LOCUTOR —¡Extra sucesos! ¡Con la primicia de la noticia! ¡Muere atravesado por una flecha en la garganta! El millonario alemán Ambrosio Alfinger murió ayer en las selvas del Catatumbo a causa de una flecha lanzada por un indio muisca.
LOCUTORA —La noticia ha causado consternación en los círculos financieros alemanes. Y mientras en su tierra natal la familia Alfinger llora al distinguido difunto, el gobierno español y el alemán se han sumado al duelo.
LOCUTOR —Pero, ¿quién era Ambrosio Alfinger? ¿Cómo se explica que un ilustre de la banca europea venga a acabar sus días perdido en la jungla americana? ¿Hubo alguna razón? ¿O estamos ante la irracional ruleta del destino? Nuestra redacción en Venezuela, donde Alfinger era ampliamente conocido, nos ha preparado una semblanza de este ilustre hombre de negocios.
REPORTERA —Antes de hablar del hombre, hablemos del negocio. Porque, en realidad, la historia de Ambrosio Alfinger comenzó muy lejos de aquí y comenzó con un negocio. O mejor, con unas deudas. Las deudas de un rey que no podía pagar y las de un banquero que sí quería cobrar. Tenemos copias ultrasecretas de un diálogo revelador. Escuchen:
REY —¿Y no podría esperar a que...? Está bien, está bien. Pagaré. No tengo dinero, pero le pagaré con..., con un país. Al fin y al cabo, soy el dueño de toda América, ¿no? Pues le pagaré con... con Venezuela. Sí, eso, quédese con Venezuela. Es una tierra grande, rica. Colón decía que allí había sido el paraíso de Adán y Eva. ¿Le gusta ese paraíso?
BANQUERO —Ja bolhen! ¡Trato hecho!
REPORTERA —Las voces que acaban de escuchar son las del rey de España, Carlos V, y la del banquero alemán Welser, que había prestado chorros de dinero para las guerras y los banquetes del rey. Pero sigamos con la historia. O mejor, con el negocio. Escuchen esta otra grabación clandestina obtenida en el mismo despacho de Welser, el banquero alemán:
BANQUERO —Ve allá a ese paraíso. Tienes permiso para explorar, explorar y gobernar Venezuela. Busca oro a cualquier precio. Y vuelve con oro, ¿entiendes? Oro. ¿Para qué queremos un país tan lejano si no produce oro para nuestros bancos? Por cierto... ¿dónde queda Venezuela? Tráiganme un mapa... a ver dónde queda «mi» país...
REPORTERA —Venezuela comenzó a llamarse, desde entonces, «el país de los Welser». Y Ambrosio Alfinger, el que recibió el encargo de buscar oro, contrató varios navíos, armas, 300 mercenarios alemanes, y desembarcó en las costas venezolanas para comenzar cuanto antes su carrera de hombre de negocios. Buscando oro, arrasó los pueblos del lago de Maracaibo. Buscando oro, torturó y exterminó comunidades enteras de la sierra del Norte para quedarse con sus riquezas. Buscando más riquezas, organizó un productivo comercio de esclavos con los indígenas de la zona. A los ancianos, niños o enfermos que no podía vender en el mercado de Coro, mandaba darles muerte. Tanto terror sembró por estos lados, que lo llamaron el más cruel entre los crueles. El paraíso se convirtió en un infierno y Ambrosio Alfinger, enloquecido por la ambición de oro, se internó en las selvas del Catatumbo donde un indígena muisca le ajustó anoche las cuentas. Una flecha bien dirigida le hizo pagar todas sus deudas. Pero hay otras flechas pendientes para los que en Alemania y España financiaron las operaciones de este «ilustre de la banca europea».
INTERLOCUTOR —Esta es una noticia vieja, de hace siglos. Sucedió en 1532, cuando el rey de España Carlos V regaló Venezuela a los banqueros alemanes. El primer gobernador que padecieron los venezolanos fue este tal Alfinger. Después vinieron otros, iguales o peores: Jorge Hohermuth, Felipe von Hutten, Nicolás Federmann...
Hace 500 años nuestros países sirvieron para pagar deudas ajenas. Tal vez la historia esté al revés.