Por la superstición de la materialidad y por el horror que provoca la inmaterialidad, tendemos a creer que la nuestra es una "cultura de la imagen".
Es exactamente al revés: la cultura contemporánea heredó de la moderna su condición eminentemente sonora.
Hablar del sonido puede ser una idea mejor que hablar de ruido, porque en cierto modo la noción general de "sonido" comprende los sonidos musicales y no musicales.
Pocos comprendieron mejor esta particularidad moderna que el cineasta Walter Ruttmann.
Su película “Berlín: sinfonía de una ciudad” era un colosal montaje de imágenes urbanas que, a contramano de ese origen, seguía una lógica de organización de tipo musical.
Pero esta obra maestra de 1927, mientras los marines estadounidenses invadían Nicaragua, no fue la última palabra de Ruttmann acerca de esta cuestión.
Tres años después, Ruttmannhizo otro film, "Fin de semana", un "film sin imágenes" que registraba únicamente los sonidos de dos días: salidas, canciones, el rumor metálico de los cubiertos en los platos, etc.
El pasaje de la "película muda" a la "película ciega" nos indica un giro radical en la dirección hacia la contemporaneidad.
Ese montaje rítmico de acontecimientos sonoros compuestos anticipa en primer lugar la música concreta, que vino después.
El cineasta alemán Walter Ruttmann fue acaso el primero en detectar, y aun inventar, esa afinidad, evidente ya en la opción por el sonido óptico.
Alguien que trabajó en el campo abierto por el concretismo, Michel Chion, definió claramente este punto:
"Este film es susceptible de ser presentado como obra radiofónica o en una sala de cine.
El soporte óptico permitía ya esta novedad, imposible en el disco: el montaje rápido y lineal de sonidos de todo tipo".
Buena parte de “Fin de semana” de Ruttmann está hecho también de silencio, que es el sonido por excelencia.
El sonido es más melancólico que la imagen.
Es siempre la melancolía inmanente a cualquier sonido, que en su condición pasajera y transitoria está destinado a realizarse mientras se consume.
Fue Duchamp, otra vez, quien capturó de un golpe esta indefensión de la escucha: los oídos no tienen párpados.
Daniele Di Bonaventura nació en Fermo, Italia, en 1966, mientras en Argentina sacábamos boleto al Cordobazo.
Es compositor, arreglista, pianista y bandoneonista, que desde sus inicios tuvo un fuerte interés por la música improvisada.
Sus colaboraciones abarcan desde la música clásica hasta la contemporánea, del jazz al tango, de la música étnica a la world music, con incursiones en el mundo del teatro, del cine y de la danza.
Ha tocado, grabado y colaborado con: Enrico Rava, Paolo Fresu, Stefano Bollani, A Filetta, Miroslav Vitous, Rita Marcotulli, Toots Tielemans, Omar Sosa, Dino Saluzzi, César Stroscio, Aires Tango, Ornella Vanoni, Enzo De Caro, y muchos otros.
Acompañan a Di Bonaventura los músicos Marcelo Peghin, Alfredo Laviano y Felice del Gaudio.
El texto fue extraído de un artículo de Pablo Gianera, publicado en Octubre de 2016, con el título de El siglo XXI, heredero de una cultura del sonido.
Dedicamos el programa a aquella pobre mujer que vende flores, y fue en mi tiempo la reina de Montmartre.