En circunstancias excepcionales, en una casa matizada de gris, esa tonalidad no era precisamente la pintura de las anchísimas paredes de adobe, así era el escenario en términos generales. Había presagios, pero no precisión.
El dormitorio colectivo abrigaba a todos, cabíamos en una pieza de 4 X 6 metros, ni una sola división, ni separación de género; un petate apartaba nuestros cuerpos del suelo, eso significa que teníamos demasiado contacto con la tierra, además de que a los muchitos, nos encantaba andar “pura pata” en la calle, hoy en día, muchos niños no sabe lo que es andar descalzos. Mala decisión.
Las noches eran esplendidas, nos protegía un techo construido de carrizos tejidos, soportados por morillos atravesados, cientos de tejas adornaban la cubierta, ahí, cuando todo era silencio al interior, arriba se escuchaban ruidos extraños, imaginábamos que tal vez eran ratas, lagartijas, espectros o duendes, eso ocurría después de haber apagado el inolvidable radio amarillo, en el que escuchamos las aventuras de un legendario bandolero llamado “Chucho el roto”, era emocionante llegar a acostarse puntualitos y en silencio imaginar las estafas, venganzas y aventuras de quien se escapó del penal de san Juan de Ulúa.
Jamás se borrará de mi mente la extraordinaria narración de los partidos de béisbol de la liga mexicana en voz del “rápido Esquivel”, ese señor nos metía en el terreno de juego, nos llevaba al límite de la emoción cuando decía: -¡Y la pelota, se va, se vaaa, se vaaaaa, yyyy se fue!, al conectar un cuadrangular cualquiera de los cañoneros de los Diablos rojos del México, imaginábamos la complexión de los peloteros, ya los conocíamos sin haberlos visto jamás.
El olor a crema de zapatos envolvía el ambiente, eso no importaba, las filitas de niños y jóvenes acostaditos eran características, todos juntitos, sin distractores como los actuales, sin teléfono celular en mano enviando cientos de mensajes hasta altas horas de la noche, sin pláticas absurdas enviando emoticons (imágenes para evitar la fatiga), sin televisores o computadoras personales que dividen familias. Los desvelos eran porque el cuchicheo surgía espontaneo, porque los ataques de risa llegaban al delirio, por cosas superfluas.
La magia que envuelve a las familias ocurría así, entre pobreza, entre perros, entre chivos, entre sueños que un día se cumplieron, entre amor, entre solidaridad, no había privacidad porque no era necesario, sin closets empotrados, con tendederos soportando montones de ropa, con canastos donde se metía la sucia, sin almohadas y colchones ortopédicos o camas King size, sin psicólogo que arreglara nuestros traumas, sin cobijas San Marcos.
Así transcurrieron los años, los maravillosos, lo que se fueron muy pronto y nos dejaron un hondo recuerdo nostálgico. Los que dejaron una estela de evolución.
POR ARTURO BARRITA.