Hermanos, no piensen ustedes como niños. Sean como niños para lo malo; pero sean adultos en su modo de pensar.
1 Corintios 14,20
A mí me gusta cómo piensan los niños. Me encanta su manera de percibir lo que hay en las personas, si su sonrisa es honesta o pura pinta, si su amabilidad es fingida o expresión de amor. Me gusta su manera de maravillarse con las cosas que van descubriendo. Me desarman sus comentarios y me asombra su capacidad de sonreír, aunque todavía tengan lágrimas en los ojos. He aprendido grandes lecciones de ellos.
Sin embargo, si una persona después de veinte años hace los mismos comentarios que de niño o niña, decimos “no seas infantil”. Hay algo que no pudo crecer, madurar.
¿Qué es eso de ser como niños para lo malo?
Pablo se remite en la comparación de niños y adultos a la capacidad del uso de la razón y del sentido común en la vida comunitaria. La malicia de los niños generalmente es instintiva y defensiva, no premeditada. Los grandes también podemos reaccionar instintivamente y en forma defensiva. Pero tenemos la capacidad de razonar y ver las cosas en perspectiva. Aunque el apóstol en este texto no habla de los frutos del Espíritu Santo, no deja duda de que la capacidad de razonar y de poner las cosas en perspectiva es una acción del Espíritu Santo. En la comunidad de Corinto había conflictos. Había personas que se sentían más creyentes, más espirituales que otras. Las divisiones surgidas por preferencias a determinados predicadores (en Corinto había 4 grupos que enarbolaban la bandera de sus predicadores favoritos) y las rivalidades por motivos espirituales, son deschavadas por Pablo como actitudes infantiles. La madurez cristiana requiere un reordenamiento radical de nuestras prioridades, cambiando de complacernos a nosotros mismos para agradar a Dios y aprender a obedecerle.
Karin Krug
Salmo 130,1-8; Génesis 3,9-15; 2 Corintios 4,13-5,5; Marcos 3,20-35; Agenda Evangélica: 1 Corintios 14,1-3.20-25