Descripción:
EDITORIAL “CUÁNTAS VECES NOS DESAPARECEN?…” EL CLUB DE LA PLUMA 20-9-2015
En las redes sociales Carla Lorena Lorenzo manifestó: “…Dónde se busca al desaparecido? Quién lo nombra? Quiénes construyen el relato de su existencia? Existe acaso una red de sentidos que nos permita nombrar esa ausencia? Cuántas veces desaparece una persona?
En ese camino de búsquedas incansables resistimos al olvido y construimos su presencia en ese gesto, esa sonrisa, con la perplejidad que nos provoca su mirada, la insostenible niebla de injusticia que la invade
¿Cómo soportar calladxs una desaparición?...”
Y es desde estas líneas y de varias situaciones que nos vienen atravesando como lanzas incandescentes, que esto del desaparecido, los desaparecidos dan vueltas y vueltas por aquí…
Y nos preguntamos ¿cuántas veces nos desaparecieron?, ¿a cuántos nos vienen despareciendo?, porque no es sólo los 30.000, lo más de antes del 24 de marzo del 76, los que desaparecieron después, hasta hoy, los que nos desaparecen día a día.
Se pregunta, nos pregunta Carla “¿cuántas veces desparece una persona?” y las pruebas confirman que nos pueden desaparecer a cada instante.
El olvido, la ignorancia, el desprecio, la descalificación, todas variantes de injusticia, son algunas de las formas en que nos desaparecen.
La invisibilización que promueven los monopolios de desinformación, las convenientes y nefastas visibilizaciones también nos desaparecen. No nos recupera una foto, una imagen “trabajada”, convenientemente acondicionada para generar una determinada respuesta. No nos recupera, no nos “aparece”.
Y también nos desaparecen cuando nos dividen en las luchas, cuando nos desvían los caminos y nos introducen en aquellos estériles enfrentamientos que, mezclados en estúpidos fanatismos e improductivos “sinpensares”, desbaratamos todos los intentos por alcanzar la necesaria colectividad visibilizada, encarnada, real y presente.
¿Cuántas veces han desaparecido a Jorge Julio López luego de su segunda desaparición el 16 de septiembre del 2006? En cada marcha, cada año que pasa sin resolverse su destino, lo desaparecen más y más.
¿Cuántas veces nos desaparecen a los 43 de Ayotzinapa? ¿Y a los Qom, los Wichi, los Mapuches y Comechingones, y tantas hermanas y hermanos de todas las etnias que han conformado esta enorme patria grande, desapareciéndolos, desapareciéndonos desde el 12 de octubre de 1492? Reivindicaciones que no alcanzan, reconocimientos que no llegan o cuando ya no sirven porque los agrotóxicos y la especulación se llevó por delante la vida de tantos más desaparecidos.
Nuestra tierra se va llenando de desapariciones, como en esa casa desaparecida de Fito* o en el cuento desaparecido de Claudia*
¿Qué es lo que nos hace “ser humanos”? ¿La vida?
¿Los muertos, por ejemplo la Madre Teresa de Calcuta, no son humanos? ¿Por estar muertos, por ejemplo el fiscal Nisman, no merece que su muerte sea esclarecida? ¿O simple y vergonzosamente los apilaremos en el largo listado de desaparecidos?
¿O estos ejemplos son más humanos que El Rubio del Pasaje o Miguel Bru? ¿La igualdad es sólo una palabra políticamente correcta?
Y si no es la vida ¿será la consciencia de ser lo que nos hace humanos? ¿Qué es lo que nos da la certeza de sabernos humanos? De reconocernos, afirmarnos y sabernos humanos, tal vez también nos desaparecen quienes se encargan de alienarnos, estupidizarnos, con sus maquinarias de manipulación mediática.
A los otros no les importan los desparecidos, no los sienten como propios, no mantienen una relación de pertenencia, ni siquiera al mismo género, el humano. Pero esos otros también se manifiestan en una pertenencia a este género, a pesar de continuar desapareciendo a los desaparecidos con su no reconocimiento ni rescate; entonces ¿Son humanos los que no pertenecen a esa totalidad que sin los desaparecidos está incompleta?
¿Cuándo dejaron de ser humanos los desaparecidos? ¿Cuándo mirábamos detrás de las ventanas cuando los arrastraban hacia la negrura del fondo de un río? ¿O cuando le negamos la identidad robada a los encontrados? ¿O aún que sin haber peligro, continuamos sin preguntar por ellos?
Desde el recinto en que se niega un derecho, desde el aula donde se tergiversa la historia, desde el estrado que recusa una conquista, desde el desprecio por el diferente, desde esos lugares y tantos más nos siguen desapareciendo.
Cuando la muerte es sólo un rótulo, una portada para alcanzar mayores ventas, pulverizan aquella humanidad mancillada, convirtiéndola en otra desparecida.
Pero ¿qué hacemos los que pretendemos sublevarnos ante el ninguneo y el olvido? ¿Qué herramienta y estrategia esgrimimos para aparecernos y mutar en seres humanos con historias, vivencias existidas a aquellos que empujaron al olvido rotulándolos “desaparecidos”?
Si algo le sucediera a usted, si alguien lo secuestrara o lo sacara simplemente de circulación, ¿cómo sostendría su ánimo? ¿No sería acaso su única esperanza saber que su consorte, su hijo, su padre lo buscarán desesperadamente y no descansarán hasta encontrarlo? ¿Cuál sería la negrura de su futuro si sospechara que simplemente se conformaría con dos letras “NN” o con una palabra “desaparecido”?
¿O será que nuestra éticamente correcta humanidad actúa como si algunos merecieran ese destino?
Y ante tantos interrogantes, tantas dudas y algunas sospechas, proponemos para aparecernos, la memoria; nombrarlos públicamente, exigir justicia, no dejar que la vida siga sin ellos, como si nunca hubiesen existido.
Porque el rescatarlos del olvido no es cuestión partidaria o de condicionadas opiniones; porque al rescatarlos, nos rescatamos y aparecemos, somos, todas y cada una, todos y cada uno parte de este gran género, el humano.
De nosotros depende el comprender que no hay desaparecidos de primera ni de segunda, que no hay desaparecidos justos e injustos y que la memoria y la humanidad no son algo fragmentado, compartimentado, divisible. Memoria y humanidad en toda su unidad nos permite el rescate de los que pretendieron ocultarnos y pasarlos al olvido. Porque más allá de los juicios, a todos nos pertenecen, a todos nos los desaparecieron.
Seamos capaces de reinterpretar el sentido real de humanidad para que los desaparecidos sólo sean un mal y lejano recuerdo de algo que no retornará, el olvido.
Que así sea.
NORBERTO GANCI –DIRECTOR-El Club de la Pluma
elclubdelapluma@gmail.com –elclubdelapluma@hotmail.com
www.elclubdelapluma.com.ar
DOMINGOS DESDE LAS 10 HS.
POR FM 103.9 RADIO INÉDITA
www.radioinedita.com.ar
Libreto:
EDITORIAL “CUÁNTAS VECES NOS DESAPARECEN?…” EL CLUB DE LA PLUMA 20-9-2015
En las redes sociales Carla Lorena Lorenzo manifestó: “…Dónde se busca al desaparecido? Quién lo nombra? Quiénes construyen el relato de su existencia? Existe acaso una red de sentidos que nos permita nombrar esa ausencia? Cuántas veces desaparece una persona?
En ese camino de búsquedas incansables resistimos al olvido y construimos su presencia en ese gesto, esa sonrisa, con la perplejidad que nos provoca su mirada, la insostenible niebla de injusticia que la invade
¿Cómo soportar calladxs una desaparición?...”
Y es desde estas líneas y de varias situaciones que nos vienen atravesando como lanzas incandescentes, que esto del desaparecido, los desaparecidos dan vueltas y vueltas por aquí…
Y nos preguntamos ¿cuántas veces nos desaparecieron?, ¿a cuántos nos vienen despareciendo?, porque no es sólo los 30.000, lo más de antes del 24 de marzo del 76, los que desaparecieron después, hasta hoy, los que nos desaparecen día a día.
Se pregunta, nos pregunta Carla “¿cuántas veces desparece una persona?” y las pruebas confirman que nos pueden desaparecer a cada instante.
El olvido, la ignorancia, el desprecio, la descalificación, todas variantes de injusticia, son algunas de las formas en que nos desaparecen.
La invisibilización que promueven los monopolios de desinformación, las convenientes y nefastas visibilizaciones también nos desaparecen. No nos recupera una foto, una imagen “trabajada”, convenientemente acondicionada para generar una determinada respuesta. No nos recupera, no nos “aparece”.
Y también nos desaparecen cuando nos dividen en las luchas, cuando nos desvían los caminos y nos introducen en aquellos estériles enfrentamientos que, mezclados en estúpidos fanatismos e improductivos “sinpensares”, desbaratamos todos los intentos por alcanzar la necesaria colectividad visibilizada, encarnada, real y presente.
¿Cuántas veces han desaparecido a Jorge Julio López luego de su segunda desaparición el 16 de septiembre del 2006? En cada marcha, cada año que pasa sin resolverse su destino, lo desaparecen más y más.
¿Cuántas veces nos desaparecen a los 43 de Ayotzinapa? ¿Y a los Qom, los Wichi, los Mapuches y Comechingones, y tantas hermanas y hermanos de todas las etnias que han conformado esta enorme patria grande, desapareciéndolos, desapareciéndonos desde el 12 de octubre de 1492? Reivindicaciones que no alcanzan, reconocimientos que no llegan o cuando ya no sirven porque los agrotóxicos y la especulación se llevó por delante la vida de tantos más desaparecidos.
Nuestra tierra se va llenando de desapariciones, como en esa casa desaparecida de Fito* o en el cuento desaparecido de Claudia*
¿Qué es lo que nos hace “ser humanos”? ¿La vida?
¿Los muertos, por ejemplo la Madre Teresa de Calcuta, no son humanos? ¿Por estar muertos, por ejemplo el fiscal Nisman, no merece que su muerte sea esclarecida? ¿O simple y vergonzosamente los apilaremos en el largo listado de desaparecidos?
¿O estos ejemplos son más humanos que El Rubio del Pasaje o Miguel Bru? ¿La igualdad es sólo una palabra políticamente correcta?
Y si no es la vida ¿será la consciencia de ser lo que nos hace humanos? ¿Qué es lo que nos da la certeza de sabernos humanos? De reconocernos, afirmarnos y sabernos humanos, tal vez también nos desaparecen quienes se encargan de alienarnos, estupidizarnos, con sus maquinarias de manipulación mediática.
A los otros no les importan los desparecidos, no los sienten como propios, no mantienen una relación de pertenencia, ni siquiera al mismo género, el humano. Pero esos otros también se manifiestan en una pertenencia a este género, a pesar de continuar desapareciendo a los desaparecidos con su no reconocimiento ni rescate; entonces ¿Son humanos los que no pertenecen a esa totalidad que sin los desaparecidos está incompleta?
¿Cuándo dejaron de ser humanos los desaparecidos? ¿Cuándo mirábamos detrás de las ventanas cuando los arrastraban hacia la negrura del fondo de un río? ¿O cuando le negamos la identidad robada a los encontrados? ¿O aún que sin haber peligro, continuamos sin preguntar por ellos?
Desde el recinto en que se niega un derecho, desde el aula donde se tergiversa la historia, desde el estrado que recusa una conquista, desde el desprecio por el diferente, desde esos lugares y tantos más nos siguen desapareciendo.
Cuando la muerte es sólo un rótulo, una portada para alcanzar mayores ventas, pulverizan aquella humanidad mancillada, convirtiéndola en otra desparecida.
Pero ¿qué hacemos los que pretendemos sublevarnos ante el ninguneo y el olvido? ¿Qué herramienta y estrategia esgrimimos para aparecernos y mutar en seres humanos con historias, vivencias existidas a aquellos que empujaron al olvido rotulándolos “desaparecidos”?
Si algo le sucediera a usted, si alguien lo secuestrara o lo sacara simplemente de circulación, ¿cómo sostendría su ánimo? ¿No sería acaso su única esperanza saber que su consorte, su hijo, su padre lo buscarán desesperadamente y no descansarán hasta encontrarlo? ¿Cuál sería la negrura de su futuro si sospechara que simplemente se conformaría con dos letras “NN” o con una palabra “desaparecido”?
¿O será que nuestra éticamente correcta humanidad actúa como si algunos merecieran ese destino?
Y ante tantos interrogantes, tantas dudas y algunas sospechas, proponemos para aparecernos, la memoria; nombrarlos públicamente, exigir justicia, no dejar que la vida siga sin ellos, como si nunca hubiesen existido.
Porque el rescatarlos del olvido no es cuestión partidaria o de condicionadas opiniones; porque al rescatarlos, nos rescatamos y aparecemos, somos, todas y cada una, todos y cada uno parte de este gran género, el humano.
De nosotros depende el comprender que no hay desaparecidos de primera ni de segunda, que no hay desaparecidos justos e injustos y que la memoria y la humanidad no son algo fragmentado, compartimentado, divisible. Memoria y humanidad en toda su unidad nos permite el rescate de los que pretendieron ocultarnos y pasarlos al olvido. Porque más allá de los juicios, a todos nos pertenecen, a todos nos los desaparecieron.
Seamos capaces de reinterpretar el sentido real de humanidad para que los desaparecidos sólo sean un mal y lejano recuerdo de algo que no retornará, el olvido.
Que así sea.
NORBERTO GANCI –DIRECTOR-El Club de la Pluma
elclubdelapluma@gmail.com –elclubdelapluma@hotmail.com
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