NARRADOR: Cuenta una leyenda que fueron cuatro los Reyes Magos que un día partieron de lugares muy lejanos… quizá de Persia o de Babilonia, guiados por la estrella de Oriente, para ver al rey que en Belén había nacido.
BALTAZAR: Yo voy a llevarle al pequeño gran rey, el metal de los reyes… el oro que brilla, reluce, y resplandece.
GASPAR: Por mi parte le llevaré incienso, que representa la divinidad de este mesías que viene a salvarnos.
MELCHOR: En cambio yo, pondré a sus pies, la mirra, que es el símbolo de la humanidad y representa a ese Dios que se hace niño entre nosotros.
ARTABÁN: Mi regalo es muy sencillo, le entregaré vino y aceite.
NARRADOR: Luego de haber visto la estrella en el Oriente, juntos emprendieron la marcha llevando cada uno sus regalos. Tras varios días de camino se internaron en el desierto.
ENTRA EFECTO DE TRUENOS Y LLUVIA
BALTAZAR: Debemos resguardarnos de la tempestad. El desierto es muy frío y con seguridad si no paramos, moriremos antes de ver al Rey.
MELCHOR: Resguardémonos detrás de nuestras bestias. Los camellos son grandes y fuertes y con estos mantos soportaremos este fuerte temporal.
NARRADOR: Pero Artabán, el cuarto rey mago, que no tenía camellos, sino sólo burros buscó amparo junto a la choza de un pastor metiendo sus animalitos en el corral.
EFECTO DE AMANECER, CON PAJARITOS Y BECERROS
CAMPESINO: (Casi llorando) ¡Mi rebaño se ha dispersado! Y mis fuerzas no me permiten poder reunir esas ovejas dispersas.
ARTABÁN: (COMO PENSANDO) Este pobre hombre no tiene quién le ayude a recoger sus ovejitas, pero si me quedo a ayudarle, me retrasaré de la caravana.
NARRADOR: Él no conocía el camino, y la estrella no daba tiempo que perder. Pero por otro lado su buen corazón le decía que no podía dejar así a aquel anciano pastor. ¿Con qué cara se presentaría ante el Rey Mesías si no ayudaba a uno de sus hermanos?
ARTABÁN: Buen hombre, yo le ayudaré a reunir su rebaño. Acá tengo algo de vino y aceite que podremos compartir y entre los dos, pronto las ovejas volverán al redil. Ya no se preocupe más, que el buen Dios del cielo, nos ayudará en esta tarea.
NARRADOR: Artabán gastó casi una semana en volver a reunir todo el rebaño. Cuando finalmente lo logró se dio cuenta de que sus compañeros ya estaban muy lejos, y que además había consumido parte de su aceite y de su vino compartiéndolo con el viejo pastor.
ARTABÁN: Es ya mucha la distancia que me separa de mis compañeros. Si no hubiera demorado tanto tiempo en casa de este hombre, quizá no los hubiera perdido… a pesar de todo, no me siento triste. Fue grato compartir con este hombre y me llevo el recuerdo de su hospitalidad y acogida.
NARRADOR: Él se despidió y nuevamente tomó sus burritos y partió en busca de sus compañeros para ver si lograba divisarlos en el horizonte, pero desorientado vagó varios días sin rumbo.
ARTABÁN: (TOCANDO A LA PUERTA) Buenas tardes, buena mujer, me he extraviado y la noche cae. Es muy tarde para retomar el camino ¿Podría usted hospedarme?
MUJER: Mi señor, yo soy muy pobre, tengo cinco hijos y mi esposo está muy enfermo, pero con gusto podré buscarle un lugar en mi humilde vivienda.
NARRADOR: Artabán vio que el hogar era muy humilde, el padre de los niños estaba en cama y no había quién recogiera la cosecha de cebada. Si no se hacía a tiempo, los pájaros y el viento se llevarían los granos maduros.
ARTABÁN: Pobre familia, yo soy joven y fuerte, mi corazón me llama a ayudarles, pero si me demoro un día más, ya no alcanzaré jamás a mis compañeros… pero ella, esa pobre mujer necesita de aquella cosecha, de lo contrario no tendrá pan para el resto del año.
NARRADOR: De esta manera se le fueron varias semanas hasta que logró poner todo el grano a salvo. Y otra vez tuvo que abrir sus alforjas para compartir su vino y su aceite. Mientras tanto la estrella ya se le había perdido. Le quedaba sólo el recuerdo de la dirección, y las huellas medio borrosas de sus compañeros.
EFECTO DE LLANTO DE NIÑOS Y MUJERES
ARTABÁN: ¿Por qué hay tanto dolor, tanta tristeza? Estas madres lloran desconsoladas con sus niños muertos en los brazos.
MUJER: ¡Mi niño, mi hermoso niño, los soldados de Herodes lo han matado!
NARRADOR: Artabán no entendía nada de lo que pasaba en Belén. Cuando preguntaba por el Rey Mesías, todos lo miraban con angustia y le pedían que se callara. Finalmente alguien le dijo que aquella misma noche lo habían visto huir hacia Egipto.
ARTABÁN: No, no puedo irme viendo todo este dolor… esas pobres madres están desamparadas. Hay que curar a los niños heridos, vestir a los desnudos… ayudarles a enterrar a sus niños.
NARRADOR: Y se detuvo allí por mucho tiempo gastando su aceite y su vino. Hasta tuvo que regalar alguno de sus burritos, porque la carga ya era mucho menor, y porque aquellas pobres gentes los necesitaban más que él. Cuando finalmente se puso en camino hacia Egipto, había pasado mucho tiempo y había gastado casi todo su tesoro.
ARTABÁN: Ya no tengo mucho que ofrecerle al rey… no me queda vino y aceite, pero seguramente el Mesías entenderá que tenía que ayudar a estas pobres gentes.
NARRADOR: En el camino hacia el país de las pirámides tuvo que detener muchas otras veces su marcha. Siempre se encontraba con un necesitado de su tiempo; alguien a quien auxiliar, un enfermo que necesitaba ser socorrido, una viuda que lloraba, un niño que había perdido a sus padres. Había que dar una mano, o socorrer una necesidad. Aunque tenía temor de volver a llegar tarde, no podía con su buen corazón. Se consolaba diciéndose que con seguridad el Rey Mesías sería comprensivo con él, ya que su demora se debía al haberse detenido para auxiliar a sus hermanos.
ENTRA MÚSICA DE EJIPTO
ARTABÁN: Disculpe buen hombre, estoy buscando al rey mesías
HOMBRE: No conozco a ningún rey mesías, aquí solo rendimos tributo al faraón.
ARTABÁN: amable mujer, podría indicarme dónde encuentro al rey mesías. Él vino huyendo de Belén.
MUJER: Ese niño ya no está aquí, sus padres regresaron a Nazaret.
NARRADOR: Este nuevo desencuentro le causó mucha pena a nuestro Rey Mago, pero no lo desanimó. Se había puesto en camino para encontrarse con el Mesías, y estaba dispuesto a continuar con su búsqueda a pesar de sus fracasos. Ya le quedaban menos burros, y menos tesoros. Y éstos los fue gastando en el largo camino que tuvo que recorrer, porque siempre las necesidades de los demás lo retenían por largo tiempo en su marcha.
ARTABÁN: quizá este sacerdote me diga dónde encontrar al Mesías. ¿Podría usted decirme en dónde hallar al rey mesías?
SACERDOTE: Tengo prisa, voy tarde.
ARTABÁN: Ahí viene un levita. Él debe saber del mesías. ¿Señor, discul…?
LEVITA: (PISADO) No tengo tiempo, voy al templo.
ARTABÁN: Entonces seguiré mi camino
NARRADOR: De repente…
ARTABÁN: Oh buen hombre, ¿qué le ha ocurrido?
HOMBRE: (MUY MALHERIDO) u…unos ladrones me asaltaron en el camino, se robaron mi bestia y me golpearon hasta casi dejarme inconsciente.
ARTABÁN: Buen hombre, lo llevaré a una posada y cuidaré de usted. No me quedan muchas posesiones, pero estas monedas pagarán un buen cuarto, alimentos y el cuidado de alguien mientras se recupera.
NARRADOR: Así pasaron muchos años, siguiendo siempre las huellas del que nunca había visto, pero que le había hecho gastar su vida en buscarlo.
ARTABÁN: (Con voz cansada. Ya envejecido) Estoy muy cansado, ya me quedan pocas fuerzas. Algún día salí lejos de mi casa en busca de un rey, un gran rey anunciado desde tiempos antiguos, pero creo que jamás, podré verlo y adorarlo.
NARRADOR: Un día llegó a Jerusalén, era viernes a mediodía. Las gentes estaban de fiesta. Todos se habían puesto sus mejores trajes… era la fiesta de la Pascua y los judíos celebraban los tiempos en que fueron finalmente liberados de Egipto.
ARTABÁN: Hay mucho alborozo y alegría. Seguro encontraré en esta fiesta a mi rey mesías.
GENTE: CRUCIFÍQUENLE, CRUCIFÍQUENLE…
ESE ES EL REY, SALVE ¡OH REY! Jajajaa
El REY DE LOS JUDÍOS… JAJAJA
¡VIVA BARRABÁS!
NARRADOR: Como pudo, Artabán logró abrirse paso entre la multitud. Eran casi todos los habitantes de Jerusalén los que gritaban arengas e insultos a un hombre herido, con el cuerpo mancillado y el rostro deforme por los golpes y escondido tras la sangre que manaba de sus sienes. Llevaba una pesada cruz y en el camino hacia el Gólgota había caído tres veces. Artabán lloró al ver la dolorosa escena: ese hombre era clavado en la cruz que unas horas atrás había cargado, pero aún con sus nervios destruidos, sus huesos y músculos rotos, en sus ojos brillaba el perdón y un amor infinito…
ARTABÁN: Es Él, Él es el mesías, mi rey y mi Señor que busqué por tantos y tantos años.
NARRADOR: Artabán se arrodilló al pie del madero que sostenía a aquel niño, hecho hombre, que agonizaba y pronto moriría. Recordó que más de 30 años atrás, supo de un rey que había nacido en un pesebre en las afueras de Belén y que su reinado no sería de oro y plata, sino de amor, un amor infinito que sería el bálsamo y la esperanza para quienes se encontrarán abatidos por la tristeza.
ARTABÁN: (LLORANDO) Perdóname. Llegué demasiado tarde.
JESÚS: Tantas veces me seguiste, calmaste mi llanto, mi hambre y mi sed, estuve enfermo y me curaste; en cada uno de aquellos hermanos a quienes dedicaste tus horas y tu bondad, me hallaste… Por eso, hoy estarás conmigo en el paraíso.