Recíbanse los unos a los otros, como también Cristo los recibió a ustedes, para gloria de Dios.
Romanos 15,7
Dicen los paisanos que cuando se tienen visitas que se alargan mucho y se vuelven molestas, la mejor solución es esconder una escoba detrás de la puerta. Con esa mágica solución, la visita se incomoda y no tarda en irse. Más allá de lo curioso de la creencia, muestra un aspecto muy humano de nuestro comportamiento en interacción con los demás: el doblez. Poner cara linda y recibir a la visita, pero por detrás esconder la escoba y pensar: ¡cuándo se irá este pesado! Por eso era sabia la sentencia de mi abuela: “las visitas son como los dulces: un poquito está bien, pero mucho empalaga”.
De todas maneras, lo importante es que podamos practicar la hospitalidad, tal como nos enseñó Cristo al recibirnos él mismo en su plan de amor. Pero sabiendo que la hospitalidad no es sólo abrir la casa, sino abrir también el corazón. Es decir, brindar el cariño, el cuidado, la atención que haga sentir bien al hospedado. “Sean amables con los que lleguen a su casa, pues de esa manera, sin saberlo, algunos hospedaron ángeles” va a decir Hebreos 13,2. Tal vez podamos resumir que, si queremos ser buenos y sinceros anfitriones, a quien tenemos que recibir en plenitud es a Cristo mismo que viene a nosotros y quiere ser también nuestro invitado. En este tiempo de Adviento que vivimos, la pregunta que tenemos que hacernos es: ¿cómo recibimos a Cristo en nuestras vidas? Porque él no viene por un ratito. Él quiere quedarse para siempre con nosotros. ¿Estamos dispuestos a que sea nuestro compañero de caminata o escondemos la escoba detrás de la puerta?
Marcelo Nicolau
Salmo 146,5-10; Isaías 35,1-10; Santiago 5,7-10; Mateo 11,2-11; Agenda Evangélica: Romanos 15,(4) 5–13