La verdadera labor política de los intelectuales en una sociedad democrática y moderna es convertirse en la voz de la población, en un referente ético que preserve la validez y la eficacia del sistema político vigente a través de una continua exigencia de honradez a los políticos profesionales. Su posición natural debe ser estar siempre frente al poder, en el punto medio entre éste y la población, a la que también debe recordarle sus deberes y no sólo sus derechos, procurando que como país siempre estemos en el punto de equilibrio entre los abusos de poder y la idiocia de la masa, a la que deben educar y dirigir para que actúe de forma responsable, tanto en el disfrute de sus derechos como en el ejercicio de sus deberes políticos, sociales e individuales.