LOCUTORA —Y ahora, una nota curiosa del apasionante mundo de la moda. Nos referimos a las perlas de las Bahamas, una verdadera revolución entre modistos y joyeros de la alta sociedad europea. Reinas y duquesas, damas y damitas de la nobleza, están entusiasmadas por no decir, enloquecidas, con las perlas que están llegando del continente americano. Perlas blancas, grisáceas, rosadas, perlas del tamaño de una almendra, nunca antes vistas en el viejo continente. Sobra decir que, a pesar de los altísimos precios de estas perlas, nobles y caballeros pagan cualquier suma para poder adornar con ellas el cuello de su amada o la mano de su prometida. Y complementando esta información, desde el archipiélago de las islas Bahamas, nuestro reportero nos trae el lado humano de la noticia.
REPORTERO —Pues sí, amables oyentes, aquí estamos en la costa de una de estas lejanas islitas que unos llaman Bahamas y otros Lucayas. La temperatura es agradable, la brisa marina balancea las embarcaciones donde los patronos españoles esperan la salida a la superficie de los indios buscadores de perlas. Los indios lucayos, excelentes nadadores, están considerados como los mejores para este difícil trabajo. Los españoles los capturan o los compran por 150 ducados. Para agilizar la tarea, los sumergen en el agua con pesadas piedras atadas a la espalda y así consiguen llegar a una mayor profundidad donde se encuentran las perlas más preciosas. Todo el día los mantienen buceando, sin apenas resuello, arrancando las ostras del fondo del mar. En estos momentos está saliendo a la superficie un indígena. Su piel completamente achicharrada por el sol y el salitre. Se le ve temblando, seguramente por la gran frialdad del agua. En su mano lleva una... redecilla llena de ostras, muchas de ellas esconderán dentro una riqueza incalculable. El patrón español recibe la red y empuja al indio con fuerza para que reinicie su búsqueda en las profundidades marinas. Cada día bastantes de estos pescadores mueren en el fondo del mar. Los tiburones, que tanto abundan por estas costas, los devoran a dentelladas, aunque lo más común es que se les revienten los pulmones, dejando entonces llamativas manchas de sangre en el agua. Cuando sea de noche, estos magníficos buceadores, dormirán con argollas de hierro al cuello para asegurar que no escapen... Cae la tarde, amigos radioescuchas, el sol se esconde sobre las azules aguas del Caribe. Algunos barcos vienen de regreso a la orilla. Y nosotros, regresamos a nuestros estudios.
INTERLOCUTOR —El negocio de las perlas del Caribe fue tan fabuloso en los primeros años de la conquista española que, en 1509, el «católico» rey Fernando ordenó la esclavitud de los indios lucayos para asegurar sus ganancias.
Durante 500 años han puesto collares de perlas en sus cuellos y argollas de hierro en los nuestros. Tal vez la historia esté al revés.