Dios dijo: No volveré a destruir a los hombres y animales con un diluvio. Ya no volverá a haber otro diluvio que destruya la tierra. Ésta es la señal de la alianza que para siempre hago con ustedes y con todos los animales: he puesto mi arco iris en las nubes, y servirá como señal de la alianza que hago con la tierra.
Génesis 9,11-13
Cuenta una antigua, pero muy antigua historia que, en la época en que las guerras se libraban aún con arco y flecha, cuando alguien buscaba la paz, colgaba su arco.
Todo el mundo sabía que cuando el arco se colgaba en la pared, significaba, “queremos paz”.
Hay una historia en el Génesis que nos cuenta cómo Dios, a través de un diluvio, destruye toda su creación para eliminar el mal que había entrado en ella.
Sin embargo, no destruyó todo, porque salvó a Noé, a su familia, y las distintas especies de animales.
Cuando la destrucción terminó, Dios quiso la paz en su tierra, en su creación. Para ello colgó su arco en las nubes, el arco iris, para que tanto él, como todos nosotros, descendientes de Noé, recordáramos que no destruiría más la tierra.
Dios hace un pacto con la humanidad, con su creación. El arco iris es la señal visible de esa alianza.
Este tiempo de Cuaresma quizá sea un buen tiempo para pensar en nuestra relación con Dios. ¿Estamos lejos o cerca? Quizá es tiempo de reafirmar nuestro pacto de fe con él.
Que Dios, aún en medio de las grandes tormentas de nuestra vida, nos siga regalando sus “arco iris” para recordarnos que él está con nosotros, que nos cuida, que nos protege, y que quiere que tengamos vida plena y en abundancia.
Juan Dalinger
Salmo 25,4-9; Génesis 9,8-15; 1 Pedro 3,18-22; Marcos 1,12-15; Agenda Evangélica: 2 Corintios 6,1–10