El proceso resultó ser tremendamente difícil, no tenía ningún pituto, ni un apellido que me permitiera ingresar en el mainstream de una industria artística con lógicas capitalistas. Por el contrario, soy descendiente indígena y con casi nada de recursos debí comenzar a estudiar, practicar voz y componer canciones que en un inicio no le gustaban a nadie, ni a mis amigos de la época. No tenía como grabar, ni la menor idea de cómo lograr publicar canciones sin tener que ceder ante la idea de un arte meramente decorativo para poder gustarle a determinados medios de comunicación. En el proceso varios me cerraron diferentes puertas en la cara. Sí, mi descendencia mapuche importó y mucho. Chile es un país discriminador y recibí y sigo recibiendo críticas ácidas. Por un lado, ataques fascistas directos e indirectos debido a que adhiero y defiendo la idea de una nación Mapuche, pues, somos un pueblo que reclama su derecho a la auto-determinación, con sus propias lógicas y valores, con su propia cultura que además está evolucionando y que hoy es diversa y pluralista. Por otro lado, fue complejo encontrar compañeros musicales que entendieran el arte no como un negocio al servicio del capital, sino como un estado de conciencia que nos permite conocernos a nosotros mismos y que nos ayuda como medio de auto-emancipación.