Debes saber que a los incas les gustaba mucho el oro por una sola razón: éste era el metal que más se parecía a los rayos de luz que brotaban del Sol.
Para los españoles en cambio, aquel metal significaba conquista, gloria, fortuna, tierras, nobleza, poder sin límites.
Por eso, luego de que los españoles mataron al Inca Atahualpa marcharon a toda prisa hacia Quito con ansias de repartirse el Templo de Oro que estaba en la cima del Yavirac.
Imagínate, por un momento, imagínate los rostros de decepción que tenían los españoles que sudorosos y cansados subieron a la cima del Yavirac y se encontraron con que no había ni una sola pepita de oro sobre la tierra seca: el Templo del Sol había desaparecido como por arte de magia.
Pero lo que no sabían —ni supieron nunca— era que dentro del Yavirac, en el corazón del cerro, entrando por caminos secretos llenos de arañas ponzoñosas y alacranes gigantescos y desfiladeros llenos de trampas mortales, se encuentra el Templo del Sol, cuidado por cientos de doncellas hermosas que no envejecen nunca y por una anciana sabia que —según he escuchado— es la mismísima madre de Atahualpa.
Texto: Leyendas del Ecuador de Edgar Allan García.
Voz: Alicia Carlucci
Música: Chano Domínguez