LOCUTOR —¡Ultima hora! ¡Noticia de última hora! ¡Masacre de indígenas toma proporciones alarmantes en América Latina! ¡Ultima hora! Hemos recibido información de masivos asesinatos en las selvas de Brasil, en el altiplano de Bolivia, en los valles colombianos, hasta en las grandes ciudades mexicanas! Cables urgentes llegados a nuestra redacción señalan que de no detenerse a tiempo los actos de barbarie, muchos pueblos y nacionalidades indígenas quedarían prácticamente aniquilados, borrados de la faz de la tierra.
Y como siempre, tenemos en línea a nuestra corresponsal que ha estado recorriendo aquellos países latinoamericanos en donde se ha registrado un mayor salvajismo contra las comunidades y grupos étnicos. Buenos días, colega. ¿Desde dónde nos estás llamando ahora?
REPORTERA —Buenos días, central. Y el saludo acostumbrado para todos los radioescuchas. Aunque apenas la semana pasada llegamos aquí, al Perú, podemos decir con certeza que la situación es, sencillamente, aterradora. Las denuncias que habíamos recibido de diferentes organismos humanitarios se quedan cortas ante lo que estamos comprobando con nuestros propios ojos.
LOCUTOR —Los cables hablan de masacres indiscriminadas contra los indígenas. ¿Hay algunas cifras ya, al menos aproximadas, que confirmen esto?
REPORTERA —Desgraciadamente, sí. Fíjate, el promedio que manejamos —y te hablo de los cálculos más conservadores— es de mil muertos por día.
LOCUTOR —¿Por día? ¿Te oigo bien?
REPORTERA —Sí, diarios. Mil muertos diarios que equivalen sólo en este año a unos 400 mil muertos. Y estas cifras pavorosas se vienen repitiendo, como todos saben, durante años y décadas. Algunas etnias han desaparecido totalmente. Los indios del Caribe, por ejemplo. Una generación apenas, y ya no queda un solo taíno ni un lucayo en aquellas islas que estaban tan pobladas. ¿Y los aztecas de México y los mayas de Centroamérica? De mil quedan cien, de cien quedan diez. Los quechuas y los aymaras de estas regiones andinas son muy numerosos, pero también están siendo exterminados.
LOCUTOR —Cuando dices «exterminados» quieres decir...
REPORTERA —Quiero decir exterminados. Matados por un tiro de arcabuz o por dos años de trabajo en la mina, da igual. La verdad es que para someter a todos estos pueblos, para saquear el oro y las riquezas, los conquistadores españoles han cometido verdaderas atrocidades, crímenes que golpean hasta al más insensible.
LOCUTOR —Seguramente algunos oyentes estarán pensando que exageras... o que cargas mucho la tinta contra España...
REPORTERA —Bueno, ya sabes que a los periodistas nos acusan siempre de sensacionalismo. Pero mira, ahí están las primeras denuncias que se recibieron y que fueron de un sacerdote, el Padre Bartolomé de las Casas. Sus libros, sus cartas, las tildaron de panfletos demagógicos, de orquestar una leyenda negra contra su misma patria, contra España, porque este cura era español. Pero aquí están los hechos, las aldeas arrasadas, los corrales de esclavos, los cepos de tortura, las ciudades fantasmas, abandonadas. Cualquiera puede verlas. Aquí están los números. Las cifras no mienten. Escucha este dato: cuando los conquistadores españoles llegaron a nuestras tierras, vivían en América 70 millones de indígenas. Hoy, después de siglo y medio de colonia, la población se ha reducido a poco más de tres millones. ¡Tres millones sobre 70!
LOCUTOR —Algunos dirán que te fijas sólo en las sombras. Que también hay luces en la conquista española.
REPORTERA —¿Luces? Bueno, desde aquí, después de todos los horrores que uno ha visto y oído, sólo serían las luces fatuas de los cementerios. Porque este «nuevo mundo» se ha edificado sobre montañas de muertos. Te repito, más de 65 millones de indígenas han sido sacrificados en estos primeros años para enriquecer a España y a los países europeos. Un verdadero genocidio, no tiene otro nombre. Un genocidio que comenzó en aquella infausta fecha, aquel 12 de octubre de 1492.
INTERLOCUTOR —Este primer balance de víctimas causadas por la conquista y la colonia españolas, corresponde a mediados del siglo 17. Luego, siguieron más atropellos y más crímenes. Cortaron, quemaron el árbol del pueblo, pero no lograron secar su raíz. Los sobrevivientes del genocidio, los hijos de los que resistieron, de los que lograron escapar, están ahora en pie y acusan. Porque en este Quinto Centenario hay muchas cuentas que saldar. Hay que pedir perdón. Hay que restituir lo robado. Y hay que seguir luchando porque, después de 500 años, la historia sigue al revés.