que fue casa de Simón Pedro, el pescador, se ha edificado hoy
una monumental iglesia en forma de barca. En su interior, aún se
distingue el antiguo dintel por donde usted, Jesucristo, tuvo que
entrar muchísimas veces...
JESÚS Sí, aquí nos reuníamos con Pedro y su familia... Pedro fue uno de
mis mejores amigos. Terco, fanfarrón como ninguno, pero un gran
hombre.
RAQUEL Y sobre todo, infalible.
JESÚS ¿Infa qué?
RAQUEL Infalible. Que no se equivocó.
JESÚS ¿Cómo que no se equivocó?
RAQUEL Bueno, Pedro, como primer papa de la iglesia, no se equivocaría
nunca, porque dicen que los papas son infalibles.
JESÚS Pero, ¿qué dices, Raquel? Todos los nacidos de mujer nos
equivocamos.
RAQUEL Me corrijo. La infalibilidad funciona únicamente cuando los papas
hablan “ex cátedra”, desde su silla, sentados en su trono, y en
asuntos de fe y de moral. ¿Usted no sabía eso?
JESÚS No. No sé de lo que me estás hablando.
RAQUEL Tengo conmigo los datos. Escuche. Pío Nono. Pío Nono otra vez.
Concilio Vaticano Primero. Los papas de Roma, como sucesores
de Pedro y como representantes de Jesucristo en la tierra, no
pueden equivocarse.
JESÚS ¡Pero si yo mismo me equivoqué muchas veces! Pensé que el
mundo se acababa ya, pensé que no iba a morir sin ver llegar el
Reino de Dios... Y de Pedro, ni se diga. Ése vivía equivocado.
RAQUEL Pero la infalibilidad es un dogma revelado. ¿O no?
JESÚS ¿Revelado por quien?
RAQUEL Eso no sabría decirle.
JESÚS ¿Y el mismo Papa no se equivoca cuando dice que no se
equivoca?
RAQUEL No, porque es infalible cuando dice que es infalible.
JESÚS Ese chiste no lo había escuchado...
RAQUEL ¿Se está riendo del dogma?
JESÚS Me estoy riendo de cañas agitadas por el viento que se creen
cedros del Líbano. ¿Cómo un ser humano, que es polvo y volverá
al polvo, puede decir que no se equivoca?
RAQUEL Pues así lo decidieron los obispos y cardenales exactamente el 18
de julio de 1870.
JESÚS ¿Y qué le pasa a quien piensa que se equivocaron los que dijeron
que no se equivocan?
RAQUEL Quedan fuera de la iglesia. Y según la iglesia, fuera de la iglesia
no hay salvación.
JESÚS ¿Así es la cosa?
RAQUEL Tenemos una llamada... ¿Aló?
INVESTIGADOR ¿Emisoras Latinas?... Estoy escuchando el programa con
mucho interés. Y me alegra saber que Jesucristo piensa igual que
yo y se ríe de esas cosas. ¿Quieren saber de dónde nacen esos
delirios de grandeza?
RAQUEL
Por supuesto, toda información complementaria es bienvenida.
INVESTIGADOR A ver qué les parece este documento que les voy a leer. No
tiene desperdicio. Escuchen bien: “Nadie en la tierra puede juzgar
al papa. La iglesia romana no se ha equivocado nunca y jamás se
equivocará hasta el final de los siglos. Sólo el Papa tiene
autoridad para deponer a los obispos, al emperador y a los reyes.
Todos los príncipes deberán besarle los pies. Un papa es santo
por los méritos de Pedro.”
JESÚS ¡Ese chiste está todavía mejor!... Pregúntale de qué boca salió
esa locura...
RAQUEL Jesucristo quiere saber quién dijo lo que usted acaba de leer.
INVESTIGADOR Es el famoso “Dictatus Papae”, del siglo once, para que vea
Jesucristo que, mucho antes del dogma, los papas ya se creían
infalibles. Esa locura, como dice muy bien Jesucristo, la escribió el
Papa Gregorio Séptimo.
JESÚS Mi amigo Pedro era fanfarrón, pero el gre-gre de ese Gregorio le
ganó a todos.
RAQUEL Si lo interpreto bien, Jesucristo, usted no cree en la infalibilidad
del Papa.
JESÚS Ni del papa ni de nadie. Sólo Dios es Verdadero.
RAQUEL Pues entonces... lo único infalible que me queda es el reloj. Es
hora de despedir la transmisión. Raquel Pérez desde Cafarnaum.
Y en Internet, www.emisoraslatinas.net
CONTROL CARACTERÍSTICA MUSICAL
LOCUTOR Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su
segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José
Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.
MÁS DATOS SOBRE ESTE POLÉMICO TEMA...
De obra del diablo a dogma de fe
La infalibilidad del Papa fue ya predicada a mediados del siglo XIII por un
famoso franciscano francés, Pedro Olivi. Casi un siglo después, esa idea fue
declarada herética por un Papa, Juan XXII, que la calificó como “obra del
diablo”. Sin embargo, seis siglos después otro Papa y algunos obispos la
convertirían nada menos que en un dogma de fe.
Así dice el texto de ese dogma: Para mantener a la Iglesia en la pureza de la fe
transmitida por los apóstoles, Cristo, que es la Verdad, quiso conferir a su
Iglesia una participación en su propia infalibilidad. Por medio del “sentido
sobrenatural de la fe”, el Pueblo de Dios “se une indefectiblemente a la fe”,
bajo la guía del Magisterio vivo de la Iglesia. El oficio pastoral del Magisterio
está dirigido, así, a velar para que el Pueblo de Dios permanezca en la verdad
que libera. Para cumplir este servicio, Cristo ha dotado a los pastores con el
carisma de infalibilidad en materia de fe y de costumbres... El Romano
Pontífice, Cabeza del Colegio episcopal, goza de esta infalibilidad en virtud de
su ministerio cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que
confirma en la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina en
cuestiones de fe y moral... Esta infalibilidad abarca todo el depósito de la
Revelación divina.
Las raíces de la infalibilidad
El Papa Gregorio VII, autor del “Dictatus Papae” al que se refiere el
investigador que llama a Emisoras Latinas, gobernó la iglesia entre 1073 y
1085. Para entonces, Roma era el máximo poder de Europa.
En el “Dictatus Papae” se observa, por primera vez en la historia de la iglesia
romana, la proclamación abierta no sólo del poder absoluto del Papado, sino la
identificación del poder con la verdad, la definición del poder como verdad.
Gregorio VII declaró al Papa Pontífice Único de la iglesia y de todos los
creyentes, clero, obispos, iglesias y concilios, Señor Supremo del Mundo, a
quien los reyes debían subordinarse por ser “seres humanos y pecadores” y
reclamó para la iglesia romana, la que él dirigía, una competencia ilimitada en
legislación, administración y juicio.
Cien años después, el Papa Inocencio III, un hombre del poder y para el poder,
ratificó esa arrogancia al declarar: Todo clérigo debe obedecer al Papa,
aunque le ordene hacer el mal, ya que nadie puede juzgar al Papa. A juicio de
algunos analistas de la historia eclesiástica, el Papa Inocencio III compite por
ser el más criminal de todos los hombres que llegaron a ese alto cargo. Está
vinculado a la matanza de los albigenses, al inicio de las Cruzadas y al inicio de
la Inquisición.
El poder del Papado no dejó de crecer en arrogancia, ambición y centralismo
desde los tiempos de Gregorio VII e Inocencio III. En 1651, Thomas Hobbes en
su famosa obra “Leviatán” afirmaba: El Papado no es más que el espectro del
desaparecido Imperio romano, sobre cuya tumba ostenta su corona.
Contra todos los avances modernos
A finales del siglo XIX se llegó al punto culminante en el proceso de
encumbramiento del Papa de Roma con la proclamación del dogma de la
infalibilidad. Para entonces, el Papado había perdido los llamados Estados
Pontificios y el Papa Pío IX (1846-1878) convocó en 1870 el Concilio Vaticano
Primero para recuperar prestigio y poder.
Ya en 1864, Pío IX había proclamado el “Syllabus”, que condenaba
prácticamente todos los avances científicos, filosóficos y teológicos con los que
el pensamiento moderno se separaba de la visión medieval del mundo,
defendida férreamente por el Papa de Roma durante siglos. Entre los “errores”
condenados estaban, entre otros, el panteísmo, el racionalismo, el laicismo, el
democratismo y el liberalismo.
Cómo se fabricó el dogma de la infalibilidad
El documento más polémico de los que promulgó el Concilio Vaticano I fue la
Constitución Dogmática “Pastor Aeternus”, aprobada el 18 de julio de 1871,
que definió la infalibilidad pontificia.
En el Concilio, de los 1,050 obispos con derecho a participar, estuvieron
presentes 774. Entre muchos de ellos, especialmente entre los obispos
alemanes y franceses ―destacaron Felix Dupanloup, obispo de Orleáns y Karl
Joseph Hefele, obispo de Rottemburg―, hubo resistencias a la proclamación
del dogma de la infalibilidad. Está documentado que los obispos no pudieron
debatir, se les prohibió bajo pena de pecado mortal decir públicamente lo que
sucedía en el salón de sesiones, se manipularon las elecciones y los que
estaban en desacuerdo con el dogma fueron amenazados. Se relata, por
ejemplo, que 55 obispos abandonaron Roma en señal de protesta antes de la
votación y que el obispo francés Lecourtier se sintió tan deprimido por lo que
había visto que arrojó sus documentos conciliares al río Tíber y abandonó
Roma, siendo despojado por eso de su obispado.
Un dogma rechazado
Una de las más notables voces críticas a la infalibilidad fue la del historiador y
teólogo alemán Ignaz Von Dollinger, catedrático de Historia y Leyes
Eclesiásticas en Munich. Destacado por su erudición, elocuencia y habilidad
literaria, Dollinger había escrito un año antes del Concilio su monumental obra
“El Papa y el Concilio”, en la que mantenía que los Estados Pontificios no eran
esenciales a la Iglesia.
Crítico del Papado y de su poder temporal, se negó a aceptar el dogma de la
infalibilidad pontificia cuando fue proclamado. En 1871 publicó una carta
dirigida al arzobispo de Munich negándose a someterse a ese dogma como
“cristiano, teólogo, investigador de la historia y ciudadano”. Tres semanas
después fue excomulgado por el arzobispo.
A raíz de los rechazos provocados por el dogma de la infalibilidad se produjo
en Europa un cisma que dio origen a una disidencia católica: la de los
Veterocatólicos. Las primeras comunidades de esta rama surgieron en
Alemania, Austria y Suiza. Después se extendieron por otros países de Europa
y América. Hoy, estos “viejo-católicos” reconocen al Papa como obispo de
Roma, pero no aceptan su infalibilidad. En sus comunidades ordenan como
sacerdotes a hombres casados, el celibato sacerdotal es opcional, no
condenan el divorcio, dejan las decisiones sobre planificación familiar a la
conciencia de las parejas y se oponen al aborto.
Desde el siglo XVI, cuando se gestó la Reforma, iniciada por Martín Lutero en
Alemania, los protestantes no reconocen la autoridad del Papa ni la de los
Concilios de obispos, mucho menos aceptan la infalibilidad. En el
protestantismo la suprema autoridad la tienen las Escrituras. Las iglesias
cristianas ortodoxas no reconocen el primado de autoridad ni la infalibilidad del
Papa, aunque sí le conceden un primado de honor al Papa por ser el obispo de
Roma.