sobre temas que los especialistas califican de “escatológicos”.
Nuestro entrevistado nos dijo ayer que no sabía la fecha del juicio
final, pero sí las preguntas del juez. Hoy queremos indagar sobre
lo que ocurrirá después de ese juicio.
JESÚS ¿Y qué esperas que ocurra, Raquel?
RAQUEL Usted mejor que nadie lo sabe. Después del juicio final, suena la
última trompeta, se cierra el telón y...
JESÚS ¿Y?
RAQUEL Y apaga y vámonos. Hablemos claramente. ¿Cuándo se acabará
el mundo, Jesucristo?
JESÚS Yo pensé que se acabaría pronto. Que mi generación vería el fin
de los tiempos, que yo mismo lo vería... Y me equivoqué. La
mecha estaba aún encendida y yo creí que se apagaba.
RAQUEL Señor Jesucristo, si usted se equivocó hace más de dos mil
años, ahora ya debe tener más información, nuevos datos, ya
debe saber...
JESÚS Pues sí, ahora sí, y creo que ahora no me equivoco...
RAQUEL ¿Y nos revelará la fecha del cataclismo final? ¿Apocalipsis now?
JESÚS Sí, te diré cuándo será el fin del mundo. Ahora mismo te lo voy a
decir.
RAQUEL ¡Espérese, espérese! Cabina... cabina... Ponme una música
especial... que Jesucristo nos va a anunciar la fecha del fin del
mundo. Tenemos la exclusiva... Sí, un fondo impactante... ¡No,
hombre, ésa no, prueba mejor con la Guerra de las Galaxias... Sí,
ésa está bien... ¿Listos?... Díganos, Señor Jesucristo, lo
escuchamos... Audiencia de Emisoras Latinas, atención. En estos
momentos, Jesucristo nos revelará cuándo se acabará el
mundo...
JESÚS En verdad, en verdad les digo que el fin viene pronto.
RAQUEL Pronto, pronto... ¿Nos podría decir la fecha exacta o sólo nos
quiere asustar?
JESÚS Después de lo que he visto en estos días, el que está asustado
soy yo... Tantos ríos muertos, sequías a tiempo y destiempo,
tantas colinas sin árboles, la tierra cubierta de cenizas, y las
criaturas de Dios muriendo por falta de alimento... Y lo que tú
misma me has contado: el cielo desgarrado por donde el sol
quema, los hielos derritiéndose, huracanes que devoran como
fieras, enfermedades sin cura, guerras por agua...
RAQUEL Sí, sí, continúa con ese fondo musical... Ése le cae bien...
JESÚS La avaricia acabará con los árboles de la tierra y el mar se tragará
las ciudades, las aguas se volverán amargas como ajenjo y nadie
podrá beberlas y las humaredas harán perder su brillo al día. Y la
codicia que envenenó los aires le robará como un ladrón la vida a
todas las criaturas de Dios...Y entonces, será el fin...
RAQUEL Pero... ¿cuándo, cuándo será? Tenemos a nuestra audiencia en
vilo, pendiente de sus palabras. Díganos la fecha que Dios ha
puesto para el fin.
JESÚS Dios no la va a poner, Raquel. Son ustedes quienes están
acabando con el mundo. Si no cambian, si por servir al dios dinero
siguen arrancando una a una las páginas del Libro de la Vida, el
fin llegará pronto. Y ustedes serán quienes pongan la fecha.
RAQUEL Con esta advertencia apocalíptica... o ecológica, despedimos hoy
el programa. Raquel Pérez desde Jerusalén. Y en Internet,
www.emisoraslatinas.net
CONTROL CARACTERÍSTICA MUSICAL
LOCUTOR Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su
segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José
Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.
MÁS DATOS SOBRE ESTE POLÉMICO TEMA...
Jesús se equivocó, las primeras comunidades también
En los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas aparece una serie de discursos de
Jesús acerca de la catástrofe que se avecina sobre el mundo. Son los llamados
discursos “escatológicos” (del fin) o “apocalípticos” (de la “revelación” del fin),
muy frecuentes en la tradición profética de la que Jesús se nutrió.
Jesús creyó que el fin del mundo injusto en que él vivió, el fin del Reino de
Roma y la llegada del Reino de Dios eran inminentes. Su forma de proclamar el
evangelio y de desafiar a las autoridades, la prisa que se adivina en muchas de
sus palabras, su impaciencia, indican que Jesús creyó que esa hora estaba
cercana y que él mismo llegaría a verla.
Jesús se equivocó. Y su urgencia, su impaciencia, la heredaron los primeros
cristianos, que vivieron durante el primer siglo de nuestra era pendientes del
día del fin del mundo, confiando en que llegarían a verlo. Se equivocaron
también. Pablo tuvo que llamarles la atención en varias ocasiones (2
Tesalonicenses 2,1-7 y 3,6-12), aunque también él estaba convencido de que
el día final estaba ya cercano (1 Tesalonicenses 4,13-18).
Eran tiempos de duras persecuciones contra los cristianos y las comunidades
esperaban ansiosas el día de la liberación definitiva. En este contexto se
escribieron estos discursos de los evangelios y también el Apocalipsis, último
libro de la Biblia, destinado a consolar a los cristianos que sufrían por el poder
imperial de Roma. A juicio de varios exegetas el Apocalipsis es “el libro más
político” del Nuevo Testamento, ya que anuncia el fin del poderoso imperio
romano, aunque lo hace envolviendo las críticas, los juicios y los “análisis” de
aquella etapa de la historia en una densa simbología, a veces hermosa, a
veces incomprensible.
Una catástrofe, una fiesta, un parto
Las imágenes sobre el fin del mundo que los evangelios ponen en boca de
Jesús siguen la tradición profética. Los profetas hablaron de la cólera de Dios
contra los injustos en el día final. Hablaron de guerras, desastres y dificultades
sin cuento. Unos 200 años antes de Jesús comenzaron a emplear imágenes
cósmicas ―estrellas que caen, terremotos―, símbolos que también empleó
Jesús porque eran los habituales en su tiempo para describir la tremenda
conmoción de los tiempos finales (Isaías 63,1-6; Jeremías 6,11-19; Daniel 9,21-
27 y 12,1-13; Joel 2,1-11; Amós 5,14-20).
También los profetas hablaron del fin con imágenes positivas para expresar
que todo lo bueno del mundo permanecerá y será transformado en el cielo
nuevo y la tierra nueva donde habitará la justicia. Jesús también se refirió al día
final como un gran banquete y una fiesta. Son muchos los textos proféticos que
describen el final con imágenes de alegría y de celebración (Isaías 60,1-22 y
62,1-12; Amós 9,11-15; Miqueas 4,1-5; Sofonías 3,14-20).
También el fin del mundo fue comparado a un parto. Porque para que un nuevo
ser nazca son necesarios amor, tiempo, paciencia, esperanza y, en el momento
decisivo, esfuerzo y dolores tremendos. La imagen del parto la usaron los
profetas (Isaías 66,5-16) y la usó también Jesús (Juan 16,19-23) y después de
él Pablo (Romanos 8,18-27).
Una ética para que el mundo no se acabe
En el programa, Jesús se muestra asustado. Y no sólo: enlazando imágenes
tomadas todas del Apocalipsis, busca asustar. De ese miedo espera que surja
una ética. Coincide con la obra de un compatriota suyo, el judío alemán Hans
Jonas, hoy en el centro del debate ecológico. El libro de Jonas “El principio de
responsabilidad: Ensayo de una ética para la civilización tecnológica” (Editorial
Herder, 1975) es un referente indispensable.
La reflexión de Jonas sobre la responsabilidad parte del hecho de que el ser
humano es el único ser vivo con responsabilidad. Su reflexión se alimenta de la
tragedia del Holocausto. Su conferencia “El concepto de Dios después de
Auschwitz” es tal vez la principal reflexión teológica judía sobre el fenómeno
hitleriano.
¿Qué dice Hans Jonas? Nos servimos del resumen que hace de su
pensamiento el filósofo catalán Ramón Alcoberro.
La ciencia y la técnica han modificado profundamente las relaciones entre el
ser humano y el mundo. Para los antiguos, la potencia humana era limitada y el
mundo, en cambio, era infinito. Jonas pone el ejemplo de la ciudad griega: un
enclave civilizado rodeado de un entorno amenazador, de bosques y selvas. Y
señala que hoy la situación se ha invertido y la naturaleza se conserva en
parques naturales, rodeados de civilización y tecnología. Hoy la naturaleza es
débil y está amenazada. Los humanos tenemos el deber moral de protegerla y
ese deber aumenta en la medida en que sabemos lo fácil que es destruir la
vida.
Según Jonas, el imperativo ético de nuestro tiempo es: Obra de tal manera que
los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida
humana auténtica sobre la tierra. Hacer hoy el bien significa hacerlo en las
condiciones de la tecnología. El imperativo tecnológico significa, en
consecuencia, partir de un criterio que ya no puede ser de “dominio”, pero que
aún no puede ser de “comunidad”, puesto que la comunidad mundial es aún un
espejismo.
No todo es posible: la profecía de la desgracia
Hans Jonas es un enemigo radical de las utopías, que han considerado que en
el mundo todo era posible y nada estaba escrito. La experiencia de la bomba
atómica, de la brutal contaminación del ambiente y del Holocausto demuestran
que, moralmente, la utopía puede acabar siendo la justificación del asesinato
en gran escala y de la destrucción del planeta. La utopía decía a los hombres
“Tú puedes hacerlo y, en cuanto puedes, debes”. La responsabilidad exige el
cálculo de riesgos y, en la duda de que algo pueda fallar, mejor no hacerlo.
El imperativo ético que propone Jonas arranca del miedo o, por usar sus
palabras, de la “heurística del temor” ―respeto mezclado con miedo―. Es el
miedo a las consecuencias irreversibles del progreso (manipulación genética,
destrucción del hábitat), lo que nos obliga a actuar responsablemente y el
motor que nos impulsa a obrar es la amenaza que pende sobre la vida futura.
El miedo es un sentimiento negativo, pero de esa negatividad puede salir algo
positivo: constatando que el planeta está en peligro y que la causa de este
peligro es el poder del ser humano, poseedor de una técnica que ha llegado a
ser anónima y autónoma, hay que prestar más atención a la profecía de la
desgracia que a la de la felicidad utópica, y obrar en consecuencia, tomando en
serio la amenaza que planea sobre el futuro de la Humanidad y que nos invita a
obrar con responsabilidad.
La Tierra está viva y hoy está enferma
Para obrar con responsabilidad ecológica necesitamos información. Después
de siglos de pensar en un “progreso” lineal e indefinido, los seres humanos
estamos aprendiendo el error de esta linealidad, sabemos ya que los recursos
naturales se agotan, sentimos ya que somos pasajeros de una misma nave, en
la que nos salvamos todos o nos hundimos todos. Ahora sabemos que somos
vida en la Vida que habita la Tierra, que nuestro planeta es un sistema vivo que
regula su temperatura y se defiende de mil maneras para conservarse vivo, al
igual que hacemos todos los seres vivos. La teoría Gaia, que contempla y
defiende la Tierra como un sistema vivo, nos lo ha enseñado. Pero aún nos
cuesta entenderlo.
Hoy sabemos también que la especie humana, depredadora y derrochadora,
ha enfermado gravemente la Tierra. La fiebre más peligrosa que aqueja hoy a
nuestro planeta es el calentamiento global mezclado con el oscurecimiento
global, ambos procesos resultado del irracional uso de combustibles fósiles y
otras sustancias químicas. Hoy sabemos que la radiación solar, fuente principal
de la energía que nos mantiene vivos, nos llega cada vez más debilitada por
los químicos en la atmósfera y que la contaminación que producen nuestras
fábricas y vehículos está calentando irreversiblemente el planeta, lo que
perjudica todas las formas de la Vida. Pero aún nos cuesta sacar las
consecuencias de estas malísimas noticias.
Recomendamos la obra más reciente del científico que le dio relevancia a la
teoría Gaia, James Lovelock, titulada “La venganza de la Tierra” (Planeta,
2007). Su lectura pone los pelos de punta (la “heurística del temor”) y nos
anima a una ética: a actitudes, decisiones y luchas que impidan que este
mundo, nuestro mundo, nuestra civilización, colapse como resultado de la
reacción de la Tierra contra la irresponsabilidad con la Vida que está
demostrando la especie a la que pertenecemos.
El reloj del fin del mundo
En 1947, un grupo de científicos atómicos, entre los cuales se hallaba Albert
Einstein, imaginaron un reloj simbólico que marcara las horas, los minutos y los
segundos que separaban a la Humanidad del fin del mundo. Pensaban los
científicos que el “fin” llegaría con la gran hecatombe que representaría una
guerra nuclear. En aquel año 1947, cuando los científicos decidieron usar este
símbolo, Estados Unidos había arrojado ya (1945) dos bombas atómicas sobre
la población civil de dos ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, causando
más de 300 mil muertos en instantes. El reloj buscaba despertar la conciencia
de la Humanidad, generalizar la reflexión de que el Apocalipsis no vendría del
cielo, sino provocado por la propia Humanidad, dueña ya de esas mortíferas
armas de guerra.
Era justa su preocupación. En 1985, Estados Unidos y la Unión Soviética, y
otros países que se apuntaron a la carrera nuclear almacenaban en el planeta
55 mil armas nucleares, la mayoría de ellas más potentes que las que mataron
a un cuarto de millón de japoneses.
El Reloj del Juicio Final se encuentra en la Universidad de Chicago. Y hasta
hace poco marcaba las 11 horas y 53 minutos de la noche. Estábamos a 7
minutos del “fin del mundo”. En el año 2007 las manecillas del reloj fueron
adelantadas en dos minutos. Aunque la amenaza nuclear sigue latente -aún
después de las negociaciones USA-URSS para la reducción de estas armas
hay en el mundo 27 mil ojivas nucleares en Estados Unidos y Rusia-, los
científicos decidieron adelantar el reloj, no tanto por la inminencia de una
catástrofe nuclear, sino por la que se avecina a causa del cambio climático,
expresado en huracanes como el Mitch y el Katrina, en tsunamis, olas de calor,
tornados, deshielo de los polos, inundaciones...
Con ese reloj, con eventos, congresos, leyes, escritos, palabras, programas en
los medios, de mil maneras, los humanos más lúcidos de nuestro tiempo nos
alertan: si no hacemos algo y lo hacemos pronto, la Tierra y la Humanidad
están al borde de una catástrofe ambiental, en la que Gaia pudiera acabar con
la especie humana, la peor plaga que ha tenido que soportar en su larga
historia de más de 4 mil 500 millones de años.