recibiendo múltiples mensajes. Unos felicitan, otros se indignan.
También nos llegan muchas preguntas. Hace un rato y fuera de
micrófonos, usted, Jesucristo, nos hacía un comentario irónico...
¿Podría repetirlo?
JESÚS Yo te decía, Raquel, que de haber sospechado la faramalla que
se iba a armar a partir de lo que comimos en aquella última
cena... ¡mejor nos hubiéramos quedado en ayunas!
RAQUEL Bromas aparte, usted se refirió antes a San Pablo y a una
situación ocurrida en la comunidad, creo que me dijo, de Corinto.
¿Qué pasó exactamente allí?
JESÚS Yo no lo vi, porque ya me había ido. Pero me lo contaron.
RAQUEL ¿Y qué le contaron que tanto le impresionó?
JESÚS Pues resulta que en esa ciudad de Corinto, que yo no sé ni dónde
queda, parece que se reunían para dar gracias a Dios. Y mientras
unos comían y se hartaban, otros se quedaban con hambre.
Pablo los reprendió. Y con toda razón. ¿Qué comunidad puede
ser ésa donde hay ricos y pobres? ¿Qué pascua van a celebrar
juntos Moisés y el Faraón, los oprimidos junto a los opresores?
RAQUEL Pues mejor no se asome por algunas iglesias cristianas porque se
va a llevar unas cuantas sorpresas... Asientos en primera fila
reservados para las autoridades, para los militares, para las
familias más ricas, los blancos delante, los negros detrás, los
blancos delante, los indios detrás...
JESÚS ¿Eso hacen?
RAQUEL Peor. Le dan el pan consagrado a dictadores, a asesinos y a
torturadores, y se lo niegan a las mujeres sólo por haberse
divorciado...
JESÚS ¿Eso hacen?
RAQUEL Si usted supiera...
JESÚS Tú, Raquel, hablabas antes de la sustancia. La sustancia que
tiene que cambiar no es la del pan, sino la del corazón. Un
corazón nuevo, capaz de amar, de compartir.
RAQUEL Pero, dígame una cosa, Jesucristo, si usted no instituyó la
eucaristía aquel Jueves Santo... ¿qué hacen los sacerdotes en su
nombre cuando celebran la misa?
JESÚS Me imagino que proclamen la buena noticia a los pobres. Eso es
lo que yo quiero que hagan en memoria mía.
RAQUEL ¿Y las palabras mágicas, digo, misteriosas, que dicen los
sacerdotes para que Dios baje del cielo, para que aterrice en el
altar, se oculte en la hostia y se esconda en un sagrario?
JESÚS Tú eres una persona inteligente, Raquel. Dios te ha dado razón y
corazón. A los oyentes de tu emisora también. ¿Tú crees que
Dios, que no cabe en el universo, que no tiene principio ni fin, va a
prestarse a un truco así? ¡Qué pequeño sería ese dios, un dios de
abracadadra, como aquel mago que encontró Felipe en Samaría!
RAQUEL Si yo he comprendido bien sus palabras, usted echa abajo
teologías eucarísticas, bibliotecas enteras, procesiones con el
Santísimo Sacramento, custodias, copones, adoraciones
perpetuas, cantemos al amor de los amores, el Concilio de Trento
y la misa de los domingos.
JESÚS ¿Escuchas, Raquel?... Es el viento... No puedes atraparlo, porque
sopla donde quiere. Tampoco puedes encerrar a Dios en un
templo, ni en un pedazo de pan ni en una copa de vino.
RAQUEL Tengo mil preguntas, pero ya no sé ni qué preguntarle.
JESÚS Lo más grande lo reveló Dios en lo más sencillo, Raquel. En el
pan, hay pan. En el vino, hay vino. Y en la comunidad, cuando
ese pan y ese vino se comparten, cuando todo se pone en común,
Dios se hace presente.
RAQUEL Amigas, amigos... No pierdan la fe, digo, no pierdan la sintonía, y
sigan con nosotros. Desde Jerusalén, para Emisoras Latinas,
Raquel Pérez.
CONTROL CARACTERÍSTICA MUSICAL
LOCUTOR Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su
segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José
Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.
MÁS DATOS SOBRE ESTE POLÉMICO TEMA...
Milagro, magia, prodigio...
En los primeros siglos del cristianismo, hombres o mujeres, indistintamente,
podían presidir la celebración eucarística. A partir del siglo V presidirla fue un
oficio exclusivo de los presbíteros, convertidos ya en “profesionales de lo
sagrado”. En el cuarto Concilio de Letrán (1215) se estableció que no podía
celebrar la eucaristía (decir misa) nadie que no fuera un sacerdote válida y
lícitamente ordenado.
Durante la Edad Media se exacerbó la devoción por el “milagro eucarístico”
despojando a la eucaristía de su carácter simbólico y comunitario (compartir la
comida y las palabras de Jesús) y revistiendo a los sacerdotes que hacían ese
“milagro” de poderes “mágicos”. Esta fijación obsesiva en el “milagro” que
ocurre en cada misa llega hasta nuestros días y es promovido por las
autoridades católicas. En 1935, el Papa Pío XI afirmó que, efectivamente, el
sacerdote tiene poder sobre el cuerpo mismo de Jesucristo y lo hace presente
en nuestros altares (encíclica “Ad Catolichi Sacerdotii”) y en 1947, el Papa Pío
XII confirmó que en nuestros altares Cristo se ofrece a Sí mismo diariamente
por nuestra redención (encíclica “Mediator Dei”).
Miocardio y sangre coagulada
De la doctrina oficial católica sobre la eucaristía se han derivado las más
ridículas devociones. Entre ellas destaca lo que los devotos llaman “el milagro
eucarístico más grande de la historia”: un supuesto trozo del corazón de Jesús
y cinco coágulos de su sangre, conservados en una iglesia de Lanciano, Italia,
desde el año 700, prodigio que habría ocurrido cuando un monje-sacerdote
dudaba del “milagro” que sus palabras obraban sobre la hostia y el cáliz al
celebrar la misa.
La escritora católica Stefanía Falasca comenta el milagro, revistiéndolo de
tintes científicos: Verdadera carne y verdadera sangre humana. Pertenecen al
mismo grupo sanguíneo: AB. En la carne están presentes, en sección, el
miocardio, el endocardio, el nervio vago y, por el notable grosor del miocardio,
el ventrículo cardíaco izquierdo: se trata, pues, de un corazón completo en su
estructura esencial. En la sangre están presentes las proteínas normalmente
fraccionadas con el mismo porcentaje que hallamos en el cuadro sero-proteico
de la sangre fresca normal... Pese a haber sido dejadas en estado natural, sin
ningún tipo de conservación o momificación durante doce siglos, y expuestas a
la acción de agentes físicos, atmosféricos y biológicos, esa carne y esa sangre
presentan las mismas características de la carne y la sangre extraídas el
mismo día a un ser vivo.
Además de repugnante, a un “milagro” tan materialista, corresponde una
pregunta también materialista: ¿cómo podrá vivir el Jesús resucitado del
dogma sin un trozo tan vital de su propio corazón?
Según Falasca, “milagros” de este tenor ―carne y sangre real sobre los altares
de sacerdotes atormentados por dudas de fe― se han producido ya veinticinco,
diez en Italia y siete en España. Pero afirma que el de Lanciano es el único que
ha sido sometido a “rigurosos análisis científicos”. El Vaticano ha refrendado el
“milagro” de Lanciano. En 2004, el Papa Juan Pablo II escribió así al arzobispo
de Lanciano: Para nosotros cristianos, la Eucaristía es todo: es el centro de
nuestra fe y la fuente de toda nuestra vida espiritual... Esto vale en modo
peculiar para la comunidad de Lanciano, custodia de dos milagros eucarísticos
que, aparte de ser muy queridos por los fieles del lugar, son meta de
numerosas peregrinaciones de Italia y de todo el mundo.
Sin desigualdades ni discriminaciones
Jesús le recuerda a Raquel lo que escuchó de la comunidad de Corinto, donde
se celebraba la eucaristía, pero existían muchas desigualdades y Pablo los
reprendió por eso (1 Corintios 11,17-34). También evoca Jesús el encuentro de
Felipe con Simón el mago, que aparece en Hechos de los Apóstoles 8,9-13.
Santiago, el hermano de Jesús, quien dirigió la iglesia de Jerusalén hasta que
fue asesinado por el Sumo Sacerdote Ananías en el año 62, también siguió la
enseñanza de Jesús y en su carta advierte sobre las discriminaciones en la
celebración eucarística: Supongamos que cuando están reunidos, entra un
hombre con un anillo de oro y vestido elegantemente y al mismo tiempo entra
otro pobremente vestido. Si ustedes se fijan en el que está muy bien vestido y
le dicen: "Siéntate aquí, en el lugar de honor" y al pobre le dicen: "Quédate allí,
de pie", o bien: "Siéntate a mis pies", ¿no están haciendo acaso distinciones
entre ustedes y actuando como jueces malintencionados? Escuchen,
hermanos muy queridos: ¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres de este
mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino que ha
prometido a los que lo aman? Y sin embargo, ¡ustedes desprecian al pobre!
¿No son acaso los ricos los que los oprimen a ustedes y los hacen comparecer
ante los tribunales? (Santiago2,1-7).
Un espacio de equidad
En la iglesia primitiva se insistió en que la celebración eucarística fuera un
espacio de equidad, de justicia, donde se compartieran las palabras, la comida
y hasta los bienes. Los primeros Padres de la Iglesia hablaron en ese sentido.
San Justino: La eucaristía es el momento en que los cristianos dan, cada uno
lo que tiene, a los necesitados. San Cipriano: Cuando los ricos no llevan a la
misa lo que los pobres necesitan, no celebran el sacrificio del Señor. San
Ambrosio decía en una carta al emperador, que acababa de atropellar a los
habitantes de Tesalónica: No ofreceré el sacrificio de la misa delante de usted,
si usted se atreve a asistir.
Al relatar los comienzos de la iglesia primitiva, el teólogo Hans Küng se refiere
al nuevo “ideal ético” cristiano de justicia y equidad: Lo que resultaba
sorprendente y atractivo a muchos foráneos era la cohesión social de los
cristianos, tal y como se expresaba en el culto: “hermanos” y “hermanas”, sin
distinciones de clase, raza o educación, podían tomar parte en la eucaristía. Se
ofrecían generosas ofrendas voluntarias, normalmente durante el culto, que
administradas y distribuidas por el obispo, proporcionaban bienestar a los
pobres, los enfermos, los huérfanos y las viudas, los viajeros, los que cumplían
penas en prisión, los necesitados y los ancianos. A este respecto, la vida
correcta (ortho-praxy) era más importante en la vida cotidiana de las
comunidades que la enseñanza correcta (ortho-doxy). En cualquier caso, ésta
fue una razón de peso para el insólito éxito del cristianismo... Esta revolución
amable, este movimiento revolucionario “desde abajo”, acabó por imponerse
en el imperio romano.
Compartir es lo esencial
Compartir es la nota esencial de la comida eucarística. El teólogo John Dominic
Crossan dice: La Eucaristía es una comida real y compartida. El acento está en
el partir el pan, que es un signo de compartir. El énfasis no está en el vino sino
en la copa, que también se puede pasar de unos a otros. Una eucaristía sin
compartir es nada. Por eso, Pablo (1 Corintios 11,17-34) y la Didajé condenan
a quienes no comparten con los demás en las cenas eucarísticas. En la
eucaristía nunca se puede prescindir de esto: es en la comida y la bebida,
bases materiales de la vida, ofrecidas equitativamente a todos, donde se
encuentra la presencia de Dios y de Jesús.
La Didajé es un libro antiquísimo, descubierto en el siglo XIV. No es una
epístola de los primeros discípulos ni un evangelio, pero resulta imprescindible
para conocer la historia del cristianismo primitivo porque es como un manual de
instrucciones que sirvió a las primeras comunidades para mantenerse fieles a
las enseñanzas de Jesús.
Saber sentir el viento
Al final de la entrevista, Jesús le habla a Raquel del viento para que entienda
que hay realidades que no se comprenden racionalmente, que sólo las capta el
espíritu, un espíritu abierto. En el evangelio de Juan, Jesús utiliza la metáfora
del viento (Juan 3,8). En un relato de un jesuita hindú aparece también “el
viento” como elemento “explicativo” del camino que nos lleva al Misterio de
Dios.
Dice el relato que al llegar a China un estadounidense le pregunta al muchacho
del ascensor: ¿Qué es la religión en China? El muchacho lo lleva al balcón y le
pregunta: ¿Qué ve? Veo carros, comercios. ¿Y qué más?, le dice. Veo gente,
flores, árboles, pájaros. ¿Y qué más?, le vuelve a preguntar. Veo cómo se
mueve el viento. Pues, ésa es la religión en China le dice el muchacho: una
percepción de la realidad. Partimos de las cosas, llegamos a los seres vivos y
terminamos en lo que es invisible y libre, lo que no podemos atrapar.
Muchos teólogos actuales consideran que cuando China sea la próxima
potencia mundial, Occidente se verá desafiado por las religiones asiáticas.
Budistas, hinduistas, taoístas y confucionistas nos plantearán interrogantes que
la cultura occidental cristiana no está preparada para responder porque no
tenemos siquiera herramientas conceptuales para captar lo esencial de esas
visiones del mundo, de la vida y de Dios. Porque nos hemos olvidado del
“viento”, porque no sabemos verlo ni estamos enseñados a sentirlo.