Oh Dios, ¡pon en mí un corazón limpio!, ¡dame un espíritu nuevo y fiel!
Salmo 51,10
A veces uno se cansa de tanto caminar en apariencia inútil.
De tanto ir y venir sin sentido alguno.
A veces el corazón se nos endurece de tanto vacío fútil.
Se nos escara el cuerpo de tanta quietud improductiva.
La mano se nos vuelve flácida al apretón,
la mirada se nos enturbia ante tanta distancia.
Se nos nubla el cuerpo y el alma.
A veces entre tanto vértigo la vida nos pasa por al lado,
o, por encima. Según el caso.
Perdemos de vista el horizonte,
que se nos aleja a cada paso;
así como perdemos de vista el punto de partida.
Pero es entonces, en ese preciso instante,
cuando la desesperanza se abre camino.
Es entonces que la esperanza se renueva,
puesta nuestra mirada en Aquel que ha sido al inicio y será al final.
Aquel que ha dado la vida y la sustenta.
Quien crea y procrea. Una y otra vez.
Que de la nada hace todo y del polvo engendra.
Quien hace nuevas todas las cosas.
Quien renueva los espíritus cansados y les insufle fuerzas
y les anima y reanima. Quien de lo viejo renueva,
cada día, todos los días.
Quien da descanso al cansado,
quien fortalece el ánimo para seguir andando;
abriendo surcos para el brote nuevo.
Quien sostiene al peregrino rumbo a la tierra prometida.
Hazte presente una vez más en mi vida, ¡oh Dios!
Renueva mi corazón ya cansado, ya gastado.
¡Dame ese nuevo espíritu que me permita ser fiel a tu llamado!
Que a pesar del cansancio y del hastío,
a pesar de tanto vacío y corazón endurecido,
que a pesar de todo ¡Tú, Señor, sustentes mi camino!
David Juan Cirigliano
Salmo 51,1-2.10-13; Jeremías 31,31-35; Hebreos 5,7-9; Juan 12,20-36; Agenda Evangélica: Números 21,4–9