A sólo tres años de su partida, hay un pueblo que se levanta pero lo extraña, que lucha pero lo recuerda, que trabaja, pero le agradece.
Tres años que su presencia física no está, pero se ve en el actuar de este pueblo revolucionario que mantiene firme la convicción de que la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida.
Esa obra es la patria, esta isla, la revolución; la que heredó este mar de cubanos que llevan en su sangre y su pecho tatuados a un Fidel Castro.
Allá, dónde los inmortales empinan su pecho y eternizan su legado, lo vemos en la primera línea de combate, orgulloso y resplandeciente, alumbrando el camino y liberando batallas junto a los suyos.
Que pereza de la vida arrancarlo tan pronto y que injusticia de la muerte llevarlo hacia un camino lejos e intransitable; ese pasaje sin regreso que desearemos palpar.
Un año más sin él hablándole a su gente, un año más sin el comandante en jefe desafiando corceles del imperio, un año más sin Fidel.
Seguirá doliendo nuestro pecho, pero continuaremos firmes y agradecidos al eterno líder que grabó en nuestra alma las fuerzas necesarias para conquistar siempre el futuro.