Y se formó una nube que los cubrió con su sombra, y desde la nube llegaron estas palabras “Éste es mi hijo amado, escúchenlo”.
Marcos 9,7
Es fundamental para el evangelista establecer paralelos y diferencias entre la epopeya de Moisés y la que se avecina con Jesús. Aquí, en este monte, se le aparecen a Jesús y a algunos discípulos Moisés y Elías, la ley y el orden (aunque los profetas con sus profecías querían llamar al orden y nadie los escuchaba, pues no era del todo conveniente).
Con esta “transfiguración”, así se conoce a este hecho relatado en los evangelios sinópticos, se pretende dejar en claro que los hechos y dichos que sobrevendrán de la mano de Jesús serán superadores de aquellos establecidos por estos dos referentes del pueblo hebreo. Ya no más violencia justificada como violencia de la mano de Dios, sino gestos de amor concreto aun para el enemigo. Todo un cambio. Toda una posibilidad. Toda una necesidad. Es por eso que los discípulos que acompañaban querían allí nomás congelar la historia: Señor, aquí estamos bien, todo está en orden, te tenemos a ti, también a Moisés y a Elías, qué más le podemos pedir a la vida. Construyamos tiendas, hagamos de este idilio nuestra morada, nuestro hogar. Aquí estamos bien y el mundo es perfecto, quedémonos. Allí abajo en el llano volverán los problemas, las violencias, las agresiones de esa vida cotidiana que nos cansa.
Algo así como una teología de la tranquilidad y el buen pasar cerca de Dios; y el resto, que se las arregle, que busquen a Dios y cuando lo encuentren…, bueno, que se pasen a este lado.
Jesús se opone a esa teología del desentendimiento del prójimo. No, hermanos, diría, tenemos que regresar, éste sólo fue un pequeño anticipo de la gloria que vendrá, pero sólo será posible si en ese mundo agresivo, - agresivo por obra del ser humano -, ustedes predican la Buena Nueva, la nueva oportunidad que nos da Dios de hacer las cosas de manera distinta.
Norberto Rasch
Salmo 116,9-10.15-19; Génesis 22,1-2.9-13.15-18; Romanos 8,31b-34; Marcos 9,2-10; Agenda Evangélica: Isaías 5,1-7