Tú ya no eres esclavo, sino hijo de Dios, y por ser hijo suyo, es voluntad de Dios que seas también su heredero.
Gálatas 4,7
En la vida, el camino hacia la madurez es un proceso. En la fe también. Y es Dios quien nos ha dado la posibilidad de esa madurez. Es él quien nos hizo copartícipes de su Creación. Él nos ha hecho herederos y libres.
Ser libres es una bendición. También lo es ser herederos, en tanto significa que somos depositarios de confianza. Pero es, al mismo tiempo, una inmensa responsabilidad y un enorme compromiso.
Utilizando las normas sociales de la época, Pablo le enseña a la comunidad de los gálatas cómo hay un tiempo en la vida en el que el heredero es igual al esclavo: hay personas que lo cuidan y se encargan de sus asuntos (Gálatas 4,2). Es el tiempo en el que es menor de edad. Y lo mismo pasó con nosotros, sigue diciéndoles: estábamos sometidos a los poderes que dominan este mundo (Gálatas 4,3). Pero cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo… para rescatarnos a los que estábamos bajo esa ley y concedernos gozar de los derechos de hijos de Dios. (Gálatas 4,4)
El crecimiento y el conocimiento nos cargan de una enorme responsabilidad. Alguien me dijo una vez hablando de temas vinculados con el cuidado del ambiente: “El Señor comanda la nave de la Creación pero nos ha puesto como copilotos”. Somos responsables de actos que influyen en el rumbo que ella tome. La libertad es hermosa pero tiene esos riesgos, y muestra de madurez es asumirlos como tales y hacerse cargo de la parte de la responsabilidad que a cada uno le cabe.
Al tiempo que damos gracias a Dios que nos ha hecho herederos, pedimos cada día su guía para que el rumbo que le demos a la nave sea el de la vida.
Oscar Geymonat
Salmo 148; Isaías 61,10- 62,3; Gálatas 4,4-7; Lucas 2,22-40; Agenda Evangélica: 1 Juan 2,21–25