con Jesucristo, quien gentilmente nos viene concediendo
declaraciones exclusivas que captan el interés de nuestros
oyentes, y muy especialmente, y valga la expresión, la de
nuestras oyentas.
JESÚS Es que las mujeres siempre tienen los oídos más abiertos para el
Reino de Dios, Raquel...
RAQUEL Lo supongo enterado de la insistencia con que autoridades de
las iglesias cristianas, las que lo siguen a usted, condenan el
aborto y mandan a los infiernos a las mujeres que interrumpen
sus embarazos... ¿Quisiera hablar hoy de eso con nosotros?
JESÚS Sí, ¿por qué no?
RAQUEL Preparándome para esta entrevista, he estado hojeando la Biblia
al derecho y al revés y no encuentro lo que usted dijo sobre el
aborto... ¿Me podría indicar en qué página está?
JESÚS En ninguna. Yo nunca hablé sobre el aborto.
RAQUEL ¿Nunca?
JESÚS Nunca. En este caso quien busca no encontrará.
RAQUEL ¿Y cómo se explica que tratándose de un tema tan trascendente
usted... no dijera nada?
JESÚS ¿Y qué iba yo a decir del embarazo o del aborto? Los hombres no
nos embarazamos. ¿Qué sabemos nosotros de esas cosas?
RAQUEL Eso es verdad, pero...
JESÚS En Nazaret, eran las parteras las que sabían. Ellas asistían a las
mujeres cuando les llegaba su hora... Y también sabían cómo
terminar un mal embarazo...
RAQUEL ¿Y qué era un mal embarazo en aquel tiempo?
JESÚS Bueno... El de una mujer enferma y sin fuerzas... O el de una
mujer pobre y con un racimo de hijos... También había
muchachas que quedaban preñadas por hombres abusadores...
En las aldeas del norte, los soldados romanos forzaban a las
mujeres, hasta a las niñas... Un buen embarazo siempre era una
bendición de Dios. Pero ante un mal embarazo, había que pensar
qué hacer...
RAQUEL ¿Le preguntaban al sacerdote qué hacer?
JESÚS No. Ni a los sacerdotes, que vivían en Jerusalén, ni a los rabinos,
que estaban más cerca en las sinagogas. Como te digo, los
hombres no nos metíamos en eso... ¿Cómo nos íbamos a meter,
si no sabíamos nada? Las parteras decidían.
RAQUEL ¿Y cómo hacían?
JESÚS Usaban yerbas... No había medicinas como las que me dicen que
hay ahora... Las yerbas eran remedios para todas las dolencias.
Las parteras conocían el hinojo, la ruda silvestre, el ajenjo...
Conocían la medida para cada padecimiento... Con yerbas
abortaban las mujeres... Aquellas parteras eran sabias... Algunas
entraron en nuestro movimiento.
RAQUEL Le confieso que... estoy desconcertada... Entonces, el aborto ¿no
era pecado?
JESÚS ¿Por qué pecado, Raquel? Las parteras le rezaban a Dios cuando
asistían a las mujeres en los partos y lo alababan cuando la
criatura nacía sana. También le rezaban cuando ayudaban a
terminar un mal embarazo. Y le agradecían si todo salía bien.
Ellas pedían a Dios que guiara sus manos... Eran mujeres de
mucha fe.
RAQUEL ¿Escucha los teléfonos, Jesucristo?... Todo lo que usted nos ha
dicho resulta en extremo novedoso y hasta escandaloso... Oiga
cuántas llamadas... Ya se armó la polémica... Desde ahora hasta
nuestra próxima entrevista, los teléfonos no pararán de sonar...
Recuerden que también trasmitimos por Internet...
www.emisoras.latinas.net ¿Seguiremos hablando del aborto,
Jesucristo?
JESÚS Claro que sí, Raquel, seguiremos hablando de la vida.
CONTROL CARACTERÍSTICA MUSICAL
LOCUTOR Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su
segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José
Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.
MÁS DATOS SOBRE ESTE POLÉMICO TEMA...
Qué dice la Biblia del aborto
La única referencia al aborto en todos los libros de la Biblia tiene solamente un
contenido legal-judicial, no un contenido moral: Si unos hombres, durante una
pelea, golpean a una mujer embarazada provocándole un aborto, sin que
muera la mujer, serán multados según lo que imponga el marido ante los
jueces. Si la mujer muere, pagarán vida por vida. Ojo por ojo, diente por diente.
(Éxodo 21,22-25)
En ninguno de los libros del Nuevo Testamento encontramos alguna referencia
al aborto. Ni en la palabra de Jesús en los evangelios ni en las cartas de Pablo
o de otros apóstoles, tan llenas de abundantes normas de conducta.
Qué dijo Jesús del aborto
Jesús no enseñó nada sobre el aborto. Ni lo mencionó. No deja de ser
significativo que Jesús, que denunció con tanta firmeza a quienes atropellaban
la vida humana, despreciando a los enfermos y excluyéndolos, condenando a
las mujeres y marginándolas, que defendió a los niños, a los leprosos, a las
tullidas, a quienes tenían en riesgo su vida, jamás hablara del aborto.
Usando como pretexto textos sacados de contexto
Aunque nada en la abundantísima legislación que aparece en los libros del
Antiguo Testamento ni en ningún mensaje de los profetas ni en ninguna
palabra de Jesús o en las cartas de los apóstoles a las primeras comunidades
hace referencia a la interrupción del embarazo para condenar o sancionar esta
práctica, el catecismo católico y los grupos que se oponen tenazmente a la
interrupción de cualquier embarazo afirmando que es un pecado grave, usan
textos bíblicos cuyo sentido sacan de contexto e interpretan con un craso
literalismo.
Algunos de los textos bíblicos que mencionan son: Isaías 49,1; Salmo 139,13-
15; Jeremías 1,4-5. Estos tres textos y algún otro similar se refieren al destino
de los grandes hombres de Israel: el rey David, los profetas Isaías y Jeremías,
“desde antes de nacer”, “desde el vientre” y “desde las entrañas” de sus
madres. Los grupos opuestos a la interrupción del embarazo deducen de estas
expresiones simbólicas y metafóricas un principio “científico”: que la vida
humana comienza en la “concepción”, en el mismo instante en que óvulo y
espermatozoide se fusionan. Deducen que Jeremías ya era Jeremías en el
vientre de su madre y que Isaías ya era quien iba a ser en el momento de la
fecundación. También sacan de contexto el texto, igualmente simbólico, de
Isaías 66,9, referido al nacimiento de todo el pueblo de Israel.
Cuándo comienza la vida a ser humana
¿Cuándo comienza un feto a ser humano? La respuesta la da la ciencia. Que
un feto sienta, se mueva o respire no es lo que lo hace humano. Los animales,
aún las plantas, también sienten, se mueven y respiran. Lo que nos hace
humanos no es movernos, sentir o respirar. Lo que hace humano a un feto no
es tampoco la “forma” humana que va adquiriendo en su desarrollo. Cuando
vemos una ecografía, el feto nos parece una persona “en miniatura”. Es simple
apariencia. Si viéramos el feto de un monito sería muy parecido al de un
humano.
Lo propio, lo específico del ser humano está en nuestro cerebro, y más
específicamente en la corteza gris del cerebro, con sus cien mil millones de
neuronas. Con billones y billones de posibles conexiones entre ellas, las
neuronas nos permiten pensar, hablar, conocer quiénes somos, elegir,
planificar, transformar la realidad, soñar, decidir, crear, saber que vamos a
morir. Todo esto es lo que nos hace humanos.
Las pautas regulares propias y específicas del cerebro humano no aparecen en
el feto hasta cerca de las 30 semanas del embarazo, hacia el comienzo del
tercer trimestre. Un embrión y un feto son vida humana en potencia, en
proceso, en camino. Son una semilla con la capacidad de llegar a ser un árbol,
pero no son un árbol. ¿Tendremos obligación de transformar toda semilla en
árbol?
Cuándo comienza la vida humana a tener “alma”
Si la pregunta de la ciencia es cuándo empieza a ser humana la vida, la
pregunta “religiosa” es cuándo Dios “infunde el alma” en el cuerpo de un ser
humano. Esta pregunta tiene diversas respuestas en las distintas religiones y
ha tenido también variadas respuestas a lo largo de la historia de la teología
cristiana.
Lo primero es responder a la pregunta sobre qué es el “alma”, cómo definirla.
Para la teóloga brasileña católica Ivone Gebara, el alma es esa metáfora que
intenta expresar lo que hay de más profundo en nosotros. Metáfora que intenta
revelar nuestros deseos más hermosos, nuestras esperanzas personales. El
alma es la forma poética para hablar de nuestros sueños, de nuestras utopías,
de nuestras aspiraciones, de nuestra intimidad.
Podemos responder también que el “alma” es lo que nos hace humanos.
Podemos decir también que el “alma” radica en el cerebro. Nunca habrá cómo
probar el momento exacto en que el ser humano “recibe el alma”... porque no
existe ese “momento”.
En las distintas religiones, y aún en el cristianismo, ha habido opiniones
diferentes y muchos debates. Y el debate se mantiene aún abierto. Y por eso
caben muchas opiniones, cristianas, y religiosas, ante el aborto.
Dentro de la cultura occidental cristiana se pensó durante un buen tiempo que
había alma en el cuerpo humano a los 40 días después de ser engendrado el
nuevo ser. Por la importancia simbólica que en la Biblia tiene el número 40.
Teólogos más misóginos puntualizaron que si lo engendrado iba a ser mujer, el
alma no era infundida hasta los 80 días. Eran cálculos, además de ideológicos,
totalmente imprecisos, porque así como el semen masculino era observable, el
papel de la mujer en la procreación se consideraba totalmente “pasivo”, una
simple receptora del esperma masculino. La existencia del óvulo no se
demostró científicamente hasta 1827.
Agustín de Hipona (siglo IV) y Tomás de Aquino (siglo XIII), los dos teólogos
más influyentes en la historia de la teología católica, hablaron de esto sin
conocimiento científico, especulando. Decía Agustín: Según la ley cristiana, el
aborto no se considera homicidio en fase temprana porque aún no se puede
decir que haya un alma viva en un cuerpo que carece de sensación. Tomás
opinaba que el alma no se recibía en el primer momento, sino más tarde. Y era
de los que fijaba la “infusión del alma” en 40 días si iba a ser niño y más tarde,
a los 80, si sería niña. Para Tomás de Aquino, la mujer era un “hombre fallido”.
Cuando en el siglo 17 se empezaron a usar los microscopios, los teólogos,
siempre misóginos, “demostraron” que el alma iba en los espermatozoides. Los
veían moverse, les miraban forma de “hombrecitos” y consideraban que ese
hombrecillo diminuto y con alma se alimentaba de la sangre menstrual de la
madre. Después pensaron que sólo había alma cuando ya el feto tenía “forma
humana”. O cuando la madre sentía sus movimientos. También pensaron que
Dios infundía el alma en el momento exacto del nacimiento.
Los avances de la ciencia fueron sumando a muchos teólogos cristianos a la
idea de que no hay “alma” mientras el feto no tenga formada la corteza gris de
su cerebro y mientras no haya alcanzado la capacidad de ser viable de forma
independiente fuera del vientre de su madre. Hay teólogos que proponen que
no se hable de “alma” hasta que no haya pruebas biológicas de “vida cerebral”,
al igual que entendemos actualmente la muerte como la “muerte cerebral”, que
ocurre cuando el cerebro deja de funcionar, aún cuando sigan funcionando
otros órganos del cuerpo.
Sólo desde hace más o menos siglo y medio ―tras la proclamación del dogma
de la inmaculada concepción de María― el Vaticano ha ido imponiendo en la
iglesia católica la idea de que el alma existe desde el mismo instante de la
fecundación o fusión óvulo-espermatozoide, momento al que llaman
“concepción”, un término que no emplea nunca la ciencia ni la ginecología. Esta
idea ha sido asumida también por diversas iglesias evangélicas. En las iglesias
protestantes históricas ―que tienen como principio fundamental la libertad de
conciencia por sobre la interpretación dogmática― hay posiciones mucho más
flexibles sobre el aborto.
Una “santa” anti-aborto
Como pieza de la campaña anti-aborto que encabeza en todo el mundo el
Vaticano, fue proclamada “santa” de la iglesia católica en mayo de 2004 por el
Papa Juan Pablo II la médica italiana Gianna Beretta Molla (1922-1962). El
acto heroico que le mereció este honor fue elegir dar a luz en vez de cuidar de
su salud y de su vida.
Gianna Beretta tenía esposo y tres hijos. En el segundo mes de su cuarto
embarazo se le detectó un fibroma canceroso cerca del útero, que amenazaba
su salud y la del feto. El médico le dijo que para salvar su vida tenía que
interrumpir el embarazo. Había tres alternativas: laparotomía total con
extracción del fibroma y del útero, lo que le hubiera salvado la vida y hubiera
detenido el proceso de formación del feto; interrupción del embarazo y
extracción del fibroma, lo que le permitiría tener más hijos; y extracción sólo del
fibroma sin interrumpir el embarazo. Para no interrumpir el embarazo, para no
“pecar”, Gianna escogió la tercera, la más peligrosa para ella y la más grave
para su futuro.
Fue intervenida y el embarazo continuó. Siete días después de dar a luz a su
cuarta hija, murió de cáncer, tal como le habían anunciado los médicos. Dejó
un viudo y cuatro huérfanos. Al conocerse su muerte, el entonces Papa Pablo
VI alabó su decisión y la calificó de “meditada inmolación”. El Papa Juan Pablo
II, al canonizarla, la propuso a las mujeres y esposas católicas como modelo y
ejemplo de la belleza pura, casta y fecunda del amor conyugal vivido como
respuesta a la llamada divina.
¿Qué dicen las religiones no cristianas sobre el aborto?
Todas las religiones han reflexionado sobre el aborto y tienen mandatos en
torno a la interrupción del embarazo. Porque todas las religiones, al buscar el
sentido de la vida, norman lo que debe hacerse para respetar la vida,
desarrollarla y conservarla. Todas las religiones entienden que la vida es
sagrada, un don de Dios, de los dioses.
En el judaísmo, las corrientes más ortodoxas se oponen al aborto, pero lo
aceptan siempre que la vida y la salud de la mujer estén en peligro. En todas
las corrientes, la madre siempre tiene prioridad sobre el feto. Y no se considera
persona plena y con derechos al feto hasta el mismo momento en que nace. Lo
más frecuente es dejar la decisión del aborto en manos de la mujer, en
consulta con el rabino.
En el Islam hay diversas corrientes, que van desde la prohibición estricta del
aborto hasta el permiso incondicional. La idea más común y aceptada es que el
feto comienza a tener “alma” a los 120 días de la gestación, y por eso el aborto
se permite generalmente antes de ese plazo. La madre, su salud y su vida son
priorizadas siempre, aun en las corrientes más estrictas.
El hinduísmo considera la vida humana en una perpetua evolución, privilegia
siempre la vida y la salud de la mujer y permite interrumpir el embarazo con
perspectivas muy amplias.
En las diversas escuelas del budismo es esencial el respeto a la vida, a toda
vida, y el rechazo de toda violencia. También es esencial la intención con la
que la persona actúa y el autoconocimiento que cada persona tiene al actuar.
Desde estas perspectivas, hay una gran flexibilidad ante una decisión de
abortar, considerando las circunstancias muy variables en que una persona
decide.
La mayor severidad
Las posiciones católicas oficiales resultan las más rígidas en el tema del
aborto. Porque el Vaticano no sólo se opone al aborto. También se opone a la
anticoncepción. Coloca así a las mujeres en un callejón sin salida. Aun cuando
se sabe que la planificación familiar, con los diversos métodos anticonceptivos,
es la mejor prevención del aborto, porque evita los embarazos no deseados, la
doctrina católica vaticana se opone al control de la natalidad con métodos
“artificiales” y sólo acepta el método “del ritmo” ―que resulta ineficaz y
complicado―, rechazando incluso el condón y la “píldora del día siguiente”.
El mensaje contenido en todas estas prohibiciones ―también en las
suspicacias y prohibiciones de una adecuada educación sexual en las
escuelas― es que el destino de las mujeres es aceptar “todos los hijos que
Dios les mande”. Ninguna de las otras religiones comparte las ideas católicas
vaticanas sobre la anticoncepción. Y prácticamente todas permiten y
promueven los métodos artificiales de control de la natalidad sin enseñar que
su uso es contradictorio con las creencias religiosas.
Por qué tanta severidad
No es fácil entender a fondo la intolerante y severa insistencia de algunos
clérigos cuando se oponen a todo aborto y en cualquier circunstancia. Además
de las razones derivadas de la tradicional misoginia eclesiástica, del deseo de
controlar la sexualidad de las mujeres o de frenar su libertad de conciencia, el
teólogo alemán Eugen Drewermann, sicoanalista de profesión, apunta una de
las razones más íntimas y escondidas que puede explicar esa posición:
En una perspectiva sicoanalítica está perfectamente motivado desde el estricto
rigor con el que se prohíbe el “asesinato del niño en el seno de su madre”
hasta la asombrosa y teóricamente incomprensible comparación del cardenal
Josef Hoffner (en 1986), que sitúa en el mismo plano el aborto y el exterminio
masivo de tantas “vidas inútiles” en las cámaras de gas del régimen nazi. Para
comprender esa motivación, basta presuponer en los defensores de esa
postura una vivencia infantil temprana que, llegada la madurez, se transforma
en evidencia contundente de que si realmente existen se debe únicamente a la
heroica voluntad de sacrificio de la propia madre. En consecuencia, lo que hay
que esperar de quien llega a esa evidencia es que, como otro Abel, asuma su
disposición personal para el sacrificio. Así, cuando llegue a ser sacerdote de un
Dios exigente, podrá él mismo exigir a todos, especialmente a las mujeres y a
las madres, que actúen de la misma manera y ofrezcan “libremente” su
sacrificio personal.
Otras voces más sensatas, más compasivas
Pastores, sacerdotes, religiosas, incluso obispos, cuestionan y contradicen las
posiciones vaticanas en torno al aborto. Ésta es, por ejemplo, la opinión del
Cardenal Paulo Evaristo Arns, quien durante años fue arzobispo de Sao Paulo,
Brasil. Hablando sobre los embarazos forzados fruto de violación decía: El
consejo que deberíamos dar a cualquier muchacha que ha sido violada es:
vaya de inmediato al ginecólogo y haga el tratamiento. No espere a que el niño
se forme en su seno. Éste es el consejo que yo recibí de mi profesor de moral
hace cincuenta años.
Y ésta es la opinión de la religiosa católica y teóloga brasileña Ivone Gebara:
La mujer no está obligada a abortar o a no abortar, pero debe tener derecho a
decidir. La sociedad excluyente niega ese derecho a las mujeres pobres, desde
el momento en que les niega el derecho a una educación sexual. Si una niña
de 15 años dice que no puede seguir con su embarazo, la sociedad no tiene
derecho a señalarla como culpable, porque antes del embarazo la
responsabilidad social no le fue cumplida. Por eso, estoy a favor de la
despenalización del aborto, pero acompañada por una educación sexual. Yo
creo que los Estados no deben criminalizar el aborto y deben darles
condiciones a las mujeres que necesitan abortar por propia elección para que
puedan hacerlo en el menor tiempo posible.
Para entender el aborto desde la perspectiva de dos eminentes ginecólogos
cristianos, recomendamos el esclarecedor libro “El drama del aborto. En busca
de un consenso”, de Aníbal Faúndes y José Barzelatto (Editores Tercer Mundo,
2005). La escritora chilena Isabel Allende lo presenta así: El aborto es un
problema que afecta a casi todos, directa o indirectamente, por lo menos una
vez en la vida. Nadie está a favor del aborto. Es una solución desesperada que
tampoco agrada a nadie y que deja siempre cicatrices emocionales y físicas.