Tal es la importancia de las palabras, que Ñamandú, el ser supremo, confió a cuatro dioses menores y sus respectivas esposas la misión de enviar las palabras-alma a los hombres. Estas palabras-almas que los dioses envían entran en los recién nacidos por la coronilla, y corresponde al chamán averiguar en cada caso qué dios se la envió, como paso previo a la elección del nombre. Si ninguna palabra-alma se encarna en el recién nacido, este no tardará en morir. La muerte es la pérdida o la ausencia de la palabra.
El guaraní desdeña al blanco, porque sabe que estos han corrompido su lenguaje, que sus palabras carecen ya de fuerza mágica y nombradora. Es decir, son meros ruidos, voces chillonas y destempladas que degradan lo que tocan, aquello a lo que se refieren.
El guaraní dedica su vida a enriquecer su palabra-alma, a la vez que procura sustraerla de todo manoseo, y en especial por parte de los extraños.
Pero la palabra verdadera, profunda, no se da a todos, y menos sin esfuerza: viene ligada a la búsqueda de la perfección, de la sabiduría.
El camino hacia la perfección, hacia la Tierra Sin Mal, que es un paraíso aquí y ahora, está empedrado por este canto resplandeciente, Ayvu-porä.
Texto: Adolfo Colombres del libro La teoría transcultural del arte
Voz: Tati Echagüe
Música: Naná Vasconcelos – Egberto Gismonti – Cantos del pueblo Mbya Guaraní