a mis espaldas, las doradas murallas de Jerusalén. Y con
nosotros, nuestro invitado especial, Jesucristo. En mi anterior
entrevista, le mencioné la teoría de la evolución. Y ahora le
pregunto: ¿usted sabe algo de esto?
JESÚS No, Raquel.
RAQUEL Pues le diré que en 1859, un científico inglés, Charles Darwin,
por cierto un hombre muy religioso, descubrió el misterio de la
vida.
JESÚS ¿Y cuál es ese misterio?
RAQUEL Charles Darwin demostró que todos los seres vivos, animales y
plantas, todos, pertenecen a la misma familia, nacen de un tronco
común.
JESÚS Explícame mejor, Raquel...
RAQUEL Por selección natural, por ensayo y error, los seres vivos se van
adaptando al ambiente, van cambiando y cambiando...
JESÚS El libro de Job habla del águila, del asno salvaje, del caballo de
agua, obras maestras de Dios...
RAQUEL Pues todos esos animales, según Darwin, descienden unos de
otros, tienen un mismo origen, fueron evolucionando a partir de
una primera semilla.
JESÚS ¿Y quién plantó esa semilla?
RAQUEL Digamos que Dios sembró el árbol de la vida y el árbol creció y
echó mil ramas distintas. En cada rama y a lo largo de millones de
años, fueron apareciendo las más diversas formas de la vida, las
diferentes especies.
JESÚS Me parece una explicación muy hermosa...
RAQUEL Pero la Biblia dice otra cosa. La Biblia dice que Dios creó primero
las plantas. Luego, las aves. Luego, los peces. Luego, el ganado.
Dice que en sólo siete días, Dios creó, uno tras otro, todos los
seres vivos.
JESÚS Pues pensándolo bien, me parece un prodigio mayor sacar mil
vidas diferentes de una sola semilla que tener que sembrar mil
semillas, una para cada vida. Lo que dices proclama con más
fuerza la gloria de Dios.
RAQUEL Por si no lo sabe, le diré que hay un conflicto terrible entre los que
defienden la creación, según la Biblia, y los que defienden la
evolución, según Darwin. Usted, ¿qué dice? ¿Fe o ciencia?
JESÚS La fe no cabe en ningún libro, Raquel. Y el firmamento tampoco
cabe en ninguna ciencia. ¿Quién será tan arrogante para creer
que lo sabe todo?
RAQUEL Pero, entonces, ¿con qué se queda: creación o evolución?
JESÚS Raquel, si yo te entendí bien, ¿no fue Dios quien creó la
evolución? ¿No sembró Él la primera semilla?
RAQUEL Hay algo que no le he comentado y que escandaliza a muchos.
Según la teoría de Darwin, los seres humanos también somos una
rama de ese inmenso árbol de la vida.
JESÚS ¿Y cuál es el escándalo?
RAQUEL ¿Sabe usted, Jesucristo, cuáles son nuestros primos hermanos,
los parientes más próximos a nosotros en ese árbol?
JESÚS Dime cuáles.
RAQUEL ¡Los monos!
JESÚS ¿Los monos?
RAQUEL ¿Y... de qué se ríe usted?
JESÚS Me hace gracia... Ése sí es un buen chiste de Dios para que no
se nos suba el humo a la cabeza, para que seamos humildes...
¡Hermanos de los monos!
RAQUEL Para mucha gente es un insulto ese parentesco.
JESÚS No entiendo porque... ¿no es el mismo Dios el que creó a los
monos y a nosotros y a todo lo que respira sobre la tierra?...
¿Entonces?... Todos nacimos de sus manos... En verdad, no
conocía lo que me has contado, pero...
RAQUEL Y ahora que lo conoce, ¿qué opinión le merece la teoría de
Charles Darwin?
JESÚS El rey Salomón fue un gran sabio. Pero en esto que dijo ese
hombre hay más sabiduría que en Salomón.
RAQUEL Y ustedes, amigas y amigos, ¿qué opinan? ¿Se quedan con
Darwin o con la Biblia? ¿O con ambas cosas, como dice
Jesucristo? Esperamos sus llamadas. Raquel Pérez. Emisoras
Latinas. Jerusalén.
CONTROL CARACTERÍSTICA MUSICAL
LOCUTOR Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su
segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José
Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.
MÁS DATOS SOBRE ESTE POLÉMICO TEMA...
Charles Darwin
Charles Darwin (1809-1882), biólogo británico, descubrió y explicó la Teoría de
la Evolución, presentándola a la comunidad científica en 1859 en el libro
titulado “El origen de las especies”. Su descubrimiento, sus intuiciones y
explicaciones revolucionaron para siempre el conocimiento humano sobre la
Vida.
La idea central de Darwin es que todos los organismos vivientes tienen un
origen común y que han ido evolucionando a través de un proceso lentísimo de
“selección natural”. En ese proceso han intervenido condiciones externas del
ambiente: abundancia o escasez de recursos, clima, cambios geológicos,
llegada al lugar de nuevas especies... Esas condiciones van conduciendo los
cambios, provocando rasgos cada vez más diferentes en los organismos
vivientes. Esos cambios se hacen heredables con el tiempo.
En 1871, Darwin publicó “El origen del hombre”, incluyendo también a los seres
humanos en el proceso único de la evolución de la Vida. Darwin afirmaba que
el ancestro del hombre era un animal similar al mono. Esto provocó una
controversia religiosa, que no ha cesado hasta el día de hoy y de la que Raquel
le habla a Jesús.
Los pinzones de Darwin
La expedición científica que durante cinco años Darwin emprendió en 1831 por
el océano Atlántico en el barco HMS Beagle lo puso en la pista de la Teoría de
la Evolución. Darwin contempló la diversidad de la fauna y de la flora en
lugares variadísimos, comprendiendo así que las distancias geográficas y los
distintos ambientes creaban condiciones para que las especies variaran.
Específicamente, las observaciones que hizo en las islas Galápagos en las
colonias de pinzones, pájaros con características comunes y con diferencias
esenciales según las islas donde vivían, le dio la clave: una misma especie, el
pinzón ancestral, había “evolucionado” hasta ser seis nuevas especies (pinzón
picamaderos, pinzón curruca, pinzón arborícola, pinzón terrestre, pinzón
vampiro y pinzón mosquitero), dependiendo del ambiente al que tuvo que
adaptarse.
La selección natural
Escuchemos al propio Darwin explicando la selección natural, clave de la
Teoría de la Evolución, en el estilo cuidadoso y delicado con que comunicó
todos sus revolucionarios hallazgos:
Como el hombre puede producir un gran resultado en sus animales y plantas
domésticos acumulando en una dirección dada diferencias individuales, del
mismo modo podría hacerlo la selección natural; pero mucho más fácilmente,
puesto que tiene un tiempo incomparablemente mayor para la obra... Como el
hombre puede producir, y ciertamente ha producido, un gran resultado por sus
medios de selección metódica e inconsciente, ¿qué no efectuará la selección
natural?... ¡Cuán pasajeros son los deseos y esfuerzos del hombre; cuán corto
su tiempo, y, en consecuencia, cuán pobres serán sus resultados comparados
con los que acumula la naturaleza durante épocas geológicas enteras!.. Puede
decirse metafóricamente que la selección natural está haciendo diariamente, y
hasta por horas, en todo el mundo el escrutinio de las variaciones más
pequeñas; desechando las que son malas, conservando y acumulando las que
son buenas, trabajando insensible y silenciosamente donde y cuando se
presenta una oportunidad en el mejoramiento de todo ser orgánico, en relación
con sus condiciones orgánicas e inorgánicas de vida. Nada vemos de estos
pequeños cambios en progreso hasta que la mano del tiempo ha marcado el
sello de las edades, y aun entonces tan imperfecta es nuestra vista para
alcanzar a las épocas geológicas remotas, que lo único que vemos es que no
son hoy las formas de vida lo que en otro tiempo fueron.
Y así cierra Darwin su libro “El origen de las especies”, que cambió para
siempre las ideas científicas: Hay grandiosidad en esta concepción de que la
vida, con sus varios poderes, fue insuflada originalmente por El Creador en
unas pocas formas o en una sola, y que mientras este planeta andaba rodando
de acuerdo con la ley fija de la gravedad, de tan simple principio se
desprendieron y evolucionaron aún infinitas formas bellísimas y maravillosas.
Una idea genial y revolucionaria
A pesar de la variedad de las especies animales, alguien como Aristóteles, que
filosofó sobre todo lo que observaba, nunca vio en esa variedad una posible
relación. Cuando se conoció la fauna del Nuevo Mundo esto desconcertó a
muchos. ¿Cómo eran tan distintos los animales de allí a los que se conocían en
el Viejo Mundo? Pero nadie reflexionó sobre el por qué de las diferencias. En el
Renacimiento, los hallazgos de los primeros fósiles también provocaron
inquietudes, pero nadie pensaba en la evolución. Fue el francés Jean Baptiste
Lamarck el que, unos cincuenta años antes de Darwin, tuvo las primeras
intuiciones de que semejanzas y diferencias tenían una explicación científica en
una cierta evolución de las especies.
Darwin logró estructurar estas intuiciones y darles forma en una teoría rigurosa
y coherente. Los científicos actuales continúan deslumbrándose ante su
descubrimiento. Su compatriota Richard Dawkins, un evolucionista convencido
y entusiasta, afirma: Los organismos vivientes han existido sobre la Tierra
durante más de tres mil millones de años sin saber nunca por qué, hasta que la
verdad, al fin, fue comprendida por uno de ellos. Por un hombre llamado
Charles Darwin.
Y goza afirmando: En un planeta y posiblemente en solo un planeta en todo el
Universo, las moléculas que normalmente no generarían nada más complicado
que un trozo de piedra se juntan a sí mismas en trozos de materia del tamaño
de una piedra de una forma tan asombrosamente compleja que son capaces
de correr, saltar, nadar, volar, ver, oír, capturar y comer a otros trozos
animados de complejidad similar, capaces en algunos casos de pensar y
sentir, y de enamorarse de otros trozos de materia compleja. Ahora
comprendemos esencialmente cómo se hizo el truco, pero sólo desde 1859.
Antes de esa fecha parecía, efectivamente, algo muy, muy extraño. Ahora,
gracias a Darwin, es simplemente muy extraño.
Y concluye que la selección natural ―concepto central en la Teoría de la
Evolución― es la noción más revolucionaria de la historia de la biología y yo
hasta jugaría con la idea de sustituir “biología” por “ciencia”.
Un escándalo colosal
Darwin, un hombre con profundos sentimientos religiosos, de sólida formación
cristiana ―hasta quiso ser clérigo―, sabía que su teoría causaría confusión
entre los creyentes, aunque estaba convencido de que el origen común de
todos los vivientes los “ennoblecía” a todos. Reconoció el escándalo que
causaba en “El origen del hombre”: Siento que la conclusión fundamental a la
que ha llegado este libro, esto es, que el hombre desciende de una forma
inferiormente organizada, resulta a muchos altamente desagradable.
Es lógico el escándalo. Darwin no sólo nos colocó a los humanos en “nuestro
lugar”, al probar nuestros orígenes animales. También dedujo que en el
proceso de la evolución no había un “propósito”. Así lo formuló: Parece no
haber más propósito en la variabilidad de los seres vivientes y en la acción de
la selección natural que en la dirección en la que sopla el viento. Esta idea del
azar en la evolución contradecía la idea bíblica de un ordenamiento lineal de
todo lo creado en función de la aparición en la Tierra de los seres humanos, era
contraria a la idea de un plan de Dios, desmentía al Dios providencial que lleva
el timón del Universo y de la Historia.
¿Por qué tanta angustia y tanto rechazo?
Bien ubica el escándalo provocado por Darwin con la teoría de la evolución el
astrofísico Carl Sagan: La perspectiva trascendentalmente democrática de
Darwin nos conecta con nuestros antepasados olvidados hace tiempo y con el
enjambre de nuestros parientes, los millones de otras especies con quienes
compartimos la Tierra. Pero el precio que hemos debido pagar ha sido alto, y
aún hay quienes se niegan a pagarlo y por razones muy comprensibles.
La evolución sugiere que si Dios existe le gustan las causas secundarias y los
procesos autónomos. Dios puso en funcionamiento el Universo, estableció las
leyes de la Naturaleza, y luego abandonó la escena. No hay, al parecer, un
Ejecutivo trabajando a pie de obra: el poder ha quedado delegado. La
evolución sugiere que Dios no intervendrá, tanto si suplicamos como si no,
para salvarnos de nosotros mismos. La evolución sugiere que estamos solos; y
que si hay un Dios, ese Dios debe de estar muy lejos. Esto basta para explicar
gran parte de la angustia y el rechazo que la evolución ha producido. Nos
gustaría imaginar a alguien al frente del timón.
La Teología evolucionista
Existe una teología evolucionista. Arraiga en la mística, que en sus diferentes
expresiones en todas las religiones, espiritualidades y civilizaciones rechaza los
dualismos. La teología mística o teología evolucionista tiene estas
formulaciones: Dios no es el iniciador de la evolución. Esto significaría que la
evolución actúa fuera de Dios. La evolución es Dios que se despliega a sí
mismo. Y como la evolución tiene en la aparición de la vida un hito crucial, los
místicos evolucionistas afirman que es adecuado darle a Dios el nombre Vida:
Vida es un concepto adecuado para designar esa realidad que llamamos Dios,
porque la Vida también desborda nuestra comprensión.
Creacionismo vs Evolucionismo
Desde que Darwin habló, escribió y revolucionó la ciencia, se enfrentó a todo
tipo de críticas, burlas y descalificaciones. Sin embargo, desde el inicio de su
formulación su Teoría ganó espacio en la mente de los científicos de todo el
mundo. Convencía, apasionaba, explicaba, revelaba.
Frente al “evolucionismo” surgió el “creacionismo”. Basado en el relato de la
creación que aparece en el Libro del Génesis de la Biblia, sus defensores
insisten en la creación directa de cada organismo vivo por Dios, y muy
especialmente en la creación directa por Dios de esa especie que somos los
seres humanos.
Las batallas intelectuales entre ambas teorías han sido permanentes. También
ha habido batallas legales. Una de las más famosas es el llamado “Monkey
Trial” (Juicio del Mono), celebrado en Estados Unidos (Dayton, 1925). En él se
enjuició al profesor de Ciencias John Thomas Scopes, acusándolo de enseñar
la evolución, violando una ley que prohibía enseñar en las escuelas públicas
del Estado sureño de Tennessee cualquier teoría que negara la historia de la
creación divina del hombre, tal como se enseña en la Biblia, para enseñar en
su lugar que el hombre desciende de un orden menor de animales. Scopes
ganó el juicio. Esta interesante historia fue reconstruida en la película “La
herencia del viento” de Stanley Kramer (1960).
Del Creacionismo al Diseño Inteligente
A la luz del desarrollo de la ciencia, el evolucionismo fue ganando espacios y el
creacionismo se fue haciendo más insostenible. Con los avances del
fundamentalismo bíblico, tanto entre católicos como entre evangélicos, en los
años 90 el creacionismo decidió cambiar de estrategia y ahora se llama “diseño
inteligente”. Presentándose como una propuesta científica, esta nueva forma
del creacionismo afirma que el origen y evolución del Universo, de la vida y de
los humanos son el resultado de acciones racionales emprendidas de forma
deliberada y con objetivos prefijados por un agente inteligente.
El movimiento del Diseño Inteligente apareció en Estados Unidos y allí se ha
desarrollado con mayor fuerza. La influencia creciente de las iglesias
evangélicas que promueven el literalismo bíblico y el fanatismo religioso ha ido
extendiendo a otros países la propuesta del Diseño Inteligente. Dentro de la
iglesia católica también ha habido pronunciamientos que parecen favorecer
algunos postulados de esta teoría nada científica.
Para contrastar la Teoría de la Evolución con lo que plantea actualmente el
Diseño Inteligente existe un resumen muy completo en la enciclopedia virtual
Wikipedia.
El riesgo del creacionismo
Paralelamente a la difusión de la propuesta “científica” del Diseño Inteligente, el
creacionismo sigue vigente y lucha por arraigar en la conciencia de las nuevas
generaciones, especialmente en Estados Unidos. En el año 2007, sólo el 26%
de la población estadounidense aceptaba la Teoría de la Evolución y el 65%
abogaba porque el creacionismo bíblico se enseñara en las escuelas a la par
de la evolución. Aceptar tanto el creacionismo como el Diseño Inteligente tiene
consecuencias políticas gravísimas: sólo una tercera parte de los
estadounidenses cree que su gobierno debe emprender acciones que frenen el
cambio climático. Piensan así porque creen que los asuntos de magnitud
planetaria están sólo en manos del Dios Creador, del Diseñador Inteligente...
La evolución: “más que una hipótesis”
Después de un siglo de oposición activa y beligerante contra la Teoría de la
Evolución, de censuras y anatemas contra los católicos que la defendían, el
Papa Pío XII publicó finalmente en 1950 la encíclica “Humani Generis”.
En ella, teniendo en cuenta el estado de las investigaciones científicas de esa
época y también las exigencias propias de la teología, la encíclica consideraba
la doctrina del “evolucionismo” como una hipótesis seria, digna de una
investigación y de una reflexión profundas, al igual que la hipótesis opuesta.
Pío XII añadía dos condiciones de orden metodológico: que no se adoptara
esta opinión como si se tratara de una doctrina cierta y demostrada, y como si
se pudiera hacer totalmente abstracción de la Revelación a propósito de las
cuestiones que esa doctrina plantea.
Así explicaba el contenido de aquella encíclica el Papa Juan Pablo II, cuando
por fin, el 23 de octubre de 1996, anunció formalmente a la Academia Pontificia
de Ciencias que el nuevo conocimiento lleva al reconocimiento de que la teoría
de la evolución es más que una hipótesis. En efecto, es notable que esta teoría
se haya impuesto paulatinamente al espíritu de los investigadores, a causa de
una serie de descubrimientos hechos en diversas disciplinas del saber. La
convergencia, de ningún modo buscada o provocada, de los resultados de
trabajos realizados independientemente unos de otros, constituye de suyo un
argumento significativo en favor de esta teoría. En esta ocasión, el Papa
declaró que la Creación y la Evolución podían convivir juntas sin conflicto. Pero
se reservó aún un espacio de control: juntas, siempre que se mantuviera la
creencia de que sólo Dios crea el alma humana.
La “herejía” de la evolución
La Iglesia católica durante cien años y muchas iglesias evangélicas
pentecostales hasta el día de hoy rechazan la Teoría de la Evolución como una
auténtica herejía. Lo hacen por ignorancia y por un fundamentalismo y
literalismo bíblico basados también en la arrogancia. Si aceptaran esta
evidencia científica tendrían que aceptar que los seres humanos no somos
“reyes” de la Naturaleza, que la Naturaleza no nos pertenece, sino que
pertenecemos a ella, que por ser parte de una red vital intrincada y compleja no
tenemos derecho de dominio. Tendrían que ser más humildes.
A partir del Libro del Génesis y de una filosofía de la vida que puede llamarse
“especismo” ―como tan adecuadamente la llama Richard Dawkins―, la Teoría
de la Evolución es una herejía: cuestiona nuestra arrogancia como especie,
nos “humilla”, nos pone en contacto con la tierra, con nuestro verdadero ser
animal, con nuestras pulsiones e instintos animales, nos pone en nuestro lugar,
nos quita esa corona de creernos la especie superior, la que nos da el derecho
de dominar a las otras especies para nuestro propio beneficio.
Más y más pensadores, y sobre todo pensadoras, concluyen que la centralidad
que la especie humana tiene en la civilización que hemos construido
(antropocentrismo) y la centralidad que la versión masculina de nuestra especie
tiene en esa civilización (androcentrismo) es lo que está llevando a la
civilización humana a su destrucción.
No una escalera sino un arbusto frondoso
Todos los fósiles del género “Homo” que han ido apareciendo en África, cuna
de la Humanidad, demuestran la Teoría de la Evolución. Y demuestran también
que nuestro árbol genealógico no puede ser representado como una escalera
que tiene en su último escalón a nuestra especie, “Homo sapiens”. Tampoco
debemos imaginarlo como un árbol recto que culmina en nuestra especie, “la
especie elegida”. La mejor imagen para comprender lo que somos y el lugar
que ocupamos en el árbol de la Vida es pensar en un arbusto frondoso con
ramas en todas las direcciones.
La evolución humana no fue un proceso rectilíneo, que en su fase final pasó del
“Homo habilis” al “Homo erectus” y de éste al “Homo sapiens”. Hoy sabemos
que “Homo habilis” y “Homo erectus” coexistieron, sin cruzarse genéticamente,
en nichos ecológicos separados, durante por lo menos más de un millón de
años, y que tuvieron un ancestro común dos o tres millones de años antes.
“Cuanto más conocemos, la historia de la evolución se hace más compleja”,
repiten todos los científicos. Los hallazgos demuestran que la evolución
humana fue caótica, muy alejada de esa marcha heroica que vemos en
algunos dibujos, con un temprano ancestro evolucionando en algo intermedio,
hasta llegar finalmente a nosotros, dice Fred Spoor, co-autor con la famosa
paleontóloga Maeve Leakey de un estudio realizado en Kenia en 2007.
Nuestros parientes más cercanos
Entre los vivientes que habitan hoy el planeta nuestros parientes más cercanos
son los monos, específicamente los tres grandes primates (chimpancés,
orangutanes y gorilas) y entre estos tres, los chimpancés, con quienes
compartimos el 99.5% del código genético. La ciencia ha identificado que
humanos y chimpancés tuvimos un antepasado común hace unos 6 millones
de años y que, a partir de esa etapa, ambas especies evolucionamos hasta ser
lo que hoy somos. Esta evolución se produjo en África. Algunos pueblos del
África occidental conservan en su lengua la memoria de este parentesco
ancestral: “chimpancé” es una palabra de un dialecto congoleño que significa
“hombre de broma”. En los pueblos de esa zona el chimpancé es muy
respetado. En el pueblo oubi es prohibido matarlos, en el pueblo mende
(Guinea) se les llama “personas distintas” y el pueblo baulé lo llama “el querido
hermano”.
Nuestros primos hermanos
La cultura occidental, influida por el pensamiento helenístico, que tanto ha
marcado hasta hoy la teología cristiana, estableció hasta muy recientemente
una rígida frontera entre los humanos y “las bestias”, a las que caracterizó
como privadas de raciocinio y de lo que se llamó el “don de los dioses”, el
lenguaje, la palabra.
Desde que Darwin divulgó la Teoría de la Evolución, que hace parientes a
todas las formas de la vida, los científicos evolucionistas nos han enseñado a
ser más humildes. Recientes investigaciones de científicos evolucionistas nos
han demostrado que nuestros “primos hermanos”, los chimpancés, se parecen
tanto a nosotros que se comportan, sienten y piensan de una manera muy
similar a nosotros, que están biológicamente dotados para el aprendizaje por
su insaciable curiosidad, su capacidad de imitación, su tendencia al juego y su
prolongada infancia.
Nos han demostrado que hasta pueden hablar, no sólo comprendiendo
palabras simples y concretas, sino expresando conceptos, entendiendo
símbolos y construyendo sintaxis complejas, empleando con una capacidad
sorprendente y muy similar a la de los niños, el lenguaje de señas que utilizan
los sordomudos. Si no pronuncian las palabras que comprenden y emplean con
señas es por carecer de un aparato fonador como el nuestro, pero su cerebro
genera palabras, frases, la maravilla del lenguaje.
Podemos leer sobre esto en el magistral libro del estadounidense Roger Fouts,
“Primos hermanos” (Ediciones B, Barcelona 1999). Y en las varias obras de la
primatóloga británica Jane Goodall, pionera del estudio científico de los
chimpancés a partir de 1960.
Washoe nos da una lección de humildad
De su apasionante y prolongada experiencia al lado de la chimpancé Washoe,
quien murió a los 42 años en noviembre de 2007 y a quien enseñó a hablar con
el lenguaje de los sordomudos estadounidenses, Roger Fouts saca esta
hermosa lección de humildad:
Entre los incontables recuerdos de Washoe que acuden a mi memoria, desde
los primeros signos que aprendió hasta sus muchas tribulaciones de madre,
uno en especial destaca por su intensidad: el momento en que Washoe se
despertó, una mañana de 1970, en la colonia de chimpancés del Instituto de
Oklahoma. Tenía cinco años y, por primera vez desde la más tierna infancia,
se encontraba cara a cara con sus congéneres. Me habló y me preguntó:
“¿Quiénes son estos escarabajos negros?”. Washoe podía haberse aferrado a
su “superioridad humana” y haber ignorado o maltratado a los demás
chimpancés, que eran para ella seres extraños y de terribles modales, que no
hablaban como ella. Sin embargo, fue capaz de abandonar su arrogancia
cultural y desarrolló un poderoso sentimiento de protección hacia sus
semejantes. Cuidaba con maternal cariño a los más pequeños y defendía a los
débiles. A menudo me he preguntado cómo será despertarse un día, como le
ocurrió a Washoe, y descubrir que no somos los seres superiores que
creíamos ser.
Las “cerraduras de los misterios”
Raquel le explica a Jesús el mecanismo de la Vida, la Teoría de la Evolución,
que nos enseñó Charles Darwin y Jesús, como buen judío, le responde
entendiendo el misterio “sin que el misterio deje de serlo”, tal como aparece
descrita una de las características de la sabiduría en un antiguo relato jasídico.
El jasidismo fue un movimiento religioso dentro del judaísmo que, a partir del
siglo XVII, y partiendo de la raíz cultural judía ―la que hizo sabio y humilde a
Jesús― proporcionó un nuevo enfoque a la relación del ser humano con lo
divino.
Así como cada cerradura tiene una llave única que la abre, así cada misterio
de este mundo tiene la correspondiente meditación que lo penetra y lo expone.
Pero así como hay ladrones para las cerraduras, hay ladrones para los
misterios, y Dios no ama menos a estos ladrones, que hacen saltar las
cerraduras de los misterios. Así lo explica el relato del Maguid de Mezritsh en
“Los mejores cuentos jasídicos” de Baal Shem Tov.
En la entrevista con Raquel, Jesús reconoce en Darwin al “ladrón” sabio que
hizo saltar la cerradura del misterio de la Vida.