FECHA: 11-04-18
TEMA: Cómo será el hombre del futuro.
REDACTOR: Yasney Crespo
SONIDO: TEMA DE PRESENTACIÓN.
LOC: No somos ajenos a la evolución. Aún podemos experimentar cambios que nos permitan seguir adaptándonos al entorno. Eso sí, nuestra especie es la única que potencia el proceso con implantes y ajustes genéticos.
Por ejemplo, en su trabajo ya clásico El hombre mutante, el divulgador científico Robert Clarke asegura que en el futuro todos seremos macrocéfalos.
El tamaño de nuestra cabeza será mayor porque, según advierte, “tendremos un cerebro más grande, con frente y capas corticales más amplias”. Y no será el único cambio anatómico que se observará en al menos una parte de nuestros descendientes.
Muchos investigadores coinciden en que los humanos del futuro probablemente carezcan de ciertas estructuras corporales que han perdido su función o que, hoy por hoy, causan más problemas de los que los resuelven.
Podría ser el caso de las amígdalas que, según conjetura Clarke, compartirán destino con las denominadas estructuras vestigiales de nuestro organismo: las muelas del juicio, el coxis –último legado de una primigenia cola– y el apéndice, una peculiaridad más propia de los herbívoros, pasarán a mejor vida.
El reloj biológico del Homo sapiens tampoco es inmune a las adaptaciones, y en unas décadas probablemente experimente transformaciones radicales.
El antropólogo evolutivo Cadell Last, del Global Brain Institute, lo tiene claro. En un estudio publicado en la revista Current Aging Science, el investigador sostiene que hacia 2050 los humanos viviremos unos cuarenta años más que en la actualidad y tendremos menos hijos y en edades mucho más avanzadas, un proceso que simultaneará con un aumento de la capacidad cerebral.
No obstante, algunos expertos desdeñan ese proceso evolutivo natural, ya que, según indican, en él interferirá la tecnología, que permitirá alumbrar superhombres de diseño construidos en laboratorio.
Seremos dueños de nuestra propia evolución. Es más, la manipulamos desde hace mucho tiempo.
Con esto en mente, la idea de que en un futuro no tan lejano la Tierra se pueble de hombres biónicos no parece tan quimérica. De hecho, marcapasos, prótesis de distintos tipos e incluso implantes oculares y cerebrales ya forman parte de la vida de muchas personas.
El filósofo Nick Bostrom, director del Instituto para el Futuro de la Humanidad de la Universidad de Oxford, no tiene dudas: el transhumanismo, un fenómeno que contempla el aumento de nuestras capacidades físicas e intelectuales, ya está en marcha. La selección artificial ha dejado atrás a la natural.
El proceso, en teoría, culminará con los posthumanos, manifiestamente superiores en todos los sentidos a cualquier genio actual. Desde este punto de vista, el futuro del hombre se verá caracterizado por técnicas como la clonación, la manipulación genética y la implantación de ingenios electrónicos en el organismo.
Kevin Warwick, profesor de Cibernética en la Universidad de Reading, pasó de las palabras a los hechos y se hizo insertar un dispositivo subcutáneo con el que podía relacionarse con los ordenadores.
Diosmy Argilagos y Yasney Crespo les acercamos a hechos increíbles de este…
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¿Es normal hablar solos?
La neurociencia lo considera una herramienta para afrontar la vida, pero hay que elegir bien el tono y las palabras para que resulte eficaz.
Hablar solos
Luis Muiño
3 minutos de lectura
Existe una técnica cotidiana que la mayoría de los individuos practicamos. Cuando la situación es estresante, se tiende a hablar con uno mismo para impartirse instrucciones y reducir el estrés. Y no son los únicos momentos en que los monólogos guían el camino. El empresario Steve Jobs (1955-2011) recordaba la importancia de esta charla solitaria: “No permitas que el ruido de las opiniones de los demás ahogue tu propia voz interior”.
Continuamente, nos decimos lo que tenemos que hacer en una determinada circunstancia, nos damos ánimos o nos reprendemos por haber actuado mal. Pero se trata de una conversación oculta. Si sale a la luz accidentalmente –cuando hablamos solos y alguien nos escucha–, nos avergüenza. Aun así, tiene un gran efecto en nuestras vidas. A partir de la primera infancia, desempeña un papel vital en la regulación de la forma de pensar y de comportarse. Con ella, ensayamos conversaciones y escenas posibles, nos autocontrolamos para evitar acciones precipitadas o reflexionamos y debatimos con nosotros mismos. La importancia de esta voz interior se hace más nítida cuando se analiza a personas que han perdido su fluidez habitual. Es lo que le ocurrió a la neurocientífica Jill Bolte Taylor. Un derrame cerebral grave en 1996 le ocasionó una pérdida completa del habla interna. Como más tarde describió en su libro Un ataque de lucidez, esto le generó problemas de autoconciencia, pérdida de muchos recuerdos de su biografía más íntima y un progresivo deterioro de las emociones. Según esta neuróloga, el habla interna modela nuestra visión del mundo. Las personas que pierden esta capacidad debido a deficiencias cerebrales no solo experimentan problemas de memoria o atención, sino que presentan un menor sentido de identidad.
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Ben Alderson-Day y Charles Fernyhough, psicólogos de la Universidad de Durham (Reino Unido), han publicado hace poco un artículo en Psychological Bulletin donde tratan de aclarar a qué podríamos llamar habla interna, teniendo en cuenta que es algo que cambia y se desarrolla a lo largo de la vida. ¿Es la autoexpresión externalizada –lo que hacemos cuando hablamos con nosotros mismos delante de otras personas– otra de sus manifestaciones? Cuando en una conversación le decimos a nuestro interlocutor “me viene muy bien exigirme cuando afronto un reto”, quizá estemos en realidad mandándonos un mensaje a nosotros mismos. A pesar de la importancia que tiene y las facetas vitales que abarca, se trata de un fenómeno que aún no se ha estudiado en profundidad. Encima, en la vida cotidiana, parece como si fuera un asunto tabú y el imaginario colectivo asume que hablar con uno mismo significa estar mal de la chaveta. Pero esas connotaciones no se ven apoyadas por los expertos en salud mental: ni siquiera es un síntoma inquietante a la hora de diagnosticar trastornos. Solo preocupa a los terapeutas cuando se trata de una persona aislada que comenta sus delirios consigo misma. Por otra parte, un experimento dirigido por los psicólogos Daniel Swingley, de la Universidad de Pensilvania, y Gary Lupyan, de la Universidad de Wisconsin, mostraba que hablar con uno mismo mejoraba la capacidad de búsqueda de los voluntarios cuando trataban de hallar objetos escondidos. Es decir, uno de sus principales beneficios es que aumenta la concentración.
Más información en el artículo Escucha a tu voz interior, escrito por Luis Muiño. Puedes leerlo en el número 17 de Muy Interesante ESTAR BIEN.
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