corazón de ustedes, amable radioaudiencia que sigue paso a
paso, entrevista a entrevista, polémica tras polémica, la segunda
venida de Jesucristo a la tierra. Señor Jesucristo...
JESÚS Dime, Raquel. ¿Llego a tiempo?
RAQUEL Usted siempre llega a tiempo para nuestras entrevistas. ¿Cómo
se las arregla sin reloj?
JESÚS Los campesinos nos guiamos por el Sol. ¿De qué quieres
preguntarme hoy, dime?
RAQUEL Bueno, ya hemos hablado bastante de su madre María, de cómo
lo dio a luz a usted, de los otros hijos que ella tuvo... Pero tal vez
se nos está olvidando el rasgo más singular de su personalidad:
su inmaculada concepción.
JESÚS ¿A qué te refieres?... Nunca le oí a ella hablar de eso.
RAQUEL En realidad, tampoco ella pudo hablarle porque ese prodigio
ocurrió sin que su madre se diera cuenta.
JESÚS Pero, ¿en qué consiste el prodigio?
RAQUEL Me he documentado. 8 de diciembre de 1854. El Papa Pío Nono
declara como dogma de fe que su madre María, dada la sublime
misión que tenía reservada en la historia de salvación, nació sin
aquello que todos los seres humanos traemos al nacer, la mancha
original.
JESÚS ¿Vuelves con el pecado de Adán y Eva? Ya te expliqué, Raquel,
que eso es una parábola, como las que yo contaba. Una vez
hablé de un rey poderoso que quería ajustar cuentas con sus
siervos. Otra vez hablé de un pastor con cien ovejas y una que se
le perdió. Eso no ocurrió en ninguna parte. Son comparaciones...
RAQUEL Tenemos una llamada... ¿Sí, díganos?
SACERDOTE Con el perdón de Jesucristo o de quien sea ese embustero, le
pido, le exijo, que no siga hablando del pecado original.
JESÚS
Yo lo que decía es que...
SACERDOTE Yo no sé lo que usted decía ni tampoco me importa. Repito. No
toque el pecado original. ¡No lo toque, no lo toque!
RAQUEL
No entiendo por qué este amigo oyente está tan irritado...
¿Señor?
SACERDOTE No me diga señor. Dígame padre. Soy el padre Jaime Lorin.
RAQUEL
Disculpe, padre, pero... ¿por qué usted no quiere que toquemos
en nuestra entrevista el pecado original?
SACERDOTE ¿No se da cuenta? Si no hay pecado original, ¿qué vino a hacer
al mundo Jesucristo? Se cae la virgen y la estrella de Belén. Si no
hay pecado original, ¿de qué vino a redimirnos Jesucristo? Se cae
la cruz del Calvario. Y si se cae la cruz, no hay tumba vacía. Si no
hay pecado original, ¿para qué bautizarse? Se cae el bautismo y
las misas. Y si no hay misas, se cae la iglesia. Y si se cae la
iglesia, coño, me caigo yo. Así que...
RAQUEL
¿Así que qué?
SACERDOTE Así que... ¡no me toque el pecado original!
RAQUEL Puff... Jesucristo, ¿qué opinión le merece esta descarga, quiero
decir, la opinión exaltada del padre Lorin?
JESÚS Ya que estábamos hablando de parábolas, ahora me acuerdo de
una que yo conté, la de las dos casas, una construida sobre roca
y otra sobre arena. Cayó la lluvia, soplaron los vientos, y la casa
sobre arena se vino abajo. Así les pasará a éstos, a los que han
edificado todo sobre una fábula, sobre ese pecado original.
RAQUEL ¿Se cae también nuestra casa? ¿Sobre qué hemos edificado:
arena o roca? No pierda mañana una nueva entrevista con
Jesucristo en la cobertura especial de Emisoras Latinas. Raquel
Pérez, desde Nazaret.
CONTROL CARACTERÍSTICA MUSICAL
LOCUTOR Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su
segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José
Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.
MÁS DATOS SOBRE ESTE POLÉMICO TEMA...
El mito original del Génesis
El relato del Génesis (Adán y Eva tentados por una serpiente para que
desobedezcan a Dios comiendo del fruto prohibido y expulsados por este
pecado del Paraíso) abre la Biblia del pueblo hebreo y la Biblia de los cristianos
y aparece también en el Corán del pueblo islámico. Las tres grandes religiones
monoteístas han incorporado este mito original a su imaginario religioso, pero
interpretan de distintas maneras la naturaleza de aquel “pecado original”.
Jesús nunca se refirió a este mito, aunque naturalmente lo conocía bien. La
tradición talmúdica (tradición oral del Judaísmo, que recoge los debates
teológicos de los rabinos) enseña que las consecuencias de aquella “falta
primordial” son el trabajar con esfuerzo, la enfermedad y la muerte. La idea de
que, por aquella falta todos los descendientes de Adán y Eva nacen pecadores
es ajena a la doctrina judía.
Las corrientes progresistas dentro del judaísmo actual interpretan incluso ese
“pecado” positivamente: ven en él el primer acto de libre albedrío del hombre,
considerando esa libertad adquirida parte del plan divino, ya que si hay falta,
hay admisión de responsabilidad. En esta perspectiva, el mito del Génesis
sería una elaborada alegoría del pasaje de la Humanidad de su infancia a la
adultez y, con la edad adulta, a la autonomía.
Si se toca el pecado original...
La doctrina cristiana con respecto al pecado original está ausente de los textos
de los evangelios y prácticamente no se sustenta en los textos del Nuevo
Testamento, a excepción de algunas alusiones de Pablo en sus cartas
(Romanos 5,12). El dogma del pecado original se fijó en el Concilio de Cartago
(siglo IV) y se precisó en el Concilio de Trento, celebrado en el siglo XVI,
después de la Reforma protestante. Trento fue uno de los Concilios más
cargados en doctrina de la historia de la iglesia.
Trento estableció que aquel pecado se transmite a todos los humanos por
generación, no por imitación. Es decir, se hereda. Las ideas maniqueas de
Agustín de Hipona, que vio la naturaleza humana marcada por el mal y el
pecado y que profesaba un profundo rechazo a la mujer ―para él, Eva, era
responsable de todos los males, por ser la culpable de que el pecado entrara
en el mundo― consolidó, como ninguna otra, la doctrina del pecado original.
Resulta increíble, pero toda la teología de la salvación (la soteriología), que
coloca en el centro la muerte de Jesucristo como “necesaria”, toda la teología
sacrificial, toda la teología sacramental, toda la visión negativa del mundo, todo
el rechazo al cuerpo, a la sexualidad y a las mujeres, está basada en el relato
de Adán y Eva, en la creencia dogmática del pecado original, creencia derivada
de un antiguo mito hebreo. Por eso, si se “toca” el pecado original, si se
suprime esta idea, si se cuestiona este dogma, si se rechaza esta creencia,
todo se mueve y todo en la teología tradicional comienza a venirse abajo.
Según explica Jesús a Raquel, nada importante se caería y por eso le recuerda
la parábola de las dos casas, una edificada sobre arena y otra edificada sobre
roca (Mateo 7,24-27).
Lo que dice el Catecismo
Las alusiones al pecado original son continuas en el Catecismo católico. La
trascendencia que se le da al mito del Génesis es enorme. Por ejemplo, en el
número 289 del Catecismo se aprecia (ver subrayados) cómo de este mito se
deduce todo lo demás: Entre todas las palabras de la Sagrada Escritura sobre
la creación, los tres primeros capítulos del Génesis ocupan un lugar único...
Los autores inspirados los han colocado al comienzo de la Escritura de suerte
que expresan, en su lenguaje solemne, las verdades de la creación, de su
origen y de su fin en Dios, de su orden y de su bondad, de la vocación del
hombre, finalmente, del drama del pecado y de la esperanza de la salvación.
Leídas a la luz de Cristo, en la unidad de la Sagrada Escritura y en la Tradición
viva de la Iglesia, estas palabras siguen siendo la fuente principal para la
catequesis de los Misterios del "comienzo": creación, caída, promesa de la
salvación.
El Catecismo resuelve la ilógica y dañina creencia de que ese pecado “se
transmite”, recurriendo al “misterio”. Así se lee en el número 404 del
Catecismo: ¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos
sus descendientes? Todo el género humano es en Adán "sicut unum corpus
unius hominis" ("como el cuerpo único de un único hombre", Santo Tomás de
Aquino, mal. 4, 1). Por esta unidad del género humano, todos los hombres
están implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en la
justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un
misterio que no podemos comprender plenamente.
Han sido miles de años estigmatizando a las mujeres a partir del mito
fundacional y perverso de Adán y Eva. En ese mito, para vergüenza del mundo
católico, se basó nuevamente el Cardenal José Ratzinger, hoy Papa Benedicto
XVI, para escribir la que pomposamente tituló “Carta a los obispos de la Iglesia
Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el
mundo”, un texto que expresa la más obsoleta visión del hombre, de la mujer,
de la iglesia y del mundo.
Entre protestantes, evangélicos y musulmanes
Mientras la doctrina católica permanece secularmente aferrada al mito de Adán
y Eva como interpretación del origen de la historia humana y ha hecho de ese
mito hebreo el sustento de la teología de los sacramentos y de la teología
sacrificial, numerosas iglesias protestantes históricas se han ido apartando de
esta visión, no así las modernas iglesias pentecostales y neo-pentecostales,
que tienen en la lectura literal de la Biblia y en la certeza de que nacemos
“malos” y en pecado el centro de toda su teología.
Aunque el Corán narra la historia de Adán y Eva, en el Islam no existe la noción
de “pecado original”. De acuerdo con el Corán, la transgresión original fue una
responsabilidad compartida por Adán y por Eva y quedó suficientemente
castigada con la expulsión del Paraíso. El Islam rechaza explícitamente que
alguien pague por los errores o pecados de otro. Nadie cargará con la culpa
ajena (Sura 17, versículo 15). La idea de la responsabilidad individual es
central en el Islam y esa libertad es la base sobre la cual Dios puede decidir
castigar o premiar.
El dogma de la Inmaculada Concepción
El dogma de la inmaculada concepción de María ―María estuvo libre del
pecado original― fue proclamado por Pío IX el 8 de diciembre de 1854 en la
bula dogmática “Ineffabilis Deus”, donde dice: Declaramos, promulgamos y
definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue
preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante
de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en
atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está
revelada.
A juicio del teólogo e historiador de la iglesia, Hans Küng, el Papa Pío IX era
“un hombre emocionalmente inestable desprovisto de dudas intelectuales, que
mostraba los síntomas propios de un psicópata”, que se obsesionó con el
objetivo de fortalecer el papismo y el marianismo para dar “seguridad
emocional” a la grey católica, en un tiempo de grandes cambios en la
Humanidad, entre ellos, la teoría de la evolución, enseñada por Charles Darwin
en la misma década en la que el Papa proclamaba este dogma, el primero en
el que pretendía mostrarse “infalible”. Un dogma ―dice Küng― del que no
encontramos ni una sola palabra ni en la Biblia ni en la tradición católica del
primer milenio y que no tiene sentido a la luz de la teoría de la evolución.
El mal en el mundo
El mal que vemos y sentimos en el mundo que conocemos ―enfermedades y
muerte, catástrofes naturales, tendencias negativas en los seres humanos― es
siempre una expresión de los límites que tienen todos los procesos vitales:
nuestras vidas, la vida de nuestros cerebros, la vida del planeta Tierra.
Relacionar esos males con un ser supremo ofendido y con humanos que lo
ofendieron y que heredaron esa “mancha” es una idea religiosa arcaica,
primitiva.
Hay también en el mundo que conocemos muchos otros males ―explotación
en el trabajo, violencia contra las mujeres, abusos de poder, ambiciones
desmedidas, avaricia, guerras y torturas― que tampoco provienen de ningún
pecado original heredado, sino que tienen su origen en responsabilidades
individuales de personas individuales y de sistemas políticos y sociales
construidos por personas individuales y por colectivos humanos. Son males
evitables, causan sufrimientos innecesarios y depende de la Humanidad el
suprimirlos.
Entre otras muchas consecuencias negativas, la doctrina del pecado original
como causa de los males del mundo fomenta la insensibilidad de los poderosos
y la fatalidad de quienes no tienen poder. Por eso, lo mejor es “tocar” esta
doctrina ―empujarla, derrumbarla, eliminarla― para que caigan tantas falsas
creencias vinculadas a ella.