Durante el día los muertos se escondían y comían guayaba, pero por las noches salían a pasear y desafiaban a los vivos. Los muertos ofrecían combates y las muertas, amores. En la pelea, se esfumaban cuando querían; y en lo mejor del amor quedaba el amante sin nada entre los brazos. Antes de aceptar la lucha contra un hombre o de echarse junto a una mujer, era preciso rozarle el vientre con la mano, porque los muertos no tienen ombligo.
El dueño del cielo también avisó a los taínos que mucho más se cuidaran de la gente vestida.
El jefe Cáicihu ayunó una semana y fue digno de su voz: Breve será el goce de la vida, anunció el invisible, el que tiene madre pero no tiene principio: Los hombres vestidos llegarán, dominarán y matarán.