Amanece con su nasobuco para dar el ejemplo y poder llamar la atención a aquellos que incumplen con lo establecido, y entre el teléfono y la distancia de un buró conversa, persuade y regala un beso en el aire.
Ella, agradecida por los compañeros de trabajo que la rodean, se preocupa también por su familia, a la que visita poco desde que se descartaron en Cuba los primeros casos de la Covid-19, pero se siente segura que la tormenta pasará y volverá a abrazarlos después de tanta añoranza.
Poco tiempo pasó desde que iniciamos la conversación y el timbre de un teléfono interrumpe la entrevista en la que con pocas palabras me había contado parte de su vida, me mira angustiada, responde la llamada y con pena me dice, “sin dudas este es el trabajo que más he amado en mi vida, prepárese periodista, está llegando la visita que esperábamos, cuídese de la pandemia”.
Y así, sin tiempo a nada más, apago mi grabadora, anoto lo imprescindible y le regalo una sonrisa entre la tela de un protector que me obliga a sonar un beso y guiñarle un ojo en respuesta al abrazo que se merece.