iglesia de la Sagrada Familia se conserva un cementerio de los
tiempos de Jesús. Hasta aquí hemos querido llegar en compañía
del mismo Jesucristo. ¿Estarán aquí los restos de sus familiares?
JESÚS Cuando mi padre José murió lo enterramos donde sepultaban a
todos los nazarenos. Pero esto ha cambiado tanto...
RAQUEL ¿Fue duro para usted?
JESÚS Sí, mi madre quedaba viuda con varios hijos... Todo cambió en la
familia cuando faltó mi padre.
RAQUEL ¿Y cómo murió él?
JESÚS No de enfermedad ni de años... Los hombres le adelantaron su
hora. Eran tiempos difíciles en Galilea. Los soldados romanos
cometían muchos atropellos. Y mi padre era un hombre justo. Por
esconder a unos muchachos que huían de una matanza, los
soldados le dieron una paliza, lo dejaron malherido y ya no se
levantó más...
RAQUEL Siento haberle recordado ese dolor... ¿Y su madre...? ¿Dónde
murió ella?
JESÚS Creo que en Jerusalén. Pero oí decir que no, que en Éfeso, que
Juan se la llevó a esa ciudad lejana... Como yo le pedí que me la
cuidara...Pero, dime, ¿por qué quieres hablar de esto, Raquel?
RAQUEL Porque nuestros oyentes quieren saber si es cierto lo que se dice
del final de la vida de su madre.
JESÚS ¿Y qué se dice?
RAQUEL Que ella no murió, porque... porque no podía morir...
JESÚS No puede ser. Todos morimos. Del polvo venimos y al polvo
volvemos.
RAQUEL Dicen también que el cuerpo de su madre era tan inmaculado que
no se lo podía tragar la tierra.
JESÚS Cuando el grano de trigo cae en tierra, se pudre, pero no muere.
Sigue viviendo en la nueva espiga.
RAQUEL Bueno, lo que dicen es que ella no murió, sino que se durmió.
¿Eso del sueño será realidad o leyenda?
JESÚS Es una parábola hermosa. Porque al morir despertaremos en
Dios. Una puerta se cierra y otra se abre...
RAQUEL Pero no hablan de puerta sino de escalera... Afirman que María
subió al cielo. Distinto a su caso. Porque de usted sabemos que
se elevó por sí solo y a ella la cargaron los ángeles.
JESÚS ¿Eso dicen?
RAQUEL Como lo oye.
JESÚS Creo que ahí ya empiezan a inventar.
RAQUEL No, es un dogma de fe. La palabra oficial que usan en su caso es
ascensión. En el de ella, asunción. En lenguaje actual, diríamos
que usted se propulsó hacia las alturas. Y ella fue como abducida,
succionada.
JESÚS ¡Qué disparates, Raquel!... Nadie tiene que subir a ninguna parte
porque Dios no está arriba. Está aquí, dentro de mí, dentro de ti.
Dios es el corazón de todas sus criaturas.
RAQUEL ¿Y el cielo, entonces? En programas anteriores, usted nos dijo
que no hay infierno... ¿Tampoco hay cielo? ¿Qué pasa después
de la muerte?
JESÚS El cielo es la obra de sus manos. En las manos de Dios vivimos.
Y al morir, seguiremos en sus manos.
RAQUEL Pero, si no es demasiado pedir, como usted viene de “allá”...
¿nos podría adelantar algo?
JESÚS Si a un niño antes de nacer le contaran lo que va a ver fuera del
vientre de su madre, no lo creería. No lo entendería tampoco.
RAQUEL ¿Ni un avance siquiera?
JESÚS Te aseguro que ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni la mente puede
imaginar lo que Dios tiene preparado para quienes aman de
verdad.
RAQUEL Entonces, nos quedamos entre el cielo y la tierra. Ni ascensiones
ni asunciones, pero sí una gran esperanza. Desde Nazaret,
Raquel Pérez, Emisoras Latinas.
CONTROL CARACTERÍSTICA MUSICAL
LOCUTOR
Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su
segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José
Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.
MÁS DATOS SOBRE ESTE POLÉMICO TEMA...
Más allá...
Todas las religiones dan respuesta a la cuestión del sentido de la vida y de la
historia y ofrecen ―y ése es su principal atractivo― la certeza de una realidad
“más allá” de la vida que conocemos, de una vida que trasciende la muerte. En
el judaísmo clásico tardío esa realidad se llamó “resurrección”, en el
cristianismo se habla de “vida eterna”, en el Islam se promete el “paraíso”.
La última frontera
En la cultura de muchos pueblos no cristianos la muerte es recibida con una
naturalidad que el cristianismo ha olvidado. Los egipcios tenían una hermosa
visión de la muerte: morir era llegar a la otra orilla. En ese viaje, el pájaro-alma
se elevaba hacia el sol, perpetuando su existencia en la imagen del dios Osiris.
En algunos pueblos indios norteamericanos no sólo se aguarda con serenidad
la muerte, sino que se sale a su encuentro. Cuando las personas sienten en su
cuerpo que ya llega la muerte, se despiden de sus familiares y de sus amigos,
se alejan de su campamento y se sientan solos, solas, a esperarla. La invocan
y así, antes que la muerte física los toque, ya han dispuesto su espíritu,
diciendo adiós, muriendo a todo lo que ha sido su vida.
En la cultura cristiana, tan influida por la filosofía occidental, centrada en el yo,
el miedo a la muerte es lógico: porque en la muerte nuestro yo se disolverá. Y
no logramos imaginar una continuidad de nuestra vida sin una continuación de
nuestro yo. El atractivo de las religiones es ése precisamente: que nos
prometen la salvación en un futuro, y esa salvación futura incluye la
permanencia del yo. Por otro lado, al haber separado al ser humano de la
Naturaleza, al haber hecho tan profunda la dicotomía cuerpo-espíritu, la cultura
cristiana rodea la muerte de negatividad y hasta de terror.
Una perspectiva alternativa, verdaderamente cristiana, nos haría ver la muerte
como una fase indispensable, natural, del proceso de la vida, una meta
presente en todos los procesos vitales. La muerte es una señal de que la
Naturaleza domina sobre la vida individual. Pero cuando el ser humano no se
ha sentido ligado a la Madre Naturaleza o se ha sentido superior a ella, con
derecho de dominio, recibirá a la muerte como un destino impuesto desde fuera
y como algo tétrico.
Si no hubiera muerte...
En su novela “Las intermitencias de la muerte”, el Premio Nóbel de Literatura,
el portugués José Saramago crea una trama sorprendente. En un país
cualquiera ocurre algo insólito: la muerte decide suspender su trabajo y todo el
mundo deja de morir. Inicialmente, esto causa euforia, pero muy pronto
sobreviene el caos y la desesperación. Si no hay muerte, no hay tiempo y,
entonces, habrá para todos una vejez eterna, que muy pronto resulta
insoportable. En la desesperación de una situación que no logran administrar ni
asimilar, todos buscarán formas, correctas y turbias, compasivas y “maphiosas”
para lograr que la muerte vuelva a actuar. Hasta que un día la muerte decide
reaparecer... La reflexión que se deriva de este osado argumento puede
ayudarnos a entender el sentido de la muerte en nuestra limitada vida.
Ascensión y asunción “a los cielos”
Cuando en el cristianismo tradicional se afirma que, al morir, se destruye el
cuerpo y el alma inmortal entra en la vida eterna, se está estableciendo una
jerarquía, en la que el cuerpo resulta inferior y de menor valor. Esta idea de la
superioridad del espíritu sobre el cuerpo que atraviesa toda la tradición
cristiana, ha tenido consecuencias negativas de todo tipo, pero no procede de
Jesús, para quien el cuerpo es el templo de Dios y lo divino no está ni arriba ni
fuera de lo humano. Los dogmas católicos de la Ascensión de Jesús a los
cielos y de la Asunción de María, su madre, a esos mismos cielos, tratan de
compensar la arraigada idea católica del desprecio al cuerpo, estableciendo un
privilegio especialísimo para, al menos, dos cuerpos humanos.
Asunción: un dogma de fe
La tradición de un Dios “arriba”, habitando en el cielo lejano, es central en la
doctrina oficial católica. En noviembre de 1950, Pío XII, hablando “ex cátedra”
―y esto según la doctrina papal del siglo anterior era hablar infaliblemente―
proclamó el dogma de la asunción de María al “cielo” con estas categóricas
palabras: Declaramos, promulgamos y definimos que es un dogma
divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, María siempre Virgen,
al terminar su vida terrenal fue elevada a la gloria celestial en cuerpo y alma.
Por tanto, si alguno se atreve (Dios no lo permita) a negar voluntariamente o a
dudar de lo que ha sido definido por nosotros, sepa que ha apostatado
completamente de la fe divina y católica.
Ascensión: una metáfora
La Ascensión de Jesús no es un dogma de fe. Como aparece en los relatos
evangélicos (Mateo 28,16-20; Marcos 16,19-20; Lucas 24,50-52; Hechos 1,3-
11), la doctrina oficial considera esa “subida” como un hecho “histórico”, uno
más de los datos que componen la “biografía” de Jesús. Pero ese episodio es
una metáfora: cuarenta días después de morir, Jesús “subió a los cielos”. El
número 40 es un número simbólico a lo largo de toda la Biblia. En este caso,
significa que fue un período completo e irrepetible, en el que quienes integraron
el movimiento de Jesús y creyeron en su mensaje se convencieron
definitivamente que Jesús seguía con ellos y en ellos y que ya estaba en las
manos de Dios, que Dios, y no los injustos, “había ganado la partida”.
El cielo será una fiesta
El cielo es lo que vemos “arriba”, el manto azul que cobija la tierra, en donde
corren las nubes y brilla el sol, la luna y las estrellas. Una mayoría de
tradiciones religiosas ha situado a Dios en el “cielo”, en ese “arriba”, externo,
lejano y superior. Jesús no. Jesús hablaba de Dios “dentro” de cada persona y
hablaba también de hacer presente a Dios en relaciones humanas justas e
incluyentes, solidarias y compasivas.
Jesús habló muchas veces del cumplimiento pleno del Reino de Dios, pero
nunca llamándolo cielo. En muchos pasajes de los evangelios aparece el
concepto “Reino de los cielos”, que no es de Jesús, que siempre habló y
predicó el “Reino de Dios”.
Nunca Jesús se refirió tampoco a un final desvinculado de la historia. Utilizó
varias imágenes para hablar del futuro, del “mundo nuevo”: los seres humanos
verán a Dios con sus ojos, se repartirá la herencia, se oirán risas de fiesta, la
familia de Dios se sentará a la mesa de un banquete, se partirá y repartirá el
pan de la vida... Y todo cambiará: los últimos serán los primeros, los pobres
dejarán de serlo, los hambrientos serán saciados, quienes lloran reirán...
Lo más original del mensaje de Jesús y de su movimiento es plantear que todo
esto comienza ya en la tierra, en el mundo de las relaciones humanas: viviendo
en comunidad y solidariamente, compartiendo, sirviendo, cuidando la vida,
sanando a quienes están enfermos o están tristes... Todo esto inicia aquí como
un atisbo de lo que será la plenitud. La imagen del banquete de fiesta con la
casa llena a rebosar fue central en el lenguaje usado por Jesús para hablar
sobre el futuro (Mateo 22, 1-14). El “cielo” será una fiesta colectiva y sin fin.