Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño. Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día.
Salmo 32,1-3
Es un salmo hermoso, porque nos da la oportunidad de encontrar la paz y el perdón.
Todos somos pecadores y sólo por gracia de Dios obtenemos la salvación.
Cuando tienes la angustia del pecado, el corazón pesa; se hace insoportable la carga que llevas. Nudo en la garganta, dolor en el pecho, insomnio, vueltas y más vueltas como una calesita, sin poder resolver la situación. Hasta que no podemos más, y reconocemos nuestro error, y el proceso de arrepentimiento provoca el cambio. Allí y sólo allí es cuando nuestro pedido de perdón es verdadero, y Dios en su inmenso amor nos recibe nuevamente en su rebaño.
Habla, ora, pide a Dios, y él quitará de tu espalda, mente y corazón, el peso del pecado.
Narciso Weiss
Salmo 32,1-11; Levítico 13,1-2.44-46; 1 Corintios 10,31-11,1; Marcos 1,40-45; Agenda Evangélica: Amós 5,21-24