Yo quiero un pan, hermano, grande como las aguas de los mares,
ancho como las grandes llanuras de la tierra,
espeso y generoso como las montañas.
Cuando encuentre ese pan correré por los campos,
recogeré a los hombres más tristes y más flacos
y los llevare a todos a sentarse a mi mesa.
A grandes dentelladas comeremos el pan
y todo será amable debajo de los astros.
Despacio lo comeremos, porque ya no habrá prisa;
cada uno tendrá su parcela de pan, su calabazo de agua,
y ninguno la pena y ninguno la lagrima.
Después de la comida cantaremos canciones de alegría y entusiasmo.
Y en todos los altares de los templos
pondremos un pedazo de pan fresco
y lo reconoceremos para siempre como el más tierno dios de todas las edades.