Nuestro departamento de prensa ha elaborado un identikit, un
retrato hablado del fundador de la Iglesia, el emperador romano
Constantino. Junto a nosotros, como en jornadas anteriores,
Jesucristo.
JESÚS Tengo mucha curiosidad por saber más de ese Constantino. Voy
viendo a un lobo con piel de oveja.
RAQUEL Por los datos, parece un lobo con piel de lobo. Veamos.
Constantino. Personaje cruel y sanguinario. Masacró poblaciones
enteras en toda Europa. En el circo romano hacía destrozar a sus
enemigos por fieras hambrientas. Degolló a su hijo Crispo.
Asesinó a su suegro. Mató también a su cuñado. Hizo hervir viva
a su esposa Fausta. ¿Sigo?
JESÚS ¿Y ese zorro, peor que Herodes, fundó la iglesia?
RAQUEL Tenemos nuevamente conexión con nuestro asesor Pepe
Rodríguez. En el anterior programa, usted nos habló de un pacto
entre Constantino y algunos obispos.
PEPE Así fue. Y por ese pacto, el cristianismo, que había sido la religión
de los oprimidos, se convirtió en religión de estado, religión única
y oficial del imperio romano. Constantino regaló grandes fincas a
la iglesia, ordenó construir lujosos templos financiados con
dineros públicos. Y tres siglos después de Jesucristo,
exactamente en el año 325, convocó al tristemente célebre
Concilio de Nicea.
RAQUEL ¿Pero los Concilios no los convocan los Papas?
PEPE Éste lo convocó el emperador. Por cierto, el obispo de Roma, que
andaba peleado con él, ni siquiera fue invitado.
RAQUEL
¿Qué pretendía Constantino en ese Concilio?
PEPE Controlar a la iglesia y ponerla a su servicio. Un solo imperio, el romano.
Una sola iglesia, la romana. Un solo Dios, el que impuso
Constantino.
RAQUEL ¿Por qué dice eso, Pepe?
PEPE Porque en ese Concilio, Constantino definió quién era usted,
señor Jesucristo.
JESÚS ¿Quién era yo?
PEPE Sí, en Nicea aprobaron la consustancialidad de usted con el
Padre, el famoso dogma de la Santísima Trinidad. El Credo que
todavía hoy rezan en las iglesias no lo inspiró el Espíritu Santo, lo
formuló Constantino.
JESÚS ¿Te acuerdas, Raquel, de todo lo que hablamos en días
anteriores?... Te lo dije. Yo no tengo nada que ver en eso...
RAQUEL ¿Y ese Credo fue aprobado por los obispos?
PEPE En realidad, nadie aprobó nada porque Constantino tenía la primera y la
última palabra en todo. Él declaró que todas las iglesias que no
obedecieran a la de Roma eran herejes. Él autorizó perseguir y
hasta matar a quienes no aceptaran las decisiones del Concilio de
Nicea. De perseguida, la iglesia se convirtió en perseguidora.
RAQUEL
¿Y los obispos no reaccionaron?
PEPE Algunos, sí. Pero fueron desterrados. Otros, envenenados. El Concilio
terminó con un gran banquete ofrecido por Constantino en honor
de los obispos asistentes. Recibieron regalos del emperador y
cargos públicos con buenos sueldos provenientes de las arcas
imperiales.
JESÚS
Eso que usted nos cuenta es... es una abominación.
PEPE
Por eso le decía que Constantino fue quien lo
asesinó a usted, Jesucristo. En Nicea, enterraron su mensaje y
nació la Santa Madre Iglesia, Católica, Apostólica y Romana.
Sobre todo, Romana.
RAQUEL ¿Alguna información más?
PEPE Complete su identikit diciendo que en vida, Constantino se hizo
llamar “pontífice máximo”, “caudillo amado de Dios”, “vicario de
Cristo”. A su muerte hizo que lo enterraran como al apóstol
numero 13.
RAQUEL Gracias, Pepe. Suficiente por hoy.
JESÚS Sí, suficiente. A cada día le basta su aflicción.
RAQUEL Raquel Pérez, Emisoras Latinas, Cesarea de Filipo.
CONTROL CARACTERÍSTICA MUSICAL
LOCUTOR Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su
segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José
Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.
MÁS DATOS SOBRE ESTE POLÉMICO TEMA...
Un criminal
La “conversión” al cristianismo del emperador romano Constantino puede
interpretarse, entre otras muchas hipótesis, como un habilidoso camino para
encubrir sus crímenes. Así caracteriza al “convertido” el teólogo y filósofo
alemán Karlheinz Deschner en el tomo primero de su “Historia Criminal del
Cristianismo” (Editorial Martínez Roca), obra de referencia obligada para
conocer la cara que oculta la historia oficial: Ese monstruo Constantino, ese
verdugo hipócrita y frío, que degolló a su hijo, estranguló a su mujer, asesinó a
su padre y a su hermano político, y mantuvo en su corte una caterva de
sacerdotes sanguinarios y serviles, de los que uno sólo se hubiera bastado
para poner a media humanidad en contra de la otra media y obligarlas a
matarse mutuamente.
Un “santo”
A pesar de su trayectoria criminal, el emperador Constantino fue venerado
como santo por la iglesia cristiana, en agradecimiento por el favor de convertir
el cristianismo en la religión oficial del imperio romano. El culto a este nuevo
“santo” se extendió rápidamente, sobre todo por las iglesias de Oriente. En
Occidente, por zonas de la actual Italia en donde era mayor la influencia
bizantina. Actualmente, las iglesias ortodoxas orientales veneran a San
Constantino e incluso hay iconos con su imagen con halo de santo al lado de
su madre, venerada como Santa Elena. Los ortodoxos celebran la fiesta de
madre e hijo el 21 de mayo. En la iglesia católica se venera sólo a Santa Elena
el 18 de agosto.
A Elena, la madre de Constantino, la tradición le atribuye el descubrimiento del
lugar donde habría estado el Calvario y el lugar donde habría sido enterrado
Jesús, el “santo sepulcro”. También se le adjudica a ella el descubrimiento, en
el año 326, de la “vera cruz”, el madero donde Jesús habría sido ajusticiado, lo
que no pasan de ser piadosas leyendas. El año anterior, 325, Constantino
había encomendado al obispo Macario que buscara esos “santos lugares”. Sin
embargo, la ubicación que Macario o Elena fijaron entonces, que es la que se
conserva actualmente, es muy discutible. Tan sólo un siglo después de su
muerte, la Jerusalén que Jesús conoció estaba totalmente alterada, tras la
destrucción del Templo en el año 70 y la liquidación del reino de Judea como
entidad política después de la última sublevación de los zelotes en los años
132-135.
Constructor de templos
Poco después de la batalla del Puente Milvio, el emperador Constantino
entregó al Papa Silvestre I un palacio romano que había pertenecido al
emperador Diocleciano para que construyera allí un templo cristiano. Así lo hizo
el Papa. Ese templo es hoy la Basílica de San Juan de Letrán. En el año 324,
cuando finalmente Constantino reunificó al Imperio de Occidente con el de
Oriente y se convirtió en emperador único, hizo construir en Roma otro templo
cristiano, en la colina del Vaticano, el lugar donde según la tradición fue
martirizado Pedro. Siglos más tarde se amplió ostentosamente. Ese templo es
hoy la Basílica de San Pedro.
Como único emperador, Constantino reconstruyó la ciudad de Bizancio y le dio
el nombre de “Nueva Roma”, levantando en ella templos cristianos y poniendo
la ciudad bajo la protección de reliquias cristianas: fragmentos de la supuesta
“vera cruz” de Jesús y la aún más supuesta vara de Moisés, reliquias que su
madre Elena había traído de sus peregrinaciones a tierras palestinas. Después
de la muerte de Constantino, la Nueva Roma se llamó Contantinopla, “la ciudad
de Constantino”.
De perseguidos a perseguidores
La proclamación del cristianismo como única religión en el imperio romano
convirtió a los cristianos de perseguidos en perseguidores. Persiguieron
criminalmente a los sacerdotes y creyentes “paganos” de las religiones que
hasta entonces habían convivido en los territorios del imperio. El mismo año
324, cuando el emperador romano Constantino había ordenado la libertad del
culto cristiano en todo el imperio, en Dydima, Asia Menor, los cristianos
saquearon el oráculo del dios Apolo, torturaron a los sacerdotes de ese culto y
destruyeron los templos del monte Athos.
En el año 354 un edicto imperial permitió la destrucción de todos los templos
paganos y la ejecución de todos los “idólatras”. Cinco años después, en
Skythopólis, Siria, los cristianos instalaron un “campo de concentración” en
donde recluían, torturaban y ejecutaban a los “paganos” que arrestaban en
cualquier parte del imperio.
El emperador Teodosio, sucesor de Constantino, convirtió el cristianismo en
religión exclusiva del imperio romano, requiriendo que todas las naciones que
están sujetas a nuestra clemencia y moderación deben continuar practicando
la religión que fue entregada a los romanos por el divino apóstol Pedro. A partir
de entonces los no cristianos fueron caracterizados oficialmente como
“repugnantes, herejes, estúpidos y ciegos”. Por uno de sus decretos imperiales,
Teodosio prohibió cualquier discrepancia con cualquiera de los dogmas de la
iglesia, que empezaban ya a tomar forma y a ser diseminados por el imperio.
La destrucción de la Biblioteca de Alejandría y el asesinato de Hipatia
En el año 391 los cristianos, encabezados por el patriarca Teófilo, quemaron la
Biblioteca de Alejandría, la más famosa del mundo antiguo, con medio millón
de volúmenes escritos a mano, textos originales que contenían la ciencia
acumulada durante siglos y generaciones.
Años después, en 415, el sucesor de Teófilo, el patriarca Cirilo, la destruyó
definitivamente y alentó a las hordas cristianas a asesinar de forma cruel a la
sabia Hipatia, directora de la Biblioteca, escritora, profesora de matemáticas,
álgebra, geometría, astronomía, lógica, filosofía y mecánica, inventora del
astrolabio y del hidrómetro y según algunos precursora de las teorías
astronómicas de Kepler, Copérnico y Galileo, sin duda la última gran científica
de la antigüedad.
Estos cristianos, fanatizados y con poder, consideraban todo el conocimiento
griego, por no venir de la Biblia, como pagano. La desaparición de la Biblioteca
de Alejandría significó la pérdida de aproximadamente el 80% de la ciencia y la
civilización griegas, además de legados importantísimos de culturas asiáticas y
africanas. Alejandría era el centro intelectual de la antigüedad y la destrucción
de este acervo del saber humano estancó el progreso científico durante más de
cuatrocientos años.
Los crímenes de “los galileos”
En el año 528 el emperador Justiniano ordenó la ejecución de todos aquellos
que practicaran “la hechicería, la adivinación, la magia o la idolatría”, y prohibió
todas las enseñanzas de los paganos, de “aquellos que sufren de la blasfema
locura de los helenos”. Al año siguiente, Justiniano cerró la Academia de
Filosofía de Atenas, donde había enseñado Platón.
En su magnífica novela “Juliano el Apóstata” (Edhasa, 2000), el escritor
estadounidense Gore Vidal recrea la intolerancia que generó la instalación del
cristianismo como religión oficial después de la “conversión” de Constantino.
Vidal reconstruye literariamente el sentir de aquella época: las persecuciones y
crímenes de los cristianos ―a quienes Juliano llama siempre “los galileos”―
contra los paganos y el ambiente que antecedió al fin del imperio romano. Lo
narra desde la perspectiva de Juliano (331-363), yerno de Constantino, el
último de esa dinastía y el último emperador romano que quiso detener el
cristianismo y restablecer el helenismo.