En la gran ciudad nada sabemos de la muerte.
Morir en la gran ciudad es como suspender el placer de vivir, casi como un accidente o un error vergonzoso. No decimos acaso cuando alguien muere: “¿Y cómo pudo suceder?”.
En cierto modo administramos a la vida como quien administra el gas, y siempre tratamos de que no se suspenda el suministro. La vida para nosotros es cuestión de válvulas que funcionen bien. Por eso no necesitamos ningún dios, ni tampoco al sol, sino en todo caso un plomero.
En cambio cuando a la muerte se la tiene pegada a la cara, como los antiguos, que viven entre el granizo, los precipicios, los terremotos o las pestes, se hace necesario alguien, un dios o un sol, que sea superior a la vida y a la muerte. Y son muy pocos los que entre nosotros logran esa sabiduría.
Ficha técnica
Texto: Indios porteños y dioses de Rodolfo Kusch
Voz: Juan Pablo Berch
Música: Milton Nascimento