Carboncillos que apenas dan calor y un rojo salpicado de gris. De tan pequeños casi no se sienten, y se van hundiendo de a poco en la carne que los deja porque ellos también son su presencia.
Son dolores que imagino de la vejez, casi sin esperanza, o con una de muy corto andar.
El horizonte está demasiado cerca para algunas cosas.
En estas horas no me atrevo a pensar, no quiero saber. Ya sé demasiado.
No quiero enterarme que sus pasos, que sus risas, que …..
No he querido cambiar tu piel por el teclado, pero el teclado es lo posible.
Alberto Ilieff