Los indios lo estaban festejando ya varios días. En ellos el carnaval tenía muchos rostros. De su sola y enorme cara sacaron diminutas máscaras.
Llevaban seis días festejándolo.
Los músicos, de pie, golpeaban y golpeaban. Sus rostros morenos, endurecidos y brillosos, enfrentaban el viento y eran como piedra dentro de agua. Pero en los ojos la alegría era algo limpio y hermoso.
El carnaval en ellos era una bestia desbocada y petrificada en la mitad del ímpetu. Era, sobre el vino sucio y lleno de harina y barro, un carnaval de ceniza y de sangre.
Seis días iban ya. Faltaba cumplir el rito viejísimo. Y lo esperaban. Iba a llegar, seguro.
Sabían que en cualquier momento vendría el tigre. Y los perros ya estaban enmascarados, esperándolo. Se agazapaban tras de los urundeles y los bambúes, temblándoles al aire las plumas de las máscaras. La atención se afilaba en el sigilo. Los perros aparecían y desaparecían, alertas entre los yuyarales altos.
Fue en ese momento que apareció el tigre. Todos los indios sabían que llegaría a comerse al chancho y que los perros se lo impedirían a dentelladas. Salió bramando desde una mata de yuyos, enredaderas y granadillas, desnudo y embarrado. Se arrojó furioso sobre el cerdo y en el suelo se trabaron en lucha. Todo fue luego una sola masa sucia revolcándose y gruñendo y más después, cuando los perros salieron al acoso, también desnudos y llenos de barro, la lucha fue como una gigantesca araña de cuerpo y patas desparramados en el aire, en la greda, en el polvo, bajo el cielo azul y la luz de oro de la siesta.
Cuando el tigre no pudo más, saltó desmelenado y se perdió en la fronda. Perros y chancho –los indios más jóvenes y más hermosos- se pusieron de pie riéndose a carcajadas. Lentamente les caían hojas secas del cabello. Después máscara en mano, se encaminaron a la acequia cercana y arrojaron al agua las máscaras ya usadas.
El carnaval se iba ahora aguas abajo, partido el rostro en muchos rostros más, desblanqueándose risueño y con el agua ahogándole el tajo de la boca.
Se lo enterraba como a una semilla para que creciera despacio. Ya volvería para el año nuevamente. Se cavaría el tronco de los yuchanes a donde se trepa el agua del verano y se lo sacaría de nuevo en máscaras y en tigres y en perros embarrados.
El carnaval se iba. Ya no era el tiempo.
Ficha técnica:
Texto: Manuel Castilla
Voz: Ricardo Veiga
Música: Egberto Gismonti