Pero hete aquí que el “espíritu malo”, obtuvo grande ascendiente entre los hombres. Los hombres, desagradecidos, habían olvidado a Macunaíma y no lo invocaban ya con las alabanzas adecuadas. Por esto, Macunaíma envió a las grandes aguas, y la tierra toda fue cubierta y sólo un hombre pudo escapar en una canoa.
Al cabo de mucho tiempo, opinando que Macunaíma estuviera cansado ya de tanto diluvio, el hombre de la canoa despachó una rata para ver si las aguas habían bajado. La rata volvió con una mazorca de maíz entre las patas.
Entonces el hombre de la canoa arrojó piedras detrás de sí, y nacieron los arekunas, que como es sabido, son los hombres preferidos por el Creador. Todo el mundo sabe, además, que en la Gran Sábana es donde tuvo lugar la creación. Los hombres que en ella viven son los depositarios de las grandes verdades.
Muchos años después, precisamente en 1842 los hermanos Schomburck, se internaron en la Guayana británica, aproximándose a la Gran Sábana por la vertiente brasileña, y allí se encontraron con los arekunas que cantaban himnos a la “Madre de las Aguas”.
Uno de ellos hizo un presente al cacique del pequeño poblado Camaiguagan, una Biblia inglesa, además de bautizar de manera informal al jefe con el nombre de Jeremías.
Cuando los invitados partieron, Jeremías reunió a sus arekunas y con el libro bien abierto delante de sus ojos, comenzó a explicarles el texto sagrado:
“Al principio fue el Verbo”. Pero no, Jeremías no sabía leer. Al principio no fue el verbo. Fue el hacha. El hacha de Macunaíma…
Texto: Alejo Carpentier del libro Paisajes de América
Voz: Tati Echagüe
Música: Dino Saluzzi