Era un árbol sin retoños
que ninguna flor tenía,
y tampoco daba frutos.
Así, nadie lo quería.
Yo me acerqué una mañana
y lo regué con mi llanto,
pues me daba mucha pena
que lo despreciaran tanto.
-¿Y porqué nunca das frutos?-
le pregunté sin temores.
El me dijo con tristeza:
-Nunca hay frutos, si no hay flores.
Yo le he preguntado entonces:
-¿Qué hay que hacer para tenerlas?-
Y me dijo: -El cariño
es muy bueno para hacerlas.
Desde entonces, día a día,
lo he regado con ternura,
y hoy he visto con sorpresa:
¡tiene una fruta madura!
Y yo he aprendido una cosa:
Con cariño y con amor,
cualquier árbol da una fruta
después de dar una flor.
Lily Kruse.