LOCUTORA —Hacemos un alto en la programación para una noticia de último minuto y de extrema gravedad: Tenochtitlán, la capital de México, ha quedado completamente arrasada. Repetimos: la capital de los aztecas completamente destruida. El suceso tuvo lugar a últimas horas de la tarde y las dramáticas consecuencias del mismo se hacen más patentes hoy, un día después. Hacemos conexión inmediata con la ciudad siniestrada.
REPORTERO —Aquí, México. O mejor: aquí era México. El panorama no puede ser más desolador. Estamos situados en la hasta ayer hermosa avenida de Tlacopán, que ahora no es más que un montón de escombros. Los altos edificios se han venido abajo. Muy cerca de nosotros, el Templo Mayor, todavía ardiendo. Arden también, a lo lejos, los bosques de Chapultepec. El bullicioso mercado de Tlatelolco se ha vuelto irreconocible por los destrozos. Y por el silencio. Las calles, angustiosamente vacías. Desde aquí podemos ver a algunos pocos sobrevivientes que caminan sin ir a ninguna parte, los ojos desorbitados por el horror de las últimas jornadas, tal vez buscando entre los cadáveres a un familiar, a un hijo, algún resto que les permita identificar a sus seres queridos. No podemos dar aún una cifra ni siquiera aproximada de los muertos. Pero lamentablemente, son muchos más de los que pensábamos en un primer momento. Se trata de miles de mexicanos que han perdido la vida en esta tragedia. Nosotros mismos, al llegar en horas de la mañana, hemos visto los famosos canales de agua que rodean la ciudad enrojecidos por la sangre de tantos combatientes caídos en la última defensa de la capital. La lucha ha sido larga y despiadada. Desde hace ya tres meses, cuando comenzó el sitio, los moradores quedaron sin suministros. Los pozos fueron cortados, manaba de ellos agua salada. Pero a pesar del hambre, a pesar de la sed, no se rindieron. Al fin, el día de ayer, el ejército español irrumpió en la ciudad. Se peleó casa por casa, se defendió cada esquina de esta ciudad de Tenochtitlán. Pero frente a los cañones y los arcabuces españoles, no valió el hacha ni el escudo de los aztecas. No valió siquiera la espada de fuego que alzó el líder Cuauhtémoc para contener el avance de los invasores... Ya todo terminó. Los que no cayeron en la heroica resistencia, están siendo deportados como esclavos a las haciendas de los españoles. En el aire flota aún el olor a pólvora. En estas calles que ayer fueron escenario de combates encarnizados, reina ahora un pesado silencio. Y llueve. Llueve sobre la hermosa ciudad de Tenochtitlán, la de los sauces blancos, que ya no existe.
INTERLOCUTOR —El 13 de agosto de 1521, después de 93 días de asedio, las tropas españolas encabezadas por el capitán Hernán Cortés, destruyeron Tenochtitlán, la deslumbrante capital de la nación azteca, la mayor ciudad de la América indígena. Defendiéndola, murieron 240 mil aztecas. Hace 500 años fundaron sus ciudades sobre nuestras ruinas. Tal vez la historia esté al revés.