el gran Templo de Jerusalén. Las últimas declaraciones de
Jesucristo sobre la eucaristía y las que nos hizo en anteriores
programas sobre la confesión han bloqueado nuestra central
telefónica. Un oyente de Asunción, Paraguay, Arturo Bregaglio,
hace la siguiente pregunta:
ARTURO Si usted dice que los sacerdotes no perdonan pecados ni
consagran la hostia... ¿para qué sirven los sacerdotes?
RAQUEL ¿Ha escuchado bien, Jesucristo?
JESÚS Sí, escuché bien.
RAQUEL ¿Para qué sirven, entonces, los sacerdotes?
JESÚS Pienso que para nada.
RAQUEL ¿Cómo que para nada?
JESÚS Para nada.
RAQUEL Con una afirmación tan rotunda, ¿usted no se estaría
descalificando a sí mismo?
JESÚS ¿A mí mismo? ¿Por qué?
RAQUEL Bueno, porque... ¿usted no es el Sumo Sacerdote de la Nueva
Alianza?
JESÚS En mi pueblo sólo eran sacerdotes los de la tribu de Leví, los
levitas. Yo no era de ellos.
RAQUEL Entonces, ¿usted no es sacerdote?
JESÚS Ni lo soy ni nunca lo fui. Más bien, tuve pleitos tremendos con los
sacerdotes de mi tiempo.
RAQUEL ¿A qué se debían esos pleitos?
JESÚS A su arrogancia. Se sentían superiores, dueños de la verdad y
despreciaban a la gente humilde. Se creían mediadores entre el
cielo y la tierra, ¡representantes de Dios!... Todavía me río
recordando la cara que pusieron con aquello que te comenté el
otro día. Les dije: las putas entrarán primero que ustedes en el
Reino de Dios.
RAQUEL ¿Usted lo dijo con esa mala palabra?
JESÚS ¿Cuál mala palabra?
RAQUEL Esa que dijo...
JESÚS ¿Putas? Claro. A ellas yo siempre las respeté. Pero a ellos no.
Eran altaneros. Sepulcros blanqueados.
RAQUEL En todo caso, si usted no fue sacerdote... sus apóstoles sí.
JESÚS ¿Por qué dices eso?
RAQUEL En esa Última Cena, aunque usted afirma que no consagró ni el
pan ni el vino, sí consagró sacerdotes a sus doce apóstoles.
JESÚS ¿De dónde sacas eso, Raquel? Yo nunca consagré a nadie. En
nuestro movimiento no hubo ningún sacerdote. En las primeras
comunidades, según me cuentan, tampoco. Era la gente común,
los hombres y sobre todo las mujeres, las responsables de seguir
trabajando por el Reino de Dios. Ni siquiera utilizaban la palabra
sacerdote.
RAQUEL ¿Sacerdote no significa sagrado?
JESÚS Sacerdote significa alejado, separado del pueblo. Para trabajar
por el Reino de Dios hay que estar entre la gente.
RAQUEL Entonces, ¿de dónde salieron los sacerdotes, los clérigos, que
dicen representarlo a usted?
JESÚS Pues no sé de qué tribu habrán salido porque en nuestro
movimiento no se aceptaban esas jerarquías.
RAQUEL Espere un momento... Me está llegando un mensaje de texto...
Es de un teólogo laico, José María Marín... Dice así. Se lo leo:
“La ordenación de sacerdotes nada tiene que ver con Jesús. Es
una costumbre muy posterior del imperio romano. De ahí nació el
clero católico, lleno de poder y privilegios. Para Jesús, la
comunidad no necesita de ningún mediador ante Dios.”
JESÚS Me gusta cómo lo explica ese señor.
RAQUEL ¿Y qué hacemos, entonces, con los sacerdotes?
JESÚS Que nazcan de nuevo, como le aconsejé al viejo Nicodemo. Si
luchan, si están entre la gente, si su palabra alegra el corazón de
los pobres y es espada de dos filos contra los injustos, está bien.
Pero si se creen dueños de una escalera para llegar a Dios, como
aquella de los sueños de Jacob, no sirven para nada, porque Dios
no está arriba ni está lejos. Está aquí, en medio de nosotros.
RAQUEL ¿Qué dicen ustedes, amigas y amigos de Emisoras Latinas? Y
especialmente, ¿qué opinan los curas y los reverendos y los
ministros que tal vez nos están escuchando? Para Emisoras
Latinas, reportó Raquel Pérez, Jerusalén.
CONTROL CARACTERÍSTICA MUSICAL
LOCUTOR Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su
segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José
Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.
MÁS DATOS SOBRE ESTE POLÉMICO TEMA...
Sacerdote: el sagrado, el separado
En todas las culturas ―occidentales, orientales, africanas, indoamericanas―
en las que existen sacerdotes se considera que ellos son los intermediarios
entre los humanos y la divinidad, a la que los sacerdotes aplacan o complacen
con determinados ritos, oraciones y sacrificios. En el entorno cultural helenista,
el sacerdote se designaba con la palabra “hiereus”, que significa “santo”,
“sagrado” y, por esto, “separado”, “segregado”, perteneciente al ámbito de lo
divino. En todas las culturas, el sacerdote es el que “sabe” de las cosas de Dios
y el que tiene “poder” sobre lo divino. Ese saber y ese poder le dan derecho a
muchos privilegios sociales, políticos, económicos y culturales.
Una casta poderosa
En tiempos de Jesús, la clase con mayor influencia social era la de los
sacerdotes de Jerusalén, que servían en el Templo, en cuyo “santuario” el
judaísmo localizaba “la presencia de Dios”. En ese espacio sólo podían entrar
los sacerdotes. Allí realizaban los sacrificios: quemaban perfumes y mataban
animales. Al igual que en todas las religiones, los sacerdotes eran
considerados hombres elegidos para estar en contacto directo con lo sagrado,
intermediarios ante Dios, separados del resto y superiores. Ocupaban la
cúspide de una sociedad jerárquica que discriminaba a la mayoría. En tiempos
de Jesús, los sacerdotes estaban divididos en 24 clases o secciones y en cada
sección había unos 300 sacerdotes.
Los relatos de los evangelios muestran a Jesús enfrentándose a menudo con
los sacerdotes, discutiendo con ellos, reclamándoles, rechazando sus
argumentos religiosos. También vemos en los evangelios a los sacerdotes
afirmando que Jesús está endemoniado, que no tiene autoridad para hablar
como habla, rechazando su mensaje y sus actitudes, y finalmente,
denunciándolo y condenándolo a la muerte.
Jesús no fue sacerdote
Jesús no fue sacerdote. Fue un laico. En tiempos de Jesús sólo eran
sacerdotes los judíos de la tribu de Leví, considerados herederos de Aarón, el
hermano de Moisés. Jesús no fue sacerdote. Más bien, se opuso a la casta
sacerdotal y fue vilipendiado por los sacerdotes de su tiempo. Jesús fue un
laico (del griego “laicos”, que significa “alguien del pueblo”). Sólo en la Carta a
los Hebreos, que se atribuye a Pablo ―aunque no fue escrita por él sino por
alguno de sus discípulos― se nombra a Jesús como “sacerdote de la nueva
alianza”, con la que habría quedado abolida la antigua alianza y el sacerdocio
levítico.
El legado del laico Jesús de Nazaret
Convertir a Jesús en un sacerdote y derivar del lenguaje simbólico que emplea
la Carta a los Hebreos la idea de que los sacerdotes son “otros Cristos”
traiciona el mensaje de Jesús. Jesús nunca relacionó ningún sacerdocio con su
movimiento. Y aún más: cuestionó la esencia misma del sacerdocio ―que es la
de ser mediador consagrado entre Dios y los seres humanos, actuando en
tiempos, lugares y ritos sagrados―, al afirmar que no necesitamos mediadores
porque Dios vive en nosotros y no en ningún templo; al rechazar los sacrificios
y proponer el prójimo como único camino para entrar en relación con Dios y al
no respetar el sábado como día sagrado. Que Jesús fuera un laico que
desafiara a los sacerdotes y los contradijera fue determinante en su asesinato.
Por eso, ser críticos del sacerdocio es dar continuidad a un legado del laico
Jesús de Nazaret.
La Iglesia ha de tener y tuvo siempre sus dirigentes, pero esos dirigentes no
tienen nada que ver con el hecho "religioso" del sacerdocio, explica el teólogo
español José Ignacio González Faus. Los sacerdotes y obispos, tal como hoy
los conocemos, no fueron ni siquiera imaginados por Jesús. Surgieron en la
evolución histórica del cristianismo, como una expresión más de la
institucionalización de una jerarquía masculina al frente de las estructuras de
poder de la naciente iglesia oficial.
Un libro polémico
En su polémico libro “Clérigos. Psicograma de un ideal” (Editorial Trotta, Madrid
1995) , el teólogo católico alemán Eugen Drewermann analiza como
psicoanalista las características de la “vocación” sacerdotal y de la “vocación”
de religiosos y religiosas para llegar a conclusiones demoledoras de las raíces
patógenas del “funcionariado” católico y, por extensión, de las sociedades en
donde la moral católica influye desde hace siglos.
Extenso, provocador y lleno de informaciones y reflexiones sugerentes, el
propósito del libro es liberador: La manera más simple de desempolvar ese
halo de predilección divina que parecen tener los clérigos es mostrar que esa
imagen de superioridad, con aires de supraterrestres, está tejida de
represiones y transferencias psicológicas de naturaleza bien “terrestre”, dice
Drewermann al señalar los objetivos de su texto. Recomendamos este libro por
su lucidez y su audacia.
Mujeres con tareas sacerdotales
Todas las culturas patriarcales han considerado que la tarea sacerdotal
―mediación entre la divinidad y la humanidad― corresponde privilegiadamente
a los hombres. Aun así, en las religiones antiguas hubo sacerdotas en algunos
cultos greco-romanos y egipcios. Actualmente, hay culturas religiosas que
incluyen a mujeres como “chamanas”. Las religiones monoteístas (judaísmo,
cristianismo, Islam) excluyeron totalmente a las mujeres del sacerdocio.
En la historia de las religiones, las mujeres sacerdotas estuvieron ligadas a
cultos de la fecundidad, a ritos relacionados con la vida vegetal y animal, a
ceremonias centradas en la danza y la música, en fiestas que celebraban la
sexualidad. En cambio, el sacerdocio masculino apareció ligado a una religión
de sacrificios cruentos, sangrientos, a la imposición de normas, represiones y
restricciones, a la expiación de los pecados, a la autoridad, a las guerras, la
violencia y la crueldad.
Las viudas, sacerdotas cristianas
En las primeras comunidades cristianas se hablaba de presbíteros más que de
sacerdotes. “Presbítero” significa “anciano”. Y en un mundo en donde la gente
no vivía tanto como ahora, la ancianidad llegaba pronto y se relacionada
culturalmente con la sabiduría, el liderazgo en la comunidad.
El teólogo José María Marín explica: La mujer viuda constituía el equivalente
del presbítero masculino. El ministerio de las viudas constituyó probablemente
una forma autónoma de un cierto presbiterado femenino, que perduró hasta el
siglo IV. Se hablaba del viudato, como de un grupo apostólico reconocido por
las comunidades, distinto del de las diaconisas. Estas viudas eran
denominadas “ancianas” o “presbíteras”, apelativos que se daban a los
dirigentes de las primitivas comunidades cristianas. Desempeñaban varias
funciones: pastoral domiciliaria entre mujeres, junto con los servicios caritativos
propios del diaconado, el ministerio de la oración y administración del bautismo
y la celebración de la eucaristía. El viudato se suprimió definitivamente en la
iglesia de Occidente en el Concilio de Leodicea en el año 343.
Y añade: Si Jesús no hubiese puesto a las mujeres al mismo nivel, en todos los
órdenes, con los hombres no se explicaría cómo las primeras comunidades
cristianas les hubiesen dado a las mujeres este protagonismo ministerial. Hasta
Pablo, que se muestra tan integristamente misógino cuando afirma que "no
tolera que las mujeres hablen en el templo" ni permite que “oren con la cabeza
descubierta", no tiene más remedio que citarlas como apóstoles y ministros e
indica que es un precepto de Jesús.
El sacerdocio femenino
Hasta el siglo V fue práctica habitual en la Cristiandad ordenar a las mujeres
como diaconisas, un grado inferior al de los sacerdotes, con algunas funciones
en la liturgia y en la vida de la iglesia, aunque siempre estas funciones eran
más limitadas que las que se asignaban a los diáconos varones. A partir de ese
siglo esta práctica desaparece.
En varias iglesias protestantes (luterana, anglicana, morava, episcopaliana,
etc.) las mujeres han comenzado recientemente a acceder al sacerdocio. La
iglesia católica es la más renuente a este cambio.
La cuestión sobre la ordenación sacerdotal femenina en la iglesia católica tomó
fuerza a mediados del siglo XX por el descenso de las vocaciones
sacerdotales. La iglesia católica en Estados Unidos reflexionó pioneramente
sobre la conveniencia del sacerdocio femenino. Las primeras ordenaciones de
mujeres en la iglesia anglicana, en marzo de 1994 y en Inglaterra, dieron más
fuerza al debate. En una Carta Apostólica de mayo de 1994, el Papa Juan
Pablo II quiso dejar zanjado el asunto al afirmar tajantemente: Declaro que la
Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal
a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por
todos los fieles.
En 1995, la Congregación para la Doctrina de la Fe ratificó esta posición en la
Carta Apostólica “Ordenatio sacerdotalis” para alejar toda duda sobre una
cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la
Iglesia. En este documento se afirmaba que la exclusión de las mujeres del
sacerdocio se debe observar siempre, en todas partes y por todos los fieles, en
cuanto que pertenece al depósito de la fe. Un rechazo contundente, ya que el
término “depósito de la fe” representa el máximo grado de certeza teológica
anterior a la declaración oficial de un dogma católico. De hecho, indica que esa
doctrina se considera infalible y, por eso, garantiza que ningún otro Papa
podría anularla.
Por todos estos indicios doctrinales, debe entenderse que el sacerdocio de las
mujeres es un “caso cerrado” entre los católicos. Ante esta cerrazón, la
pregunta es: ¿Vale la pena luchar por el sacerdocio femenino en la iglesia
católica? Si las mujeres accedieran hoy al sacerdocio católico, tal como lo
conocemos, ¿lo transformarían o serían ellas las transformadas?
¿Contribuirían las mujeres a un cambio o simplemente servirían para nutrir con
algo de nueva savia un modelo contrario al mensaje de Jesús por separar lo
sagrado y lo profano, y por establecer una jerarquía poderosa que el
movimiento de Jesús desconoció y rechazó? Lo que está claro es que Jesús
estuvo en contra de cualquier sacerdocio, sea masculino o femenino.
José María Marín
El teólogo laico y ex-sacerdote católico José María Marín participa en el
programa por las lúcidas ideas que expresa en su texto “¿Sacerdocio cristiano
o ministerio de la comunidad?”, en el que demuestra consistentemente que
Jesus no fue sacerdote, que siguiendo a Jesús, en las primeras comunidades
cristianas no había sacerdotes y que el sacerdocio proviene de una tradición
ajena a los evangelios.
Explica Marín: La llamada ordenación sacerdotal o ministerial es una
costumbre asumida del imperio romano, en el que el "ordo" significaba el
acceso a una clase social determinada... Para los ministros religiosos se
estableció el "orden de los clérigos", que no es otra cosa que una "casta", a la
que luego se accedió por la "carrera". El "ordo" los hizo poderosos, notables,
situándolos en una estable burocracia que comenzó a llamarse clero, a la que
se consideró "sagrada" y en la que debían vivir separados del resto, de los
laicos, distanciados del pueblo. Se les exigió santidad legal y ritual,
imponiéndoles el celibato, a costa de hacer esclavas a sus mujeres. El estado
celibatario era de lo que más los separaba del pueblo de Dios.