gran Inquisidor, Ratzinger
contestó: Ese título es una clasificación histórica, pero sí, de alguna manera le
damos continuidad. Y según nuestra conciencia del derecho, intentamos hacer
hoy aquello que se hizo con los ―en parte criticables― métodos de entonces.
Y justificó así aquella etapa horrenda de la historia eclesiástica por el avance
que significó que antes de condenar a alguien se le escuchara: Sin embargo,
debe decirse que la Inquisición constituyó un progreso: nadie podía ser
juzgado sin ser inquirido. Es decir, primero tenían que hacerse investigaciones.
Las hogueras se apagaron, pero la arrogancia continuó.