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Cuatro mujeres abrieron su negocio de comidas debajo de las vías del tren, en Cuatro Vías. Por lógica, la comida que sirven ha de tener polvillo, particulillas, mierdecillas... Tres son chabolas de latón, cada una con una larga mesa y bancos de madera, y el otro es un restaurante, con mesas y sillas de madera y techo de concreto. Las primeras tienen un barril cortado en forma de barbacoa donde se asan al carbón chivo, ovejo y arepas con queso; también sirven unas colitas (refrescos) y agua. El segundo, ofrece menú diario: sopa y pescado o pollo con arroz y menestra.
Todos los días, cientos de vehículos, ¿cuántas personas serán? circulan por Cuatro Vías porque allí se elige destino: Maicao, vía a Venezuela; Riohacha, carretera a Santa Marta, Barranquilla y otras grandes ciudades colombianas; Uribia, hacia la Alta Guajira, costa norte y final del trayecto del tren de El Cerrejón; y Albania-Barrancas, las dos perlas negras guajiras y vía a los fértiles valles vallenatos del sur colombiano.
¿Quién se instaló antes en Cuatro Vías, el tren o las señoras? El tren lleva tres décadas; las señoras casi una. ¿Quién tiene más derecho para estar ahí? Formalmente, El Cerrejón que tiene derechos sobre el paso. Las señoras –sin títulos de propiedad- se han procurado un empleo diario y, mal que bien, dan un servicio a la población: técnicos, mineros, inspectores y empresarios; turistas, comerciantes, contrabandistas, periodistas, docentes… Todos y todas paran bajo las vías del tren a comerse un ovejo asado o una arepa. Alguien, el gobierno local o la Fundación El Cerrejón debería “colaborar” con las señoras poniendo sus negocios en condiciones.
Vagones que van al mar
La vista se te va al horizonte siguiendo las tres líneas rectas ¿paralelas? El cielo azul, siempre cambiante; la carretera ocre, amarillenta, llena de huecos y desniveles; y la vía férrea, siempre igual, 150 km. sin fisuras. Es el trayecto que hacen los vagones, llenos o vacíos, entre La Mina y Puerto Bolívar, en el extremo sur de Bahía Portete. Línea recta de La Guajira, de sur a norte. Parece una operación fácil, es un terreno plano, puro pedregal, ni siquiera hay árboles y parece poco poblado. Pero el ejército colombiano y una guardia privada resguardan el tren, caminan por las vías, vigilan desde garitas, patrullan en carros... Se han perpetrado atentados contra su infraestructura. Algunos han sido reivindicados por las FARC. También los paros ocasionales de camioneros y taxistas –que exigen tapar los huecos y asfaltar- ponen en alerta a la vigilancia, por si acaso a alguno se le ocurre meterse con las vías. Este tren trasladó, en 2012, hasta Puerto Bolívar 32,8 millones de toneladas de carbón con destino a otros países. Es una inversión millonaria para una operación millonaria. La responsable es la multinacional Carbones de El Cerrejón Limited, formada en tres partes iguales por BHP billiton, Anglo American y Xstrata de Suiza.
La explotación de La Mina El Cerrejón es histórica para La Guajira colombiana. Las exportaciones de El Cerrejón Central iniciaron en 1982 y las de El Cerrejón Zona Norte, en 1985. A partir de 1996, toda la operación pasa a manos de una única empresa multinacional, Carbones de El Cerrejón Limited. Pero La Guajira ha sido pobre y está empobrecida. Ni todas las regalías juntas extraídas del carbón la habrían salvado. Dice Adolfo Meisel Roca, en su investigación La Guajira y el mito de las regalías redentoras: “La magnitud del rezago económico guajiro al comienzo de la bonanza minera era tan grande que, incluso si las regalías se hubieran invertido con cero ineficiencia y corrupción, este Departamento habría continuado siendo uno de los más pobres del país”.
Vagones del tren del carbón.
Son 150 km. y tres décadas. La cantidad de historias que habrá dado el tren… Hoy esa esperanza inicial, cuando las familias entregaron sus territorios, se ha desinflado. Muchos ya no quieren ni el tren ni a La Mina ni los proyectos de expansión. La empresa y el gobierno les han negado lo básico: agua potable, luz, escuelas decentes, empleo y formación (poco más del 1% de los trabajadores de la mina son wayuu), un transporte barato o un sistema de recogida de basura. Tiene claro que los engañaron y se dejaron engañar por la empresa y los sucesivos gobiernos. A pesar de esta frustración, la mayoría permanece ajena e indiferente a la lucha que han emprendido jóvenes y organizaciones wayuu, junto a algunas autoridades tradicionales.
A veces era un animal muerto en las vías: sin compensación; otras, un borrachín muerto en las vías: sin compensación. El último accidente sucedió en una noche de la Navidad de 2012. Un trabajador (de El Cerrejón o alguna subcontrata) borracho, estrelló el carro de la empresa contra la alambrada de una casa de Media Luna, una comunidad justo al frente de Kasiwolin, al otro lado de las vías del tren. Era finales de enero del año nuevo, cuando la empresa se hizo cargo del asunto -por la “presión” de la comunidad-, reconocía el accidente y comenzaba la negociación para la reparación. La comunidad pedía unos miles de dólares para reparar el muro y comprar una valla metálica para proteger todo el perímetro de la casa.
Son treinta años sin mecanismos o protocolos de actuación para compensar este tipo de accidentes; una mancha en la imagen de Responsabilidad Social de la multinacional.
Siete kilómetros antes de alcanzar Puerto Bolívar hay un paso a nivel del tren, es la entrada a la comunidad Kasiwolin, parada obligada para el turista porque aquí se visita el Parque Eólico Jepirachi, orgullo de la comunidad, el primer proyecto piloto en La Guajira colombiana (en la venezolana también hay un campo eólico). El viento sopla salvaje; a ráfagas intermitentes pero continuas. Nunca, en el norte de La Guajira, deja de sentirse el viento. La brisa del Caribe es un chiste al lado de los vientos alisios. Rosaura Uriana es la guía oficial del Parque Eólico Jepirachi, cuenta que los 15 molinos llevan la energía al corredor minero y al resto del país.
La Empresa Pública de Medellín hace la energía pero no son los encargados de repartirla, dicen que es muy poquita para dar también a la comunidad. Solo producen y mandan.
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Unas 140 personas viven en Kasiwolin; cada día ven los 15 molinos, es inevitable, y el tren, porque está a unos metros. Sin embargo, no tiene luz eléctrica porque la Empresa Pública de Medellín les reitera que esa no es su competencia. Hace tres años que lo intentan. Tienen planta desalinizadora pero les falta un centro de nutrición para los más pequeños y “necesitamos una escuelita para los niños pequeños porque a veces el transporte, que lo paga el municipio, no viene hasta en una semana”. En época de lluvia los caminos de la comunidad son pura arena empapada.
Al otro lado del corredor minero, en Barrancas, Jaqueline Romero Epiayú, de la organización Fuerza de Mujeres Wayuu, explica que cuando definieron los límites de este Resguardo indígena -que fue posterior a la llegada de la empresa El Cerrejón, se dejó un pedazo de tierra sin titular para favorecer la reserva minera propiedad de la empresa, “fue una práctica de mala fe y maquiavélica”.
Vamos a demostrar que somos los dueños
El tren llega al destino. Va cargado de carbón, ha recorrido 150 km desde la boca de La Mina, en la Baja Guajira. Traquetea despacio los últimos kilómetros, una zona alambrada, propiedad de El Cerrejón. En esta parte de la Alta Guajira, donde el desierto cae acantilado abajo hasta encontrarse con el Caribe, la reserva minera de la multinacional ocupa una superficie de 362 hectáreas.
Una alambrada verde de unos tres metros de altura, con cámaras de vigilancia apuntando al borde externo, y a los lejos el puerto carbonífero de La Guajira, Puerto Bolívar, donde atracan buques de 180.000 toneladas de capacidad. A la vera del alambrado, con las manos manchadas de carboncillo, está Alfonso Ballesteros, lleno de energía y de confianza. Alfonso ha participado en encuentros internacionales sobre la consulta previa y las luchas de otros pueblos contra la mega minería. Protagonizó, junto con otras personas, un acto inaudito en la zona, probablemente la primera acción subversiva: se colocaron delante de un bulldozer que estaba “limpiando” unos 600 metros de trupíos y cardones (vegetación local) y exigieron al conductor marcharse; cosa que el hombre hizo.
Alfonso, del clan Uriana, vive en Kamushuo, una comunidad wayuu muy pobre, cuatro casas sobre un acantilado. Huelga decir que carecen de agua y luz. Kamushuo se creó hace 30 años:
Una valla y cámaras de vigilancia en Puerto Bolívar.
Entonces estaban nuestros padres, les dijeron que estas tierras les serían devueltas en 30 años (al término de la concesión minera), y ahora ya está la concesión a 2036, sin nuestro consentimiento, nos dimos cuenta recientemente de esto. El Cerrejón es una multinacional que quiere arrebatar nuestras costumbres y la esencia misma del pueblo wayuu, aquí están nuestros cementerios. El tráfico constante de buques ahuyenta la pesca. Nuestra pesca esta requebrantada, nuestra seguridad alimentaria también. Pero les vamos a demostrar que esta tierra es de nuestros ancestros y que somos los dueños.
¿Qué es para ti Responsabilidad Corporativa Social?
Es un paliativo de las empresas como para demostrar que hacen algo porque es hermoso ver en las revistas al niño wayuu y sus dientes blancos, pero es una farsa, es un montaje, a pesar de los 30 años que lleva aquí la empresa, no ha hecho nada ni por la salud ni por la educación, aquí hay niños desnutridos. ¿Cuál es el compromiso con la sociedad actual y con los que vienen?
Queremos que esta lucha se divulgue, que en Europa y Estados Unidos sepan que ese carbón les alimenta y les quita el frío pero aquí, a nosotros, nos está consumiendo, quita legitimidad a nuestros pueblos, nos está contaminando constantemente y nos genera realmente mucha miseria.
A lo largo del corredor minero guajiro, las reivindicaciones del pueblo wayuu se van dejando sentir tímidamente. Pero mientras no exista un cambio profundo de actitud nunca podrá haber un diálogo transparente entre la comunidad wayuu y la institucionalidad. Jaqueline Romero Epiayú:
El Estado no reconoce a las comunidades. Es difícil tener una conversación al mismo nivel. Se nos ve como poblaciones menores de edad, que hay que darles las ideas, y no es así. El pueblo wayuu ha crecido mucho, con todos los inconvenientes de la cooptación de las empresas, pero ha crecido como para tener una negociación horizontal.
Desde Fuerza de Mujeres Wayuu, el sentir es rotundo y la intención es jalar al pueblo wayuu.
No estamos interesadas en la minería, no creemos que exista una manera responsable de hacer minería sin dañar el medio ambiente, sin fraccionar a la cultura, sin dañar social y psicológicamente. No existe, no existe una manera de romper la naturaleza y dañar a la madre sin que no pase nada.