LOCUTOR —¡Ultima hora! ¡Por fin se puede fabricar oro! Al menos, así lo afirma un fraile español, el padre Blas del Castillo, desde su convento en Nicaragua. «Los indios masayas tienen la fórmula», declaró el padre Castillo. «Yo he visto las calderas donde lo hacen, en el fondo de una montaña». En pocas horas, la noticia le ha dado la vuelta al mundo. Y en pocas horas también, el mencionado padre alistó la expedición que le llevará a este lugar remoto, escondido, donde los mencionados indios durante siglos y en el más completo secreto han aprendido a fabricar el preciado metal. ¡Y hacia allá van nuestros micrófonos!
REPORTERA —¡Y hacia acá viene el valiente sacerdote español! Sube rodeado de numerosos indígenas de la región. «¿A dónde vas? ¡Con el padre Blas!», así nos respondían los chavalitos que hemos entrevistado y que se le han ido sumando por el camino hasta llegar aquí, a la misma cumbre de la famosa montaña... Tal vez podamos abrirnos paso... Con permiso, por favor... Padre... Buenos días, padre...
FRAY BLAS —Buenos días, hija. Y que Dios te bendiga.
REPORTERA —Padre, usted afirma que ahí, en el fondo de esta montaña hay una fabulosa mina de oro...
FRAY BLAS —Rectifique: una fábrica.
REPORTERA —Pero, padre, ¿no le parece...?
FRAY BLAS —¡SSSst..! No grite. ¿No ve estos indios? Ellos saben. Por eso han venido. Ellos quieren impedírmelo. Pero no podrán. Para Dios nada hay imposible.
REPORTERA —¿Y usted qué pretende hacer, padre?
FRAY BLAS —¿Que qué pretendo? Bajar.
REPORTERA —¿Cómo bajar?
FRAY BLAS —Ahora mismo. ¡Acercadme el canasto!
REPORTERA —En estos momentos, el padre Blas del Castillo se introduce en un canastón en el que descenderá a las profundidades de la tierra, a las entrañas de este gran horno humeante... Con gran solemnidad el padre se coloca un casco protector en la cabeza, la estola de decir misa sobre los hombros... y alza una cruz en la mano...
FRAY BLAS —Y ahora... ¡bajadme! Y si tironeo la cuerda, me subís, ¿vale?
REPORTERA —La orden del sacerdote es cumplida... Chirrían las poleas... Los indígenas, curiosos, se asoman al borde del abismo negro que se va tragando al audaz fraile. Baja el padre, sube el olor a azufre, baja más, baja más... No cabe duda de que este fraile tiene bien puestos... los hábitos.
FRAY BLAS —¡Ayyyy...!
REPORTERA —Algo pasa... Tironean de la cuerda, están subiendo a toda prisa el canastón...
FRAY BLAS —¡Sangre de Cristo, si esto es peor que el infierno! ¿Quién me habrá metido a mí...?
VIEJA —Se lo habíamos dicho, que no es oro todo lo que reluce, que esto es un volcán... ¡pero este padrecito es tan necio!
NIÑO —¡Miren, miren, se hizo chicharrón!
VARIOS NIÑOS —¡Al padre Castillo se le quemó el fundillo!
INTERLOCUTOR —Esta historia del fraile Blas del Castillo es auténtica. Pasó en 1537. Los españoles que llegaron a América no habían visto nunca un volcán. Cuando se asomaron por vez primera al de Masaya, en Nicaragua, la codicia los volvió locos: pensaron que la lava ardiente que veían en el fondo era una fábrica de oro que ocultaban los indios.
Hace 500 años, por la ambición de oro hicieron de todo... hasta el ridículo. Tal vez la historia esté al revés.