LOCUTOR —¡Ultima hora! ¡Noticia de última hora! ¡Todo preparado para la conquista de México! Un militar español al frente de 600 hombres armados se encuentra ya en el puerto de Veracruz dispuesto a iniciar tan difícil hazaña. «Nadie me detendrá», dijo al llegar a playas mexicanas. Y como una prueba de su decisión, quemó todas sus naves, los 11 barcos en los que había hecho el viaje. Nuestros micrófonos pudieron llegar hace unos días hasta el mismo puerto de Veracruz. ¡Y ya tenemos aquí una primera entrevista con el audaz conquistador español!
REPORTERA —Capitán Hernán Cortés, ¿no le parece un riesgo demasiado grande el haberse quedado sin barcos?
CORTES —Lo será para vosotros los de aquí, flojos, caguetas... Para un español no hay más camino que hacia delante.
REPORTERA —Hacia delante está el país de los aztecas... ¿qué espera encontrar allí?
CORTES —¡Pues lo de siempre, qué va a haber! Cuatro indios encueros dueños de muchísimo oro. Ni saben lo que tienen ni se lo merecen.
REPORTERA —Y los indígenas, ¿no le opondrán alguna resistencia?
CORTES —Bah, indio es indio. Yo los conozco bien. Unas cuantas flechas primero y salir corriendo después.
REPORTERA —Pero sabemos que el pueblo azteca...
CORTES —¡Nada! ¡Serán salvajes! Como todos... ¡Gente más bruta no he visto en mi vida! ¡A estos rincones no ha llegado la civilización!... Ea, mis hombres; ¡andando!
LOCUTORA —Cerrada ya esta edición, hemos sabido que el capitán Hernán Cortés y los españoles que van con él, entraron hoy con sus caballos de guerra y sus perros carniceros, en Tenochtitlán, la capital del imperio de los aztecas, en el corazón de México... No pudieron creer lo que vieron con sus ojos: amplias avenidas mejor trazadas que las de Roma, pirámides tan perfectas como las de Egipto, canales más hermosos que los de Venecia, de un azul purísimo, bordeando la ciudad. Y el Templo Mayor, inmenso, deslumbrante, guardián de antiguas riquezas y obras de arte... Y el bullicio de las calles, que se escuchaba a más de una legua. Y la plaza del mercado, con sus portales, mayor que Salamanca entera. Y el pueblo azteca, con sus túnicas de colores, con sus trajes bordados, hijos de una larga tradición de ciencia y de cultura. Jamás habían visto una ciudad así en España. Les parecía soñar.
INTERLOCUTOR —El 7 de noviembre de 1519, Hernán Cortés y su tropa contemplaron por vez primera la hermosa capital de México. Dos años después, la destruyeron totalmente.
Durante 500 años nos han dicho que ellos eran los civilizados y nosotros los salvajes. Tal vez la historia esté al revés.