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48- ¿La Santa Inquisición?
Descripción:

¡100 entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra! Los autores de OTRO DIOS ES POSIBLE son los hermanos López Vigil, conocidos ya en la región por su anterior producción radiofónica UN TAL JESÚS.

Libreto:
RAQUEL Continuamos en Jerusalén y continuamos recibiendo protestas y

hasta amenazas. Algunos oyentes fundamentalistas dicen que si

Jesucristo sigue hablando así, tomarán represalias contra nuestra

emisora.

JESÚS ¿Y por qué un corazón tan duro el de esos oyentes?

RAQUEL Usted sufrió en carne propia la intolerancia. Intolerancia y religión

han ido de la mano durante mucho tiempo... Como prueba, hoy

he traído un documento grabado. Me gustaría que lo escuchara

para iniciar nuestro programa.

JESÚS Sí, házmelo oír.

NARRADORA Las ataban de pies y manos, las estiraban hasta romperles los

huesos. Las sentaban en sillas con puntas afiladas, les echaban

agua hirviendo por boca y oídos...

INQUISIDOR ¡Confiesa, maldita, bruja, confiesa que tuviste relaciones

carnales con el diablo!

NARRADORA Les taladraban el cuerpo con punzones, les cortaban la lengua,

los pechos, les rompían las manos, las violaban delante de sus

esposos y de sus hijos... Y después, las quemaban en la hoguera.

JESÚS No sigas. ¿Por qué me haces escuchar esta abominación?

RAQUEL Porque... los verdugos eran representantes suyos.

JESÚS ¿Míos? ¿De qué me estás hablando, Raquel?

RAQUEL Lo que usted ha escuchado ocurría en los tribunales de la Santa

Inquisición.

JESÚS ¿Cómo llamas santa a algo así?

RAQUEL Es que así la llamaron, santa. Tengo los datos. ¿Quiere

conocerlos?

JESÚS Háblame, aunque duela.

RAQUEL Son muchos los que coinciden en afirmar que la Inquisición es la

página más vergonzosa de la historia de la iglesia. La inició hace

unos mil años un papa, Inocencio Tercero, para perseguir

herejes... El mismo que impuso el “sacramento” de la confesión.

Los papas que vinieron después crearon los tribunales,

autorizaron las más horrendas torturas, aprobaron el exterminio

masivo de mujeres en todos los países cristianos. Las acusaban

de brujas.

JESÚS ¿Y quiénes eran esas hijas de Dios a las que llamaban brujas?

RAQUEL La mayoría eran mujeres pobres, campesinas, parteras...

También había mujeres sabias, que conocían los secretos de la

naturaleza... Decían que estaban poseídas. Y las torturaban para

sacarles el diablo del cuerpo...

JESÚS Y los diablos eran ellos...

RAQUEL Se lee en las crónicas que la acusada nunca sabía quién la

acusaba ni de qué. Si negaba los cargos, las torturas eran más

crueles. Si por el miedo se reconocía endemoniada, le concedían

la gracia de estrangularla antes de echarla a la hoguera. También

torturaron y mataron hombres, campesinos, aldeanos... Las

familias de las víctimas tenían que entregar sus bienes a los

sacerdotes. ¡Y todo eso en su nombre, Jesucristo!

JESÚS ¡No en mi nombre!... Dime, Raquel, ¿cuánto tiempo duró esa

abominación?

RAQUEL Se prolongó durante siglos.

JESÚS ¿Y murieron muchas hijas de Dios a manos de esos demonios?

RAQUEL Algunos hablan de cientos de miles, otros de millones...

JESÚS En verdad, en verdad te digo: fue la hora del poder de las

tinieblas.

RAQUEL Bueno, el Papa Juan Pablo Segundo ya pidió disculpas por los

errores que cometió la Inquisición.

JESÚS ¿Errores?... ¿Disculpas por millones de mujeres torturadas y

quemadas vivas? Ese crimen no se borra ni con lejía de batanero.

RAQUEL ¿Quiere decir que usted no los perdona?

JESÚS Tendrían que arrancarlo de raíz.

RAQUEL ¿Arrancar qué?

JESÚS El árbol de la fe en el diablo. Es ese árbol el que ha dado frutos

tan podridos como los que me has contado hoy. Ellos tendrían

que arrancarlo de raíz, de cuajo. Decir claramente que el diablo

nunca existió, decir que los diablos fueron ellos. Sólo así serán

perdonados.

RAQUEL Desde Jerusalén, Raquel Pérez, Emisoras Latinas.

CONTROL CARACTERÍSTICA MUSICAL

LOCUTOR Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su

segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José

Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.

MÁS DATOS SOBRE ESTE POLÉMICO TEMA...

Para investigar y castigar herejías

Inquirir significa investigar. La Inquisición investigó, sancionó, combatió y

castigó las herejías en la iglesia. Duró siglos y tuvo características distintas en

las distintas etapas y en los distintos países, aunque el denominador común fue

siempre la intolerancia y la crueldad. La Inquisición inicia en la Edad Media en

1184 en el Languedoc, sur de Francia, para combatir la herejía de los cátaros

(de “katharoi”, “los puros”) también llamados albigenses, la primera herejía

organizada y circunscrita a un territorio concreto que desafió a la iglesia

romana.

En el Concilio de Letrán (1215), reunión convocada y presidida por el Papa

Inocencio III, el tema central fueron los herejes de la época, que no aceptaban

las doctrinas oficiales que imponía el Papa de Roma. El Decreto contra estos

herejes iniciaba así: Excomulgamos y anatematizamos a toda suerte de herejía

que se alce contra la fe santa, ortodoxa y católica, que acabamos de exponer.

Condenamos a todos los herejes, cualesquiera sea el nombre con el cual se

los denomine. Porque si bien se presentan de modo diferente a la luz del día,

están muy unidos en la clandestinidad: el orgullo los hace a todos iguales.

En 1249 la Inquisición se implantó en Aragón, España. Y al unirse Aragón y

Castilla se constituyó en 1478 la Inquisición española, que duraría hasta 1821,

siempre bajo control de la monarquía española. Desde España la Inquisición se

instaló en las colonias españolas de América. La Inquisición portuguesa tuvo

una duración similar a la española (1536-1821). La Inquisición romana, dirigida

desde el Papado, duró desde 1542 hasta el año 1965 del siglo 20.

Ser hereje era ser traidor

Desde que el cristianismo se convirtió en religión del Estado en el siglo IV con

la “conversión” del emperador romano Constantino, los herejes ―quienes

disentían de la doctrina oficial cristiana, que en ese siglo comenzó a ser la

doctrina de los Papas de Roma― fueron considerados traidores y enemigos

del Estado, delincuentes “políticos”.

En el siglo XII, los cátaros o albigenses cuestionaban al Papado y desacataban

su poder. Al Papa lo llamaban “el Anticristo” y a la iglesia de Roma “la puta de

Babilonia”, evocando la imagen de la “gran ramera” del Apocalipsis. Los

cátaros, contrarios al lujo y al poder del papado romano, eran ascetas: no

comían carne, no contraían matrimonio. Se negaban a usar las armas y

rechazaban los altares, los santos, el culto a las imágenes y a las reliquias.

El papa Lucio III (1181-1185) determinó acabar con ellos militarmente y emitió

la bula “Ad Abolendam”. La bula exigía a los obispos extirpar la herejía y les

daba potestad de juzgar y condenar a los herejes de su diócesis. Esta

disposición papal es el germen de la “Santa” Inquisición y del “Santo” Oficio. En

esta primera etapa, la Inquisición dependía de los obispos. En 1231, el Papa

Gregorio IX estableció la Inquisición pontificia, que dependía directamente del

Papa y que fue administrada por los religiosos dominicos. En 1252, el Papa

Inocencio IV autorizó el uso de la tortura para obtener la confesión de los

acusados.

Para aniquilar judíos y protestantes

La Inquisición española actuó durante más de 300 años. Fue creada en 1478

por una bula papal para combatir las prácticas judaizantes de los judíos

españoles forzados a convertirse al cristianismo. En el siglo XV y XVI actuó

contra judíos conversos y moriscos (árabes no convertidos). Durante los siglos

XVI y XVII actuó contra luteranos y brujas. En los siglos XVII y XVIII contra los

masones y censurando libros. En 1559 la Inquisición romana había creado el

Índice de Libros Prohibidos, una lista de publicaciones y autores que no podían

leerse bajo pena de excomunión. En el Índice se especificaban los capítulos,

páginas o líneas que debían ser censurados (cortados o tachados) de los libros

parcialmente permitidos por la Inquisición.

Para la Inquisición española cualquier persona a partir de doce años ―las

niñas― y de catorce ―los niños― podía ser responsable de herejía. Herejes y

conversos ―convertidos al catolicismo para no ser perseguidos― fueron los

objetivos principales de las pesquisas y persecuciones. El primer Gran

Inquisidor de España fue el religioso dominico Tomás de Torquemada,

confesor de la reina Isabel “la católica”, que presidió numerosos procesos

inquisitoriales y fue responsable de la quema de bibliotecas judías y árabes. Su

apellido ha quedado en el idioma español como alias de personas fanáticas e

intolerantes. Se calcula que durante el mandato de Torquemada fueron

quemadas más de 10 mil personas, otras 27 mil fueron torturadas y unas 114

mil fueron condenadas.

Tras la conquista de América se instalaron tribunales de la Inquisición en

México, Lima y Cartagena de Indias. El tribunal de Lima tenía jurisdicción sobre

todo Perú, Panamá, Quito, Cusco, Río de la Plata, Tucumán, Concepción y

Santiago de Chile. El de México sobre toda Centroamérica. En 1573 se realizó

en Lima el primer auto de fe, en el que Mateo Salado, de nacionalidad

francesa, fue quemado vivo acusado de ser luterano.

En el fallo dictado en el siglo XVI por un inquisidor contra Mariana de Carvajal,

residente en México, se lee: Condeno a que se le dé garrote hasta que muera

naturalmente, y luego sea quemada en vivas llamas de fuego hasta que se

convierta en ceniza y de ella no haya ni quede memoria. A esta mujer se la

inculpó como judaizante. El pecado de “sodomía” fue uno de los más

perseguidos por los tribunales de la Inquisición en América Latina.

Eliminar la Inquisición fue un reclamo de todos los protagonistas de las luchas

independentistas latinoamericanas. El último condenado a muerte, por

ahorcamiento, de la Inquisición española fue un maestro de escuela acusado

de deísta, en 1826, en Valencia. Lo denunciaron porque no llevaba a sus

alumnos a misa y por no rezar el avemaría en la escuela. El caso tuvo

repercusión en toda Europa y marcó el fin en España de esta nefasta

institución.

Los procesos de la Inquisición

Cuando los inquisidores llegaban a una población proclamaban dos edictos. El

“edicto de fe” obligaba, bajo pena de excomunión, a denunciar a los herejes y a

sus cómplices. Y el “edicto de gracia” daba al hereje denunciado un plazo de

quince a treinta días para que confesara su culpa sin que se le aplicase la

confiscación de sus bienes, la prisión perpetua o la pena de muerte. Este

procedimiento provocaba delaciones, siempre protegidas por el anonimato y

autoinculpaciones. Los denunciados no conocían en ningún momento de qué

se les acusaba. El secreto sumarial con que el Santo Oficio llevaba sus

procesos, con el fin de evitar represalias, provocaba gran temor entre la

población y convertía a cualquier ciudadano en delator o colaborador del

tribunal.

El detenido era encarcelado y permanecía incomunicado. Le secuestraban sus

bienes para garantizar su alimentación y los costos del proceso, que consistía

en una serie de audiencias en las que se escuchaba a los denunciantes y al

acusado. El acusado contaba con un abogado “defensor”, que no lo defendía

sino que lo amonestaba para que reconociera y confesara sus culpas. Para

obtener la confesión se podía prolongar la prisión, privarlo de alimentos o

torturarlo. En un principio, la iglesia se opuso a la tortura. Pero ya en 1252 el

Papa Inocencio IV la autorizó, con la condición de que no se mutilara al reo y

que se le torturara pero no hasta causarle la muerte. Son indescriptiblemente

crueles las torturas que los tribunales de la Inquisición practicaron durante

siglos.

El proceso terminaba raramente con la absolución y habitualmente con la

condena. Si el reo era absuelto se le multaba, se le reprendía y tenía que vestir

el “sambenito” (saco bendito), para que todos supiesen de su paso por el

tribunal. Los condenados eran ejecutados. Si se arrepentían de la herejía los

ahorcaban, si eran pobres. A los de mejor posición social los degollaban. Si no

se arrepentían, los quemaban vivos. Las ejecuciones se realizaban en los

“autos de fe”. El primero de los “autos de fe” realizados en España tuvo lugar

en Sevilla en 1485.

Un caso, un ejemplo, un horror

En el libro de Henry Charles Lea, “History of de Inquisition of Spain” (Historia de

la Inquisión española), tomo 4, se relata un caso ocurrido en España en el siglo

XVI, después de iniciar la persecución a los judíos que vivían en tierras

españolas.

Elvira del Campo, una mujer embarazada, fue arrestada por la Inquisición bajo

la sospecha de que era judía. En la prisión dio a luz a un niño. Un año después

fue llevada ante el tribunal de la Inquisición en Toledo. Dos obreros que vivían

como inquilinos en su casa se presentaron como testigos y dijeron que Elvira

no comía carne de cerdo y que los sábados se ponía ropa interior limpia. Por

este comportamiento tan sospechoso de adhesión al judaísmo, los dos testigos

fueron premiados con tres años de indulgencias por sus pecados.

Interrogada, Elvira afirmó ser cristiana, dijo que su marido y su padre también

lo eran. Sin embargo, su madre tenía antepasados judíos. Elvira dijo al tribunal

que desde pequeña no quiso comer carne de cerdo porque le daba náuseas y

que su madre le había enseñado a cambiarse la ropa interior los sábados, en lo

cual ella nunca vio ningún significado religioso. El tribunal la amenazó con

torturarla si no decía que era judía. Como no lo hizo, fue desnudada. Le ataron

las manos, apretándolas con cuerdas hasta quebrarle los huesos. Después fue

atada a una mesa con aristas afiladas, manteniéndola atada. Durante la tortura

confesó haber violado las leyes, pero como no supo detallar cuáles leyes había

violado, fue sometida a la tortura del agua: le taponaron la nariz y por la boca le

echaron por un embudo litros de agua. Después le golpearon el vientre así

hinchado. Muchas víctimas de esta tortura morían ahogadas o reventadas.

Elvira no murió. Durante cuatro días se le suspendió la tortura, encerrándola en

una celda en donde terminó confesando ser judía y suplicando clemencia. Ésta

consistió en que no la mataron, pero le confiscaron todos sus bienes y fue

condenada a tres años. A los seis meses la dejaron libre. Había enloquecido.

La Inquisición romana

La Inquisición romana, también llamada Congregación del Santo Oficio, fue

creada por el Papa Pablo III en 1542, después de la Reforma protestante para

examinar los errores doctrinales que estaban surgiendo por toda Europa y para

castigarlos severamente.

En 1600 el Santo Oficio juzgó, condenó y quemó en la hoguera al filósofo

renacentista Giordano Bruno por sus novedosas ideas. En 1633 fue procesado

y condenado el genio científico Galileo Galilei por afirmar que era la Tierra la

que giraba alrededor del Sol y no al revés. La Inquisición consideró que esta

teoría era contraria a las Sagradas Escrituras. Temeroso de ser torturado,

Galileo, entonces de 70 años, abjuró de su teoría y la negó ante el tribunal

romano.

Fue hasta 1965 que el Papa Pablo VI reorganizó el Santo Oficio y lo llamó

Congregación para la Doctrina de la Fe.

Un mundo intolerante

Durante siglos, las guerras religiosas y la Inquisición asfixiaron a Europa con

intolerancia y brutalidad. También los protestantes perseguían a quienes

consideraban herejes. Un tribunal calvinista, a instigación del propio Calvino,

quemó en la hoguera al médico, teólogo y filósofo español Miguel Servet en

1553 en Ginebra. Servet había descubierto la circulación de la sangre entre el

corazón y los pulmones y, contradiciendo a católicos y protestantes, negaba la

doctrina del pecado original y el dogma de la Santísima Trinidad y rechazaba el

bautismo de niños. Servet siempre creyó que todo lo que puede ser pensado,

puede ser dicho, discutido y hecho, dicen de este mártir humanista quienes

mantienen vivo su recuerdo.

En 1536, antes de que Inglaterra se separara de Roma y naciera la Iglesia

anglicana, fue estrangulado y quemado en la hoguera en Bélgica ―con la

complicidad del rey de Inglaterra Enrique VIII― el lingüista y sacerdote católico

británico William Tyndale, acusado de herejía por traducir la Biblia al inglés,

apartándose de la versión latina oficial, la Vulgata, impuesta por Roma. Las

últimas palabras de Tyndale fueron: ¡Señor, abre los ojos del Rey de Inglaterra!

Tan sólo tres años después, y como consecuencia del cisma anglicano, su

traducción de la Biblia fue oficial en toda Inglaterra.

Los “autos de fe”: un espectáculo

Los “autos de fe” fueron una de las más importantes manifestaciones públicas

del poder intimidatorio de la Inquisición. Absueltos y condenados por los

tribunales inquisitoriales debían participar en esta ceremonia, en que se

solemnizaba su retorno a la iglesia o su muerte. Los autos de fe se

desarrollaban en la plaza pública y a ellos asistían multitudes. Eran todo un

espectáculo teatral que los jerarcas de la iglesia cuidaban en todos sus detalles

para provocar en los espectadores miedo, respeto a la autoridad, curiosidad

morbosa, arrepentimiento, rechazo y desprecio a los herejes...

Los reos eran conducidos de madrugada desde la prisión de la Inquisición

hasta la capilla del Santo Oficio, de donde salía formada una procesión,

encabezada por una cruz verde, que fue el símbolo de la Inquisición.

Los reos arrepentidos de sus herejías llevaban velas encendidas. Detrás, los

frailes dominicos, responsables durante siglos de los tribunales de la

Inquisición. Al final del cortejo, los reos condenados a muerte, vestidos con la

túnica llamada “sambenito”, pintada con llamas del infierno y rostros de

condenados y en la cabeza un cucurucho de cartón, también pintado con

símbolos infernales. Detrás de los que iban a morir en la hoguera o iban a ser

ahorcados, los llamados “familiares de la Inquisición”, que en algunos escritos

figuran como “los ojos y los oídos” del Santo Oficio. Cerraban el cortejo

lanceros a caballo y representantes de las comunidades religiosas que había

en la ciudad.

El mayor horror: la quema de brujas

En un mundo sin conocimientos científicos sobre las causas de desastres

naturales y de enfermedades, religiosamente dominado por el providencialismo

y por el pensamiento mágico y culturalmente modelado por los valores

masculinos, muchas mujeres ―muy feas o muy bonitas, muy sabias o muy

enfermas, muy solas o muy libres, mujeres “raras”― fueron vistas como brujas:

responsables de catástrofes o autoras de maleficios. En ocasiones, acusarlas

de brujería fue una forma de librarse de ellas por enemistades o para quedarse

con sus propiedades.

Creer en la brujería y en las brujas fue una expresión de la cultura rural y

popular pre-moderna. En 1484 el Papa Inocencio VIII reconoció oficialmente la

existencia de la brujería. En su bula “Summis desideratis affectibus” afirmaba:

Ha llegado a nuestros oídos que gran número de personas de ambos sexos no

evitan el fornicar con los demonios, íncubos y súcubos y que mediante sus

brujerías, hechizos y conjuros, sofocan, extinguen y hacen perecer la

fecundidad de las mujeres, la propagación de los animales, la mies de la tierra.

Creada ya la Inquisición y activos sus tribunales, éstos se unieron a los

tribunales civiles para rastrear brujas y para “cazarlas”. Hubo especial

brutalidad contra ellas en Alemania, Suiza, Países Bajos, Francia e Inglaterra.

Entre 1560 y 1660 fue el período de mayor masividad y crueldad. Los religiosos

dominicos alemanes Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, delegados del Papa

Inocencio VIII para perseguir brujas, publicaron en 1486 un libro espeluznante,

en el que proponían métodos de tortura para obtener la confesión de las brujas.

El “Maellus maleficarum” (“Martillo de las maléficas” o “Martillo de brujas”)

mantuvo la histeria colectiva contra las brujas en toda Europa durante dos

siglos y aunque oficialmente fue prohibido por la iglesia, se hicieron de él

decenas de ediciones en varios países. Este libro “aumentó”

considerablemente el número de brujas, porque ante las crueles torturas que

les infligían muchas terminaban confesando que lo eran.

Para acusar a una mujer de ser bruja y, por lo tanto, de tener un pacto con

Satán, bastaba una simple sospecha, no eran necesarias pruebas concretas,

no había opción a la defensa y las confesiones o delaciones hechas bajo

tortura eran válidas. Si la sospechosa no confesaba después de ser torturada,

se interpretaba como un signo aún más claro de la posesión diabólica. ¿Cuáles

eran los crímenes de los que se acusaba a las brujas? Entre ellos, renegar de

Dios, rendir homenaje al Demonio, ofrecerle hijos antes de nacer, matar niños

para hacer pócimas con ellos, comer carne humana, profanar cadáveres, beber

sangre, provocar envenenamientos y tener “trato carnal” con el Diablo.

En la Wikipedia aparecen algunas cifras estimadas, y aproximadas, de las

mujeres ejecutadas, en base a datos de procesos inquisitoriales constatados.

En Suiza 4 mil (sobre una población de 1 millón de habitantes), en Polonia-

Lituania 10 mil (sobre una población de 3 millones y medio), en Inglaterra un

número indeterminado (“miles”), en Alemania 25 mil (sobre un total de 16

millones, es el país con mayor número de casos), en Dinamarca-Noruega

1,350 (sobre un total de casi un millón de habitantes), en España sólo 59

ejecuciones en 125 mil procesos conservados, en Italia 36 y en Portugal 4.

La última ejecutada en España fue la adolescente catalana Magdalena Duer,

en 1611. La última ejecutada en Europa occidental fue la suiza Anne Goldin, en

1782. La mayoría de las mujeres ejecutadas como brujas eran campesinas. Se

considera que una mitad de todas las acusadas fueron ajusticiadas. También

hubo hombres acusados de brujería, pero en mucha menor proporción.

Las “razones” de la quema de brujas

Es evidente que tras la quema de brujas, estaba la ideología misógina de los

funcionarios de la iglesia, su desprecio y su miedo a las mujeres. En el texto

“Martillo de Brujas” aparecen algunas de las “razones” con que intentaron

explicar la propensión femenina a la brujería.

En base a textos bíblicos y a textos de la cultura clásica griega, los inquisidores

afirmaron que las mujeres aman u odian sin conocer términos medios y esto las

arrastra a cometer maldades extremas en las que se hacen cómplices del

principal maligno, el demonio. Las mujeres son también, por naturaleza,

crédulas y por eso el demonio “las ataca prioritariamente”, lo que habría

quedado demostrado en la tentación de Eva en el paraíso. Además, por ser de

lengua traicionera, las mujeres tienen capacidad para justificar engañosamente

sus actos de brujería. Finalmente, las mujeres son inferiores y eso hace que su

fe sea frágil, vulnerable. La palabra latina “fémina” ―que aún empleamos― las

describe y caracteriza, ya que significa de “fe-menor”, de fe más débil.

Hasta el día de hoy

La Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano, heredera del Santo

Oficio, nombre que tomó después la Inquisición, ya no envía a la hoguera a los

herejes, pero sí ha seguido condenando a teólogas y teólogos católicos de todo

el mundo por juzgar que sus ideas contradicen la doctrina oficial. Con métodos

similares a los medievales ―procesos secretos, informadores que denuncian

anónimamente, juicios a puerta cerrada donde acusadores y jueces son las

mismas personas, sin posible apelación a ningún tribunal independiente― a

estos nuevos “herejes” se les prohíbe enseñar, se les condena a temporadas

de silencio, se censuran sus libros. Entre los así condenados destacan el suizo

Hans Küng, el tailandés Tissa Balasuriya y los brasileños Leonardo Boff e

Ivone Gebara.

La intolerancia fanática de la Inquisición nació de un exceso de poder y de

arrogancia. Todavía en 1990, y después de que el Papa Juan Pablo II propuso

en 1979 una revisión del caso Galileo, el más escandaloso de los llevados a

cabo por la Inquisición romana ―revisión que nunca rehabilitó plenamente a

aquel gran científico―, el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la

Fe, Joseph Ratzinger, después Papa Benedicto XVI, expresó: En la época de

Galileo la Iglesia fue mucho más fiel a la razón que el propio Galileo. El

proceso contra Galileo fue razonable y justo.

Años después, y en un programa de la TV alemana titulado “Kontraste”, poco

antes de ser elegido Papa, cuando le llamaron Gran Inquisidor, Ratzinger

contestó: Ese título es una clasificación histórica, pero sí, de alguna manera le

damos continuidad. Y según nuestra conciencia del derecho, intentamos hacer

hoy aquello que se hizo con los ―en parte criticables― métodos de entonces.

Y justificó así aquella etapa horrenda de la historia eclesiástica por el avance

que significó que antes de condenar a alguien se le escuchara: Sin embargo,

debe decirse que la Inquisición constituyó un progreso: nadie podía ser

juzgado sin ser inquirido. Es decir, primero tenían que hacerse investigaciones.

Las hogueras se apagaron, pero la arrogancia continuó.


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