penitentes, hombres cargando cruces, mujeres de rodillas
rezando el rosario, dándose golpes de pecho, evocando aquellos
días de pasión y de muerte. Especialmente para usted, Jesucristo,
tienen que ser de terribles recuerdos.
JESÚS Tantos, que prefiero olvidarlo. Mi madre fue la que llevó la peor
parte. Magdalena, las mujeres, Juan, los del movimiento... para
todos fue como si el mundo se acabara.
RAQUEL Comprendo que no quiera recordar los hechos sangrientos de
aquel viernes...
JESÚS Sácame de una duda, Raquel. Veo cruces por todas partes. En
las iglesias, en los altares, en sus casas ponen cruces, y hasta al
cuello se las cuelgan.
RAQUEL Es en memoria suya.
JESÚS Qué extraña manera de recordar... Porque si a tu hermano lo
apuñalan, ¿llevarías un puñal colgado al cuello? La cruz es un
instrumento de tortura. Mejor, olvidarla.
RAQUEL Pero esa cruz es sagrada. Muriendo en ella, usted estaba
cumpliendo la voluntad de Dios.
JESÚS En esa cruz yo estaba cumpliendo la voluntad del gobernador
romano Poncio Pilato y la del sumo sacerdote Caifás y la de todos
los que se oponían al Reino de Dios.
RAQUEL Pero, ¿Pilato y Caifás no fueron instrumentos en las manos
de Dios para que se cumpliera su divina voluntad?
JESÚS ¿Qué estás diciendo, Raquel? ¿Cuál era esa divina voluntad?
RAQUEL Que usted muriera en la cruz. Eso era lo que Dios quería, ¿no?
JESÚS ¿Cómo Dios iba a querer que me torturaran? ¿Te das cuenta de
lo que dices?
RAQUEL ¿Qué quería Dios, entonces?
JESÚS Que yo continuara anunciando su Reino.
RAQUEL ¿Usted no tenía la misión de morir en la cruz?
JESÚS ¿Cómo voy a tener esa misión? Las cosas pasaron como
pasaron. Después de sacar a los mercaderes del Templo, nos
andaban buscando por todas partes. Intentamos escapar hacia
Galilea pero, ya sabes, en el huerto de Getsemaní me apresaron.
RAQUEL En ese huerto donde usted se resignó a beber el cáliz del
dolor hasta la última gota.
JESÚS Yo no me resigné a nada, Raquel. Yo rezaba: Que no se haga la
voluntad de ellos, los que quieren matarme, sino la tuya, Padre,
que quieres que viva.
RAQUEL En la película de Mel Gibson, La Pasión, usted aparece
abrazando la cruz, deseando cargarla, se le nota impaciente para
que lo claven en ella...
JESÚS No sé quién será ese señor que dices, pero no me gustaría
tenerlo como amigo. ¿Quién va a querer ser torturado, clavado en
dos palos? Yo traté de escapar, de evitar la cruz, como te dije,
pero ya la situación había ido demasiado lejos.
RAQUEL Si entiendo bien, ¿usted no quería morir?
JESÚS ¿Y quién quiere morir, Raquel?
RAQUEL ¿Tampoco Dios quería su muerte?
RAQUEL ¿Dios?... Dios siempre quiere la vida.
RAQUEL ¿Y Judas? Porque ya estaba escrito que Judas lo iba a traicionar.
JESÚS Nada estaba escrito. Lo que pasó aquí en Jerusalén aquel viernes
no estaba escrito en ningún libro.
RAQUEL ¿Usted no sabía el final? ¿No sabía lo que ocurriría después, al
tercer día?
JESÚS Yo sabía entonces y sé ahora que los injustos nunca ríen de
último. Que la muerte nunca tiene la última palabra. Dios me
cumplió a mí. Y ya ves, estoy aquí, hablando contigo.
RAQUEL Pues... pues nosotros cumplimos con ustedes y despedimos por
hoy la transmisión. Desde Jerusalén, Raquel Pérez, Emisoras
Latinas.
CONTROL CARACTERÍSTICA MUSICAL
LOCUTOR Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su
segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José
Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.
MÁS DATOS SOBRE ESTE POLÉMICO TEMA...
Corderos, cruces y crucifijos
El “sacrificio” de Jesús fue representado durante siglos privilegiando la imagen
de un cordero inmolado “por la redención del mundo”. Es un símbolo que aún
se emplea. Y aún se invoca a Jesús como “cordero de Dios”, indeleble huella
de los cruentos cultos judíos, donde se sacrificaban corderos y otros animales
para agradar a Dios, cultos que Jesús rechazó. Es hasta el siglo IV que la cruz
(vacía) aparece grabada por primera vez en una iglesia cristiana de Roma. Y
es hasta el siglo V que comenzó a usarse en la imaginería cristiana la
representación de Jesús crucificado, en diversos estilos de “crucifijos”. En los
siglos posteriores esta imagen se multiplicó por todos lados. Hoy ha llegado a
ser hasta un adorno, una joya en el pecho de autoridades eclesiásticas.
¿Una teología del abuso?
En una colección de ensayos feministas titulado “El Cristianismo, el Patriarcado
y el Abuso”, Joann Carlson Brown y Rebecca Parker derivan de la teología del
sufrimiento y del sacrificio esta reflexión: El cristianismo es una teología
abusiva que glorifica el sufrimiento.¿Es sorprendente que haya tanto abuso en
la sociedad moderna si la imagen o la teología predominante de la cultura es el
“abuso divino de menores”: Dios Padre, que exige y lleva a cabo el sufrimiento
y la muerte de su propio hijo?
En otros ensayos se explora la idea de que las actitudes cristianas tradicionales
(culpabilidad, sumisión, perdón, valor del sufrimiento) internalizadas en niñas y
niños favorecen que acepten el abuso sexual de los adultos. Es también el
punto de vista de la teóloga feminista Rita Nakashima Brock, quien sostiene
que todos los discursos cristológicos articulados dentro de la sumisión de Cristo
obediente hasta la muerte (Filipenses 2,8) “sancionan el abuso de menores”.
Ciertamente, hay una paradoja histórica en la que debemos reflexionar a fondo:
en vez de que la muerte de Jesús en la cruz generara una cultura para frenar la
violencia injusta, esa cruz generó la errada idea de que la cruz es el camino de
la perfección.
Contar la Pasión con otro guión....
A menudo, casi siempre, el guión de la Pasión ―los hechos que llevaron al
apresamiento, juicio y condena a muerte de Jesús― es el guión de un “teatro
griego”: una tragedia con final conocido, por estar escrita de antemano, como
destino inapelable y fatal. En ese “guión”, que nos ha llegado desde la teología,
los sermones, los cultos, las películas, todos los personajes cumplen un papel
prefijado: Jesús sabe que ha venido a morir y lo acepta, Judas tiene que
traicionarlo y lo hace, Pedro debe negarlo y lo niega, los judíos traicionan y
María llora aceptando su dolor... No hay en ese guión opciones libres, no hay
decisiones ni circunstancias que permitan pensar que las cosas sucedieron así,
pero pudieron suceder de otra forma.
Con los datos que tenemos de los evangelios y del contexto cultural, político y
social de aquel momento, podemos ensayar otro guión, imaginar otras
posibilidades, situar “la Pasión” de Jesús en la historia. Probemos...
La “hora” de ir a Jerusalén
Jesús sabía de sobra que si subía a Jerusalén en las tumultuosas fiestas de la
Pascua corría un gran riesgo. Había provocado ya demasiados escándalos por
Galilea y en sus dos anteriores viajes a Jerusalén. Le aconsejaron que no
fuera. Pudo haber ido o pudo no haberlo hecho. Si no hubiera ido, seguramente
hubiera pasado unos cuantos años más predicando por Galilea y su
movimiento hubiera crecido. Pero fue. Y convocó a muchos para que le
acompañaran. Jesús tenía planes y tenía prisa. Sentía que había llegado la
"hora", no de morir, sino de actuar en Jerusalén, con denuncias directas contra
las autoridades religiosas y políticas que tenían sus sedes en la capital.
Al entrar en Jerusalén, Jesús fue informado de la gravedad de la situación. Las
autoridades judías conocían de su llegada, lo estaban esperando y algo sabían
ya de lo que se traía entre manos. Jesús pudo haber cambiado sus planes. Si
se hubiera regresado a Galilea, seguramente sus vecinos de Cafarnaum lo
hubieran abucheado y tildado de cobarde, después de haber calentado tanto la
cabeza a la gente con aquel viaje. Sin embargo, habría salvado su vida.
Decidió esconderse en Betania, en la taberna de sus amigos Lázaro, Marta y
María, a donde ya había estado varias veces. Ya en otra ocasión se había
escondido en Perea.
Domingo de Ramos: la sentencia de muerte
Jesús salió de Betania montado en un burro, aclamado con ramos de palmera
por la multitud y entró por la Puerta Dorada en la inmensa explanada del
Templo. Tradicionalmente, se ha presentado lo ocurrido aquel domingo como
una procesión religiosa. Pero si hubiera sido una procesión, no hubiera
acabado como acabó, en un desorden colosal. Y si Jesús hubiera sido el
"santo" de esa procesión, no hubiera agarrado un látigo para derribar las
mesas de vendedores y cambistas. Por lo enardecido de la muchedumbre,
aquello constituyó una manifestación masiva.
Con aquel tumulto, los más directamente desafiados por Jesús fueron los
miembros de la familia del Sumo Sacerdote, dueña de los lucrativos negocios
de compra y venta de animales y de cambio de monedas que había en el
Templo. Desde la Torre Antonia, junto al Templo, los romanos lo vieron todo.
Pero no se preocuparon demasiado. Eran “cosas de judíos”, alborotos
habituales en los días de Pascua. Las autoridades religiosas judías, que
despreciaban a los galileos del Norte, sí se preocuparon. Y mucho. Y aunque
hubieran podido pasar por alto aquella provocación, no quisieron arriesgarse.
Si hubieran menospreciado el liderazgo de Jesús y pasado por alto los hechos
del Templo, es muy probable que manifestaciones similares se hubieran
producido frente a las sedes de otras autoridades. Y la situación se les hubiera
vuelto incontrolable. Por eso, actuaron con firmeza y en pocas horas ordenaron
leer por las calles de Jerusalén un bando reclamando la cabeza de Jesús y
ofreciendo una recompensa a quien lo entregara.
El plan de los zelotes
Los zelotes eran grupos armados de patriotas judíos opuestos a la ocupación
romana. Estaban bien organizados, pero divididos en varias facciones.
Optaban por la violencia armada. Jesús los había conocido en Galilea. Incluso,
algunos de su movimiento simpatizaban con esta causa, entre ellos, Judas.
Desde hacía tiempo, los líderes zelotes buscaban convencer a Jesús de la
necesidad de la vía armada. Jesús tuvo que considerar esta posibilidad. Si
Jesús hubiera optado en ese momento por alguna forma de violencia armada, y
siendo tan desigual la correlación de fuerzas con el poder romano, se hubiera
desencadenado un baño de sangre. Esto fue lo que sucedió en el año 70
cuando los zelotes se insurreccionaron y el ejército del emperador Tito arrasó
Jerusalén. Jesús eligió otros caminos de mayor alcance y de más largo plazo:
la fuerza de la palabra, la transformación de las conciencias, la lógica de la
comunidad, la presión popular, la organización de los pobres, el amor eficaz.
Aunque los zelotes sabían que Jesús no era de los suyos y guardaba distancia
de su radicalismo, los hechos del Templo aceleraron sus planes. Aunque la
estrategia de los zelotes siempre incluyó la violencia, no podían dejar de
reconocer el liderazgo popular de Jesús. Decidieron aprovechar la coyuntura.
Si hubieran desatado un levantamiento sin contar con Jesús, habrían debilitado
el movimiento zelote y demostrado escaso olfato político. De sobra sabían que
entre ellos ningún dirigente tenía tanto carisma como Jesús.
Jueves Santo: las dudas de Judas
Se acercaba el día grande de la Fiesta de Pascua. ¿Dónde reunirse con los del
movimiento para comer el cordero pascual? Si Jesús se hubiera quedado en
Betania, un lugar donde se hospedaban tantos galileos, lo hubieran capturado
enseguida. Los hechos de la Pasión se hubieran adelantado 48 horas. No sin
cierta temeridad, Jesús y su grupo eligieron ir a Jerusalén y nada menos que a
una casa contigua al palacio de Caifás.
Barrabás se puso en contacto con Judas. En nombre de los zelotes, le propuso
un plan: delatar a Jesús y entregarlo a las autoridades judías. Con los ánimos
populares tan caldeados, el apresamiento de Jesús desencadenaría una
sublevación de tales proporciones que haría tambalear al poder romano. Judas
lo pensó. ¿Qué hacer? Los acontecimientos se habían precipitado y no había
mucho tiempo para pensar. Aunque siempre fue leal a Jesús, Judas aceptó la
propuesta de Barrabás confiando en que los sublevados rescatarían a Jesús a
tiempo y con vida.
Si Judas hubiera rechazado este plan, es muy probable que los zelotes se
hubieran decidido a matar a Jesús, responsabilizando por el crimen a los
romanos, para asegurar la sublevación popular. Y si Judas hubiera retrasado
su decisión, seguramente Barrabás lo hubiera matado a él, temiendo que
revelara el plan al grupo de Jesús. No sin angustia, Judas terminó aceptando el
plan de los zelotes. Y se ofreció a los guardias del Templo para indicarles
dónde apresar a Jesús.
La noche antes de regresar a Galilea
Algunos del movimiento sospecharon de Judas, lo veían extraño. Si ninguno
hubiera desconfiado de Judas, muy probablemente habrían apresado a Jesús
sin terminar la larga y solemne cena de la Pascua. Fue la sospecha de Juan la
que precipitó la salida de todo el grupo para esconderse en un lugar que
consideraban seguro. El huerto de Getsemaní les permitiría pasar el resto de la
noche sin ser descubiertos por Judas y en la madrugada escaparían de
Jerusalén y regresarían de inmediato a Galilea, esperando allí una mejor
oportunidad para llevar adelante el plan de denuncias contra las autoridades de
Jerusalén.
En el huerto de Getsemaní Jesús y los suyos se escondieron aquella noche.
Con el paso de las horas, todos se fueron quedando dormidos. Jesús sintió
miedo y se puso a rezar. Los soldados enviados por el Sumo Sacerdote Caifás
llegaron más pronto de lo que Jesús había calculado e iban bien armados. El
grupo de Jesús llevaba algunas espadas. Cuando se vieron rodeados, Pedro y
otros ofrecieron resistencia para impedir que Jesús fuera capturado. Jesús
pudo haber huido, pero no hubiera llegado muy lejos. El huerto estaba rodeado.
Las puertas de Jerusalén estaban vigiladas.
Si intentaba huir, seguramente hubieran masacrado a todos los de su grupo. La
desproporción de fuerzas era evidente. Igualmente, si hubiera empuñado una
de las espadas que tenían allí, no le hubiera servido de mucho. Jesús no tenía
ninguna práctica en el uso de las armas y hubiera sido el primero en caer
abatido por los guardias. Además, él no creía en la violencia. Se entregó. Pero
más que una "entrega espiritual de sí mismo", se trataba de salvar a sus
compañeros para que huyeran y de ganar tiempo confiando en que Dios le
ayudaría a encontrar una salida.
Viernes Santo: inicia el juicio del siglo
Mientras se organizaba a toda prisa la sesión del Sanedrín ―el tribunal
religioso que lo juzgaría― Jesús fue llevado a casa de Anás, jefe de la familia
judía más rica de Jerusalén y suegro del Sumo Sacerdote José Caifás. Anás
despreciaba a Jesús por ser un campesino ignorante y confiaba en que se
retractaría en su presencia.
Jesús no moderó su lenguaje ante Anás, considerando su inmenso poder. Si lo
hubiera, hecho, tal vez no se hubiera liberado de la tortura y de la cárcel, pero
sí de la muerte. Y quizás, al cabo de unos años, hubiera sido beneficiado con
una amnistía. Todo lo contrario, Jesús le echó en cara a Anás todos sus
crímenes y corrupción y lo amenazó con la ira justiciera de Dios. La imagen de
un Jesús manso ante Anás es falsa. Si así hubiera sido, Anás no hubiera
perdido el control y le hubiera abofeteado y escupido en la cara, como de
hecho lo hizo.
Pedro siguió a Jesús hasta el palacio de Anás, donde estaba siendo
interrogado. En el patio del palacio, unos soldados y una criada lo reconocieron
como uno de los cabecillas del grupo de Jesús. Pedro tuvo miedo y negó a
Jesús, hasta tres veces. El canto de los gallos se lo recordó hasta el fin de sus
días. Pero si Pedro hubiera aceptado pertenecer al grupo de Jesús, aquella
tarde, en el Gólgota, se hubieran levantado cuatro cruces.
Con Jesús ya preso y confiando en que el pueblo se movilizaría en las calles,
Barrabás y los suyos pusieron en marcha su plan insurreccional. Para
comenzar, se lanzaron al asalto del arsenal de armas de la Torre de Siloé. Si
hubieran tenido éxito, es muy probable que la situación se hubiera vuelto
incontrolable. En este contexto, Jesús hubiera podido ser liberado por las
turbas de los zelotes armados o también ser ultimado por cualquier guardia en
medio de los desórdenes. Habría muerto, entonces, sin juicio y sin viacrucis.
Pero los zelotes fracasaron. En una redada previa al asalto al arsenal de Siloé,
cayeron presos Barrabás, Dimas, Gestas y otros dirigentes zelotes. Esta noticia
hundió a Judas en la desesperación.
Condenado por blasfemo
Después de la comparecencia de varios testigos falsos y de un cúmulo de
irregularidades jurídicas, Caifás, que presidía el Tribunal Supremo de Israel,
conminó a Jesús a que declarara si era o no el Mesías. Ante la respuesta
afirmativa de Jesús, lo sentenció a muerte por blasfemo. Si los sacerdotes
judíos hubieran ejecutado esta sentencia, Jesús hubiera muerto de otra forma.
Para los blasfemos, la Ley judía ordenaba la lapidación. En este caso, Jesús no
hubiera muerto en la cruz, sino en una esquina de Jerusalén apedreado por los
sanedritas y sus adeptos. El Sanedrín temió ejecutar la sentencia de muerte
que había dictado. El pueblo, que apoyaba a Jesús, se hubiera alzado contra
ellos. Resultaba más prudente deshacerse del reo, entregándolo a las
autoridades romanas.
Respaldado por el pueblo
Aquel viernes, Jerusalén amaneció tomada por los soldados romanos en
previsión de un estallido popular. En las primeras horas de la mañana, los
vecinos de Jerusalén y los peregrinos llegados para la fiesta se fueron
enterando de lo ocurrido con Jesús. Cierta tradición ha afirmado que el pueblo
abandonó a Jesús y que, por la natural inconsistencia del pueblo, el Domingo
de Ramos lo aplaudió y el Viernes Santo lo traicionó y hasta pidió la cruz para
él. Si hubiera sido así, la más elemental sicología social quedaría sin
fundamento. Ocurrió lo contrario. La gente salió a las calles, los vecinos
reclamaron, exigieron la libertad de Jesús, desafiaron a las tropas romanas. Y
algunos, seguramente, fueron al Templo a orar por su vida. Y allí alcanzaron a
ver lo que sucedió con Judas: desesperado, llegó a devolver las monedas con
que había simulado que "entregaba" a su amigo.
Fuertemente custodiado, Jesús fue llevado a la Torre Antonia, donde lo
esperaba Poncio Pilato. Pasando el caso a Pilato, las autoridades religiosas
buscaban que Jesús fuera sentenciado a muerte sin tener ellos que mancharse
las manos ni enemistarse con el pueblo. Aunque Pilato tenía el máximo poder,
la situación se le presentaba muy delicada al procurador romano. Si Pilato
hubiera indultado a Jesús, la enemistad con Caifás y los sanedritas hubiera
perjudicado gravemente su carrera política. Si lo hubiera sentenciado a muerte,
hubiera entrado en conflicto con su esposa, Claudia Prócula, que vio en Jesús
a un enviado de los dioses y que creyó que matarlo les traería mala suerte. Lo
que hizo Pilato fue "quitárselo de encima". Eso fue lo que le recomendó su
esposa.
Los temores de Pilato
Herodes era un hombre corrupto y muy supersticioso. Pilato le envió a Jesús
para que él se hiciera cargo de la sentencia. Pero Herodes no quería mezclarse
de ninguna forma en este asunto. Quiso jugar con Jesús y le pidió un milagro.
Jesús, que había encarado a Anás, guardó silencio ante Herodes. Jesús nunca
perdonó a Herodes el asesinato de Juan Bautista. No le habló, ni siquiera le
dirigió la mirada. Si Jesús le hubiera echado en cara sus crímenes, tal vez
Herodes, ensoberbecido, lo hubiera arrojado en uno de sus muchos calabozos.
Con el tiempo, Jesús hubiera corrido la misma suerte que Juan Bautista, a
quien Herodes mandó a degollar. Si Jesús le hubiera hecho algún “milagro”,
Herodes lo hubiera contratado como mago de la corte. Y así tal vez hubiera
escapado de la muerte.
Pilato empezó a sospechar que tras Jesús existía una conspiración de carácter
anti-romana. Poco le importaban al procurador las proclamas religiosas de
aquel profeta. Sin embargo, su cargo estaba en peligro si no resolvía cuanto
antes el caso a favor de los intereses de Roma. Si Pilato hubiera firmado de
inmediato la sentencia de muerte, se hubiera quedado sin conocer todos los
hilos de aquel supuesto complot. Más que matar a un hombre, su mejor trofeo
ante Roma era descubrir esa trama. Por eso, decidió investigar, interrogar al
reo. Todo sistema represor investiga torturando a los detenidos. Pilato lo hizo
según la costumbre romana: 39 azotes con el flagelo, tortura de la que pocos
salían vivos. La soldadesca añadió otra tortura: coronar con espinas a Jesús,
humillándolo como a un rey objeto de burlas.
Bajó a los infiernos de la tortura
Pilato ordenó torturar a Jesús en los calabozos de la Torre Antonia. Para
Jesús, la suerte estaba echada. Había "bajado a los infiernos". Sólo podría salir
de allí si delataba a sus compañeros. Jesús no delató a sus compañeros. No
abrió la boca ante sus torturadores. No dijo un solo nombre ni dio un solo dato.
Su silencio no fue para darnos ejemplo de humildad, sino por solidaridad con
los de su movimiento. Si Jesús los hubiera delatado, si hubiera dado los
nombres de Pedro, Santiago, Juan, y los demás del grupo, tal vez hubiera
salvado su vida, pero los suyos habrían sido capturados, también torturados y
seguramente crucificados.
Después de varias horas en las que no se sabía lo que estaba ocurriendo con
Jesús, si estaba vivo o muerto, Pilato exhibió al reo en el Enlosado de la Torre
Antonia. En actitud amenazante, la multitud agolpada frente a este atrio,
presionaba a gritos al gobernador para que dejara libre a Jesús. Pilato temía
perder el control de la situación. Por eso, decidió calmar algo los ánimos
liberando a Barrabás, quien tenía un liderazgo menor entre el pueblo.
Pilato buscó confundir al pueblo con ese gesto de aparente magnanimidad. Si
cediendo a la presión de la multitud, hubiera liberado a Jesús no hubiera
podido escapar de las maquinaciones del Sumo Sacerdote y de los sanedritas,
capaces de crearle problemas con Roma. Y si hubiera firmado la sentencia de
muerte en aquel momento, frente a la muchedumbre, se hubiera arriesgado a
una asonada popular. Y eso era lo que más temía.
El dolor de Judas
Al mediodía de aquel viernes, todos en Jerusalén habían visto a Jesús
destrozado por las torturas en el Enlosado de la Torre Antonia. También Judas.
Todos sabían que la libertad de Barrabás no cambiaría para nada la suerte de
Jesús. También Judas.
¿Qué podía haber hecho el iscariote? Tenía varias opciones. Si presa de la
desesperación, hubiera intentado matar a los dirigentes zelotes, en represalia
por haberle involucrado en la captura de Jesús, seguramente sería él quien
hubiera muerto. Y tal vez nunca hubiéramos podido conocer la trama de lo
ocurrido aquellos días en Jerusalén.
Si hubiera decidido pedir perdón a Pedro y a los demás, es probable que sus
compañeros, después de un primer momento de indignación, hubieran
terminado comprendiéndolo. Judas hubiera vivido bastantes años más y su
fama no sería tan mala como la que hoy acompaña su memoria. Sin embargo,
Judas no soportó ver a Jesús en esas condiciones y sentirse el último
responsable. Perdió toda esperanza y se suicidó. Pero no como un renegado
lleno de odio, como siempre lo han pintado, sino eligiendo la muerte como la
única salida digna que su dolor y el respeto por Jesús le dejaron. Jesús murió
esa misma tarde.